Juan Fernando García: “La serie es la potencialidad de un libro de poemas”

  • Imagen
    Juan Fernando García
    Foto: Gustavo Gottfried
APU ENTREVISTAS

Juan Fernando García: “La serie es la potencialidad de un libro de poemas”

29 Septiembre 2024

Juan Fernando García, poeta, docente y gestor cultural, autor de libros como La Arenita, Todo, Ramos generales, Morón, Sobre el Carapachay, Temporales, Frente al bosque de pinos, y Charo conversó con FRACTURA, el suplemento literario de AGENCIA PACO URONDO sobre su relación con el quehacer poético.

Agencia Paco Urondo: ¿Qué es la poesía en tu vida y cómo empieza ese recorrido?

Juan Fernando García: En mi caso tuvo que ver con un trayecto que une mi infancia, mi adolescencia y la carrera que elegí: Letras. Hasta que no vi plasmado mi primer libro, La arenita, no podía nominarme como poeta o escritor. Pero en mi recuerdo de la infancia hay algo de la escritura que está desde muy chiquito, donde escribía algo que se parecía a un poema. 

Y en la adolescencia aparece el lector. Un poco en secreto y gracias a la ayuda de las docentes que tuve, que me abrieron un panorama de lecturas, de recorrido estético.

Todavía me acompaña un eco de esas maestras o profesoras. Yo no podría escribir dos líneas si no fuera por todo lo que leí y lo que leo, me parece como una cosa vital.

La carrera de Letras siempre es una posibilidad, para los que nos gusta escribir, de creer que puede ser una puerta, una ventana a la escritura. Sin embargo, por lo menos en el periodo que yo la hice, no tenía ni siquiera un taller de expresión, qué decir de poesía. Es una carrera que amé y amo, pero también se impuso el docente. Yo quería ser docente, quería ser como las profesoras que había tenido y que eran grandes lectoras y capaces de transmitir una pasión.

A los 15 años decidí que iba a estudiar Letras y que iba a ser docente. Tengo un respeto enorme por la docencia de secundaria, que fue lo que me dio de comer durante muchos años y después, ya de grande, me tocó la docencia universitaria, específicamente con la poesía. Es un trayecto práctico. La lectura era un refugio y, a su vez, una moneda de intercambio con muchos compañeros que también leían.

APU: Está la soledad del que escribe, pero a su vez, aquello que lo sostiene es lo colectivo ¿Cómo vivís eso?

J.F.G.: Me gusta siempre repetir una frase que se la escuché, calculó que hace unos 30 años, a Diana Bellessi: uno es con los otros. La escritura en soledad es lo que uno hace como práctica, pero la posibilidad de ser de ser poeta y que te reconozcan como tal, que el otro te vea y te identifique como tal, creo que tiene que ver con esa conjunción. Y no tiene que ver con grupos que uno organice, sino en la escucha del otro hacia vos, en vos hacia los otros.

Esa posibilidad que genera el ciclo de poesía, que puede ser pequeño o grande como un festival, pero que nos juntamos cinco a leer y así sean 10 personas en el público o mil hay algo de la escucha. Por ahí no terminé de entender el poema o me quedó una imagen, pero eso hace que vayamos a buscar más, que se vaya a buscar esos libros. Creo en esa convivencia, en ese intercambio. Es como un tráfico de lecturas, que alguien te recomendó. A mí me tocó escuchar a poetas enormes como Madariaga, Olga Orozco, Coto Colombo o Susana Villalba, que ambas acaban de sacar sus Obras Reunidas.

Destaco lo de la Obra Reunida porque es un gran momento para ciertas poéticas que, quizás por el tiempo, por las vicisitudes y posiblemente por cuestiones individuales, esos libros han desaparecido del mercado y la posibilidad de tener todos en uno me parece buenísimo.

Villalba organizaba un ciclo hace muchos años, en un lugar que se llamaba Babilonia, cuando el Abasto todavía no era shopping, y me invitó a una mesa con Francisco Madariaga. El era mi poeta favorito, lo sigue siendo. No tiene nada que ver mi poesía, pero hay un brillo en esa poética. Quedé enloquecido de leer con él.

URL de Video remoto

APU: Siempre trato de estudiar qué es eso de la voz del poeta ¿Sentís que hay un aura?

J.F.G.: Hay un modo de la lectura del poeta, incluso en aquellos que uno diría “qué plomo cómo lee”. Cada generación ha tenido un modo de leer. Madariaga leía casi como una especie de prócer, de una poesía que abarcaba todo el paisaje; Orozco era profunda como sus poemas. Después viene la generación de Bellessi y leen de otra manera, y en el presente hay formas muy diversas que vienen de la oralidad, del slam, que hace que el poema sea dicho casi como si fuera una arenga.

