“La Rote Kapelle” de Marcelo Britos

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“La Rote Kapelle” de Marcelo Britos

23 Noviembre 2019

Por Norman Petrich

 

Cuando Hitler y Stalin se declararon la guerra, la mayoría de los diplomáticos rusos que vivían en Alemania, y que además estaban en el servicio secreto, tuvieron que volver a Moscú. Estaban identificados por la Gestapo y corrían peligro de que los metieran presos o los mataran. Los soviéticos se quedaban sin una red de espionaje y por entonces era muy difícil enviar agentes a que cruzaran las fronteras. Entonces un grupo de militantes comunistas organizaron su propia red para enviar información al Kremlin. La Rote Kapelle. No tenían experiencia militar, algunos de ellos eran muy jóvenes. No habían sido entrenados, ni recibían pagos, como los espías profesionales. Lo hacían porque en su más íntimo pensamiento estaban convencidos de ser fundamentales en esa historia, como si en medio de ese país que hervía de odio, en la madriguera del enemigo, hubieran sido los elegidos para destruirlos por dentro.

Esta historia, la de la Orquesta Roja, esa red de espionaje “amateur” que llega a operar en plena Segunda Guerra Mundial con un éxito impensado, la que a muchos sorprendió por haber durado tanto tiempo sin ser descubiertos; la historia que le cuenta el tío al personaje central (también voz narradora) y sus primos en la que recuerda como una de sus mejores navidades, será fundamental para entender el recorrido retrospectivo de un adolescente al que le tocó crecer en tiempos de dictadura.

Un aire enrarecido que hace recordar a Hay unos tipos abajo, de Antonio Dal Masetto, acompaña ese recorrido, pero la presencia de un otro oscuro que no aparece literalmente aquí no tiene esa densidad, esa pesadez. Tal vez porque está reflejada desde la mirada inocente de un niño que entra a la adolescencia en el seno de eso que algunos les gusta llamar familia tipo o familia normal. Porque si hay algo que diferencia a La Rote Kapelle de Infancia Clandestina, la película de Benjamín Ávila, la otra referencia que se nos presentará cuando empecemos la lectura de esta nouvelle, es que el relato no parte desde las filas de la militancia sino desde ese lugar donde no se sabía o parecían no enterarse o, como bien marca el psicoanálisis o Bartleby, preferían no hacerlo. Y la narración sale totalmente airosa.

El crecimiento de nuestro personaje parece, en un principio, estar aislado de lo que está sucediendo afuera de esa familia que nada pone en duda y tiene las fibras nacionalistas a flor de piel. Pero nunca se puede aislar del todo a alguien y empiezan a llegar los mensajes cifrados desde ese exterior.

Primero, desde la figura de ese tío que “nada de lo que decía parecía inapelable, como todo lo que venía de los adultos. Él nos permitía dudar, agregarle ramas a lo que decía, aunque todo terminara siendo un bosque”.

Luego, desde esos jóvenes vecinos estudiantes de Medicina, entre ellos Mariana, de la cual se enamoró inmediatamente, a la que prohibieron ver o asomarse siquiera al pasillo de al lado luego de que una noche la terraza se llenara de canas, y uno de bigotes anchos y ojos claros les “pidiera” ingresar por la puerta del frente.

Hay algunas cosas destacables en el juego que presenta Britos en su forma discursiva: ni el personaje que lleva la narración, ni ninguno de sus familiares aparecen con nombres sino por la denominación que les indica el parentesco excepto Victoria, la hija de ese tío tan distinto al resto de la familia, el que era capaz de hablar con “bronca pero con dulzura”. No sucede lo mismo con aquellos que se cruzan en su camino: vecinos, amigos, amigas.

Lo otro es ese prolijo trabajo de ambientación donde son reconocibles canciones exitosas de los 70 y 80, los ritos que se repiten año tras año, en este caso la cena familiar alrededor de la navidad; lugares de Rosario (donde transcurre gran parte de la nouvelle), alguno de los cuales forman parte ya del pasado, inclusive algunos hechos históricos que nos llegan casi por rebote, por refracción en otros. Como el Mundial y los gritos que hacen mover el suelo de una ciudad cuyas calles están desiertas. O la guerra de Malvinas, donde queda tan bien contrastado el fervor nacional, esa nueva epopeya en la que “somos” (al igual que el torneo internacional de fútbol) y el discurso de esa docente de música donde les señala lo atroz de la invasión, donde sólo podía haber locura y muerte, que le costará el puesto tras la protesta de todos los padres a los directivos del colegio. Y a la que son sumergidos los chicos invitándolos a escribir cartas a los soldados que están luchando en las islas. La hermana recibe respuesta de un chaqueño llamado Abel, “que tenía la letra de un nene”. Después no tuvieron más noticias de él. Al igual que Mariana, alguien entra en sus vidas y desaparece de ellas sin que descubra muy bien por qué.

Con el ingreso al secundario del personaje vendrán también las primeras salidas y los primeros verdugueos de la policía y sus famosas razzias (dejando en claro que “ciertas costumbres” se mantenían intactas a pesar de la llegada de la democracia). Aquí también los mensajes cifrados aparecen pero todavía no se ha completado el aprendizaje de decodificación.

Aunque los mensajes que empiezan a cerrar el círculo vienen sobre todo del interior familiar: de su madre hablando por lo bajo sobre su tío, al cual no volvió a ver nunca más (otra secuencia que suma una salida casi sin explicaciones); de su altivo padre, el que tenía fama en el barrio de serio y jodido, derrumbándose moral, física y psíquicamente cuando pierde el trabajo que tan buen pasar les había generado.

Pero en este juego de ritos (que a veces se repiten y en otras se rompen) llamado vida, en otra navidad que será recordada por nuestra voz narradora como la segunda mejor de su vida, sucederá algo que lo ayudará a comprender el todo: la importancia de la historia que le había contado su tío aquella vez, reconocer en lo que lo rodea lo que falta. Reconocerse o rechazarse en esa mirada. Donde un íntimo pensamiento nace, algo que era hogar se convierte en madriguera y algo más comienza a resquebrajarse por dentro.

Podría decirse que está listo, aunque todavía no sepa muy bien para qué o qué es lo que va a hacer.

 

Biografía

Marcelo Britos nació en Rosario en 1970. Publicó varios libros de narrativa, entre los que se destacan Empalme (2010) con el que obtuvo el premio municipal de novela Manuel Musto, A dónde van los caballos cuando mueren (2015) que recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz edición 2013 en México y ha sido traducida a varios idiomas. Sus últimas publicaciones son las novelas Al este de Jericó (2016) y Mickey en Branderburgo (2018).