Lo que sé hacer cuando me saco el corazón: sobre el poemario “Casa de buey”, de Estela Zanlungo

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    Estela Zanlungo
RESEÑA

Lo que sé hacer cuando me saco el corazón: sobre el poemario “Casa de buey”, de Estela Zanlungo

28 Abril 2024

“Con el número dos nace la pena”, decía Leopoldo Marechal en su poema “Del amor navegante”. Ese verso abre el libro Casa de Buey, de Estela Zanlungo. ¿Qué esperar, salvo penas de amor, de unos poemas precedidos por semejante acápite? Sin embargo, del amado sólo se encontrará su vacío. La amante, en cambio, ocupa cada partícula. Casa, bosque, maleza, buey, cuchillo… fragmentos de un yo omnipresente y diverso.

No se trata de un yo que se desdobla, sino que se multiplica. Como en un ensueño dirigido, todo es “yo”. Es “yo” la vecina que sentencia “tu casa es una casa para uno”. Y el grafiti de la pared del fondo que, como un coro, corrobora “para siempre”.

¿Y el amado ausente? Desaparece una y otra vez en imágenes trágicas: “un hombre secándose a la luz/ colgado por el cuello”, elusivas:lo que hoy tampoco va a llegar”, o cómicas: “Se nos van de las manos tantas cosas:/sin ir más lejos ahora/ tengo una bolsa llena de medias sin su par” o los gatos que se estiran al sol “sin nada que delate su condición de amantes”.

Como si esto fuera poco, la enamorada del muro crece tan fuerte que puede escucharse por las noches cómo se clava a la pared, con un amor sofocante que amenaza matar las demás plantas.

Semejantes cosas acontecen en el primer poema que se llama, para colmo, “Destino”.

Es oportuno, entonces, que aparezca un buey, ya que la voz popular nos garantiza que “El buey solo bien se lame”. Podría haber aquí un gesto de arrogancia: invocar a un ser poderoso, que se sabe capaz de vivir su vida con independencia, pero en el primer poema el buey es sólo un “quizás”, un pensamiento y pronto sabremos que una sola palabra revelaría su intemperie. No obstante, el título señala que la casa es suya. Eso nos deja esperanzados.

En casi todo poema o libro de poemas podemos rastrear, por lo menos una historia. En Casa de buey (El andamio ediciones) el tiempo transcurre y tiene consecuencias. Como ya dije, hay personajes que interactuan: son uno y son muchos. Se reúnen y se multiplican. Colaboran y confrontan.

Por el segundo poema, nos enteramos de que el crecimiento desaforado de la enamorada del muro, la “espesura de estación nueva” que habita en el fondo del jardín, toda esa “frondosidad indómita” ha tenido un origen, como quien dice: una causa posible. Y allí el yo de hoy enfrenta al yo pasado, al que “las sábanas le pulían las piernas”. No sin ironía, no sin veladuras, lo declara culpable de haberse desnudado “atrás del sosegado velador” y, sobre todo, de haberse soltado “con la seda de fondo del tren de medianoche”.

La mujer se reconoce en ese ambiente de lujuria vegetal: “La casa ha hincado una raíz/ hasta tocar el núcleo de la tierra/ montada en la columna vertebral/ de su habitante”, aunque no le falte coraje para confrontarla (confrontarse) con sus pequeñas herramientas: una tijera, un cuchillito de cocina, un cepillo de cerdas como púas...

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Tapa Casa de buey

¿Y el buey? El buey se oculta, para lamerse seguramente. Quizás para curar un cuerpo que ha sido lastimado por anzuelos, por fuego o por vidrio. No le importa que la mujer lo llame o simplemente no la reconoce, la está esperando entera. Ella lo ama, por eso, dice: “Cómo no serle fiel / a un animal que se oculta del mundo/ hasta que una recobre/ su carne toda encima”.

El lector se sumergirá en esa saga, donde las estaciones se suceden, asistirá a la lucha y las alianzas de la jardinera y el jardín desbordado, sin saber si habrá tregua entre el tiempo lineal de lo humano y su ordenada búsqueda de la fortuna y el tiempo circular de la vegetación con su fertilidad apabullante. Asistirá, como al teatro griego, con el deseo de que el exceso sea purgado, la cura posible y la sabiduría alcanzada.

Quizás esto se cumpla.

“Después, felicidad, que te pellizquen”, dirá la jardinera. ¿O será el buey?

Estela Zanlungo nació en Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, docente y Técnica Superior en Coreografía e Interpretación de Tango (Edta). Publicó Soñar con agua (del Dock, 2014), Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes 2012; Los días del Buitre (La mariposa y la iguana, 2018), declarado de interés municipal en Lomas de Zamora, 2018; Los hijos de la jauría (Vuelta a casa, 2020), declarado de interés municipal en Lomas de Zamora, 2021; Gerli (Lago editora, 2021) y Casa de buey (El andamio ediciones, 2022), Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes, 2021. Formó parte de las Antologías 2008/2009 y 2010/2011 de la Clínica de Poesía de la Biblioteca Nacional. Sus poemas han sido publicados en Antologías nacionales e internacionales, en revistas culturales y en ciclos literarios. Ha participado de encuentros de poesía en el país y en el extranjero. Coordina talleres de escritura literaria.

El buey se oculta, para lamerse seguramente. Quizás para curar un cuerpo que ha sido lastimado por anzuelos, por fuego o por vidrio.

El refrenamiento

Ah, debieran verme podar el despropósito

que ha crecido en mi patio

para entender que estoy dispuesta

a cortar por lo bueno.

 

Le pregunto al cuchillo si entiende

qué es la frondosidad

y dice ahí, donde la jungla del helecho

suelta hijos.

 

Entonces voy y desentierro el nervio

que baja por el tallo

como me pararía frente a un animal

que hay que sacrificar antes de que despierte,

me subo al borde de la pala

y que no quede más que el filo de la hoja

abierto al aire,

con el impulso de todo el cuerpo encima.

 

A veces fantaseo con mostrar

lo que sé hacer cuando me saco el corazón

y que no quede un signo

que pueda confundirse

con el amor y su desasosiego.

 

El destino    

Tu casa es una casa para uno,

me dice la mujer,

y se sonríe.

Yo le leo los labios y me quedo pensando:

¿Querrá decir un techo para que el buey se lama solo?

 

En la pared del fondo hay un grafiti;

me impresiona que diga para siempre.

Adentro, la enamorada del muro

sofoca a otras especies y como puedo

la voy teniendo a raya

para evitar que se las trague.

Si uno aguza el oído,

de noche se la escucha crecer

como a una lengua

que se hunde en los cimientos.

 

Pero en el fondo del jardín

alterna una espesura de estación nueva

con la imagen de un hombre secándose a la luz

colgado por el cuello,

y todo es natural como cuando los gatos gritan

de madrugada

y al otro día vienen y se estiran al sol

sin nada que delate su condición de amantes.

 

Se nos van de las manos tantas cosas:

sin ir más lejos ahora

tengo una bolsa llena de medias sin su par.

 

Fértil

¿No querías un bosque?

¿No lo deseaste tomando tu casa por asalto

mientras se dilataba el canto de la luna?

¿No lo viste venir en la humedad suntuosa

del patio, después del riego de la tarde?

 

Crecía a tus espaldas,

cuando te desnudabas atrás del sosegado velador,

después de haber colgado el vestido,

y al soltarte

con la seda de fondo del tren de medianoche.

 

Entonces el roce de las sábanas te pulía las piernas,

y se enterraban las raíces

un poco más,

un poco más,

en el irrefrenable corazón de la tierra caliente.

 

Ahora que te sangran los dedos

al arrancar los brotes de la pared del cuarto,

pensás que apenas se insinuaban

con el café del desayuno.

 

Debiste haber previsto

que lo que se persigue con el cuerpo

termina dando flores

de una frondosidad indómita.

 

El alma al cuerpo

Vuelvo a la casa después de algunos días

y el buey no está esperándome

sobre la manta de morder:

lo busco en los armarios,

lo llamo por su nombre,

le silbo en clave como sólo nosotros entendemos.

 

¿Lo habrá espantado la inquietud

de mis huesos vestidos sin olor,

como la pura cáscara de un fruto?

 

Seguro, el escondite

es su manera de rumiar,

porque yo he regresado, pero es cierto

que uno tarda en llegar

por más que esté de vuelta.

 

Cómo no serle fiel

a un animal que se oculta del mundo

hasta que una recobre

su carne toda encima.

 

Hoja de ruta

¿Has visto?

Nadie murió de hambre.

Hubo que abandonar la casa

sin un papel que constatara: acá

los niños enterraron juguetes

bajo las tablas de madera,

por esta claraboya entraba oblicua la luz

y aun así

ahora crecen helechos

en tu jardín de sombra.

 

Cuando se descolgó la madrugada

pegada al cielo raso por los ojos,

te miraste al espejo

y apareció una cosa que mejor no haber visto.

 

Ya te erguiste de nuevo.

Compraste fruta del cesto de hacer dulce,

afilaste en un vaso

la tijerita de cortar el pelo, de pegar

la cinta al bies al dobladillo.

 

Después felicidad, que te pellizquen,

tocar el precipicio con el pie,

caer,

caer contra los azulejos,

hasta que el agua de la ducha terminó de enfriarse

y te volviste vieja

como la abuela de tu madre.

 

Ahora cada vez que alguien agita la campana,

el aire alrededor mueve los engranajes

y es hermoso tocar el fuego con la mano,

pero sabiendo.