Cuando hay poetas que leen de manera muy personal, queda un eco en lo que después uno va a leer al texto. Madariaga es un caso, Olga Orozco, otro. Siempre menciono el primer poeta enorme que escuché en mi vida y que es mi recuerdo de mis años platenses, que es Edgar Bayley. Lo escuché en El Libraco, una librería que organizaba un ciclo y quedé muy impresionado. Además, fue el año en que muere, unos meses después. Vino ya como desgastado, pero leyó con una prestancia sus poemas más reconocidos que me quedó una marca. Es la primera marca que reconozco de un poeta que me acompaña hasta el día de hoy, cuando lo leo aparece la cadencia de Bayley.

APU: No se habla mucho de él.

J.F.G.: Hay que recuperar esa voz. No sé quiénes son los herederos, quiénes tienen los derechos de esa obra. Hay que rastrear, tiene una Obra Reunida que le armó Pablo Ode, también hay una antología del Fondo de Cultura Económica que está circulando en saldos y este año va a salir una biografía. Me parece que es el momento para empezar a recuperar esa obra. Es el más raro de toda esa generación surrealista, por su vínculo con el arte, con la vanguardia. En la Facultad, preguntás quién es y no lo reconocen, me atrevería a decir que también pasa con gente que es muy leída por fuera.

APU: ¿Ves algún tipo de vínculo entre la poesía y la música?

J.F.G.: Daría una respuesta muy rápida que es “la poesía es música”. No en la manera en que uno cree que una canción es un poema (si una letra ha sido escrita para ser musicalizada, es otra cosa). A partir del verso libre, que es la idea de que uno puede cortar el versito por donde sea, la idea de la música está mucho más abrazada, porque uno hace una cadencia, unos requiebros, cortes que tienen que ver con la musicalidad.

El ritmo es la poética. Ahí se guarda parte de la poética personal, que puede variar, puede estar a expensas de los momentos en el que uno se pone a escribir determinadas cosas, pero es mucho más musical que los poemas medidos. Esa forma fija cristaliza una forma musical que es la del metrónomo, como decía Ezra Pound. El verso libre tiene un vínculo muy estrecho con la musicalidad y es interno, es algo en lo que uno tiene ahondar ahí hasta encontrar la propia música.

APU: ¿Dónde encontrás el poema? ¿Cómo viene y cómo se hace?

J.F.G.: Me cuesta partir de una escritura programática, esa idea de “voy a escribir sobre”. Fracasé siempre, incluso en libros como Charo. Era un homenaje a mi padre, ese libro tiene una cronología que empieza con su enfermedad, el último momento de Charo (que es su sobrenombre). En un primer momento fueron poemas que escribí porque estaba viajando a ver a mi padre que se moría.

Un tiempo después, empezaron a aparecer estos poemas como recordatorios o escenas que recuerdo con él y en algún momento se transformaron en una serie. Y la serie es la potencialidad de un libro de poemas. Uno nunca sabe. Puedo escribir 10 poemas sobre el mate, y quizás puedo escribir 100 y descubrir que hay un libro o decir “hay que podar porque esto no da”.

“El ritmo es la poética”.

Parto de un disparador y escribo mucho en épocas de vacaciones, en un tiempo mucho más liviano, no tengo método para escribir. Soy medio desordenado. Puedo estar con algo años y años, literalmente, voy y vuelvo. Cuando es un tema como podría ser el paisaje o mi padre, esa serie es una potencialidad. Si me quedo un tiempo más, veo si podría avanzar en un libro. Siempre es alguien que me lo dice, igual, yo soy medio fiaca y me quedo en la serie.

Me pasó con Charo, haberlo leído y que Andy Nachón me dijera quedate un poco más, no seas fiaca, acá hay algo más. Las otras fueron, en un festival en el norte santafesino, Diana Bellessi y Sonia Scarabelli, que me escucharon y me dijeron acá hay un libro, y yo tenía siete u ocho poemas. En una serie uno agarra dos o tres poemas que decís están cerraditos, pero no siempre uno tiene la misma suerte, tiene que tentarlo.

El disparador puede ser una película, un paisaje, un encuentro con amigos, algo vincular, nunca sé por dónde va, pero sé que están en cualquier momento. Hace tiempo estoy rondando lo mismo, el paisaje, una memoria de infancia. Cuando uno se pone más grande esa memoria de infancia parece más mítica.

APU: Lo de “quedate un poco más” me lleva a pensar en la corrección del poema; estamos en un momento que da muchas posibilidades a lo inmediato ¿Cómo trabaja el docente con eso, para no apurarse?

J.F.G.: Hay poemas que, a veces, salen más redonditos. Igualmente tengo (voy a usar una palabra muy subjetiva) cierto pudor. No puedo leer el sábadp algo que me pareció redondito cuando lo escribí el martes anterior. Es personal. Admiro al que puede escribir un poema y decir “esto lo escribí ayer”, porque tiene que ver con una confianza en la palabra muy grