Novedad en poesía: “Charo”, de Juan Fernando García
Juan Fernando García, nació en Necochea. Es poeta, docente y gestor cultural: editó los libros de poesía La arenita (2000), Todo (2004), Ramos generales (2006), Morón (2014), Sobre el Carapachay (2017), Temporales (2018), Frente al bosque de pinos (2021) y este año publicó Charo, por Salta el pez.
Charo, es el sobrenombre del papá del poeta, ahora también es un libro. Una evocación, un diario, un entramado de treinta y cinco poemas que dialogan sobre la muerte, la ausencia y la reconstrucción, las nuevas formas de encontrar al ser querido.
Juan Fernando García retoma la tradición del diario de duelo, como Roland Barthes, objetiviza la ruta de la pérdida y la convierte en poema. Logra observar la emoción, mirarla y darle palabras. Le gana a la inefabilidad de la muerte para entenderla y compartirla.
“¿Soy el hijo/que va a ver a su padre morir?” Se pregunta en el primer poema para luego atomizar la incertidumbre y con cada partícula armar los siguientes. Una especie de ejercicio del lenguaje para encontrar la palabra justa.
La muerte es vacío y ausencia pero también es presente. Una presencia sutil que aparece de manera amorfa hasta que uno/a la va moldeando a su medida. Un mensaje claro en la surrealidad del sueño, en la apariencia inasible. Una existe que no se deja tocar.
Entonces a medida que avanza, el poeta se reconoce, ya no en la pregunta sino en la afirmación: “Soy el hijo que vio morir a su padre” y emprende el camino de búsqueda hacia él: “Miro la lejanía/y evoco a mi padre/soy algo de él que permanece”.
Juan Fernando García es un hijo que vio envejecer, deteriorarse y morir a su padre: “Que te vayas tranquilo deseaba/y así te vi, en tu segundo crucial”. Esa calma y ese silencio que en el presente vuelve entre las risas, el paisaje y los nietos. En la vida cotidiana, en la continuidad inevitable.
La muerte es implacable, sin embargo el recuerdo llega con la lluvia, con la pandemia, con los objetos, con la ropa, con el mar, con los meses y permanece. Leo Charo y me pregunto si la muerte es ausencia o presencia absoluta. De repente la persona pasa a ocupar todos los espacios.
Juan Fernando García es un hijo que vio envejecer, deteriorarse y morir a su padre: “Que te vayas tranquilo deseaba/y así te vi, en tu segundo crucial”. Esa calma y ese silencio que en el presente vuelve entre las risas, el paisaje y los nietos. En la vida cotidiana, en la continuidad inevitable.
“¡Oh extraño rostro ahí sobre el espejo!” dice Ezra Pound; Juan escribe: “Así, el reflejo queda/y me miro al espejo y te veo en mí, /me veo”… un desplazamiento, una fusión. Ese ser que se va y que pasa a formar parte de uno/a.
Nathalie Léger este año publicó un libro sobre el duelo, En busca del cielo, allí escribe: “Las palabras forman esa especie de savia resinosa que los japoneses mezclan con oro en polvo para reparar los objetos propios, para darle un valor nuevo a lo destruido: las palabras son el Kintsugi de mi alma hecha pedazos”. Juan Fernando García en Charo logra resignificar el dolor y darle un valor nuevo con las palabras.
En Charo emerge la belleza del desconsuelo, en cada señal, en cada detalle que advierte la presencia: “Cada vez que apareces en mis sueños /irradias algo bello. No hablo de la calma, /no, me parece que una luz te abraza”. Y una vez más la persistencia, la marca, el indicio: “Extraño a un padre/que se presenta en sueños”.
La experiencia de orfandad llega con la partida de un padre, cuando algo de la infancia se va para siempre: “Y esquivo el efectismo de un padre que se ha muerto /hace tan poco tiempo, /y el hueco familiar indiscernible/me deja en la soledad más cerrada/donde el único centro me parece/eras vos”.
La soledad, el desasosiego, la nostalgia. La necesidad de buscarlo pero la dificultad de volver al lugar donde vivió. Charo es un homenaje, una declaración de amor, una certeza de eternidad, donde el poeta recorre los sueños, los pensamientos, las evocaciones y al fin lo encuentra: “Sigo una sombra/y en mi sombra / te veo”.