"La muchacha de las bragas de oro", esa verdad entre la realidad histórica y la literaria
Por Rogelio Ramos Signes / Ilustración: Nora Patrich
La autobiografía, si es honesta, es un género descarnado. Totalmente a la intemperie, como la poesía, la autobiografía deja al descubierto lo mejor y lo peor de cada ser humano. Hablar también de nuestras cosas malas no es una tarea sencilla; sólo una persona muy segura de sí misma es capaz de encarar este género confidencial con verdadera altura.
Sin embargo, la autobiografía tiene muchos cultores y muchísimos lectores. Que tenga muchos lectores es algo fácil de entender; la gente siente curiosidad por la vida de los demás, por las particularidades de esa vida, por sus motivos y por sus pasiones; bastante de chisme malsano hay en todo eso. Lo que no es tan sencillo de entender es porqué hay tantas personas que escriben su autobiografía; incluso hay muchas que, al no saber escribir, recurren a algún escritor profesional (generalmente desconocido) para que le de coherencia a sus recuerdos. En ese caso la autobiografía es simplemente una biografía (una colección de recuerdos personales) escrita por otro, a pedido, contrato mediante.
Ahora bien, la historia nos ha enseñado que las autobiografías no siempre relatan los hechos de un modo veraz; es más, el género se ha convertido en una suerte de literatura de ficción más. Si a la subjetividad propia del narrador le sumamos el hecho de que a muy poca gente le interesa que los demás se enteren de sus puntos débiles, estamos hablando de un híbrido que poco tiene que ver con lo confesional.
En su novela La muchacha de las bragas de oro (1978), Juan Marsé cuenta la historia de Luys Forest, un escritor franquista que decide plasmar sus memorias. Muerto Franco, y ya condenado internacionalmente por la opinión pública, Forest considera oportuno retocar la autobiografía que está escribiendo. Esa es la labor que va realizando a lo largo de toda la novela de Marsé, hasta el punto en que sus recuerdos terminan siendo falsos, fruto del “maquillaje” excesivo de quien quiere engañar a sus lectores. Valiéndose de datos que ya son imposibles de confirmar, el escritor falangista va pintándose como un héroe subterráneo que siempre trató de socavar la estructura de un poder inaceptable, con el cual comulgaba. Personaje menos que secundario de una etapa triste en la historia de España, Forest pretende revelar un protagonismo que no tuvo y, ya que está en ese menester, convertirse en una figura insoslayable.
Como contrapartida de este personaje insalvablemente torturado, aparece Mariana (digamos, su sobrina), arquetipo de la España post franquista, libre, frontal, desfachatada; quien va marcándole al viejo escritor cada una de sus mentiras. En su función de secretaria ad honorem, va tipeando los textos que Forest pergeña, a la vez que comprueba una a una las falsedades del texto. El retoque de cada situación nos pondrá de frente a situaciones escondibles, vergonzantes, donde el propio ex franquista irá entendiendo momentos de su propia historia, que vivió sin enterarse. De sorpresa en sorpresa la novela nos llevará hacia un final inesperado, donde lo detestable se unirá con lo compasivo. La vida, de hecho, también es así.
El barcelonés Juan Marsé escribe en español y, además, es un maestro de la lengua. “Soy un escritor catalán que escribe en castellano, y no veo nada anormal en ello” declaró al recibir el Premio Cervantes en el año 2008. "Nunca he querido representar a nadie más que a mí mismo" dijo también en esa oportunidad; justo él que es considerado uno de los representantes más lúcidos de los perdedores de la guerra civil.
Si bien no todos sus libros han llegado a la Argentina, quiero recordar los que sí conozco y leí, que no son pocos: las novelas Últimas tardes con Teresa, Encerrados con un solo juguete, Si te dicen que caí, La oscura historia de la prima Montse, El amante bilingüe, Ronda del Guinardó, los relatos de Teniente Bravo, y un maravilloso libro de breves retratos hablados, titulado Señoras y señores.
Creo que corresponde aclarar que los personajes secundarios de La muchacha de las bragas de oro poco tienen de secundarios. Todos encierran un porqué a la hora de marcar determinados comportamientos de Luys Forest y de Mariana. Tanto Emyrito como Mari, Chema, Soledad, Lali Vera, Tey, Mariana (la madre, no la hija), el doctor Pla y el joven Mao cumplen su rol con precisión. Como modestos peones en un juego de ajedrez donde todo está en función de un rey y de una reina, no siempre de diferente color, lo suyo es un juego de estrategia que va acomodándose. Tras cada reescritura esos personajes aparentemente secundarios dejan una pincelada nueva en el semblante del atribulado protagonista. A pesar de ello, La muchacha de las bragas de oro es una novela que se lee con total facilidad, sin escollos; su ritmo es reflexivo y sostenido.
Por voluntad del personaje principal, la apariencia debe ser más importante que la realidad, por eso pone todo su empeño en manipularla. Por voluntad de su ¿sobrina?, la realidad debe imponerse, sea como sea, sin disfraces. Lavar la imagen (con falsedades, con mentiras) es el objetivo de él; presentarla tal cual sucedió es la tarea que ella se impone. Puede entenderse, entonces, como el juego de la memoria que muy pronto dejará de ser un juego. Entre lo real y lo imaginario, la vergüenza de la historia ya vivida se mezclará sin cesar con la simulación.
Los detalles tampoco son elementos secundarios en esta novela; todos ellos tienen su propio porqué: la vieja marca de un balazo en la pared, la fecha en que alguien decidió dejar de usar bigote, una bombachita dorada que se seca en el jardín, un fotógrafo que ¿es un fotógrafo?
El oficio de novelar, como un arte poética de la mera ficción, saca su cabeza de las arenas movedizas para volver a hundirse. Juan Marsé satiriza, se divierte y posiblemente sufre al mismo tiempo. Nosotros (los lectores) somos sus rehenes; quedamos atrapados en la supuesta simpleza de esta novela que esconde un proyecto literario descomunal. O sea que, como en todos los grandes libros, aquí pueden hacerse varias lecturas de un mismo texto.
Si no coincide la realidad de la historia con la realidad de la literatura ¿cuál de las dos es la verdadera? Tal vez este libro tenga la respuesta; mucho dependerá de cada lector. Sólo me resta decir que, para mí, se trata de una de las novelas donde el proyecto del autor se concreta y se completa plenamente. La he leído dos veces, con treinta años de distancia entre una y otra lectura. No ha perdido vigencia en absoluto. Todo lo contrario. Esta novela sigue hablando de hoy; de un hoy eterno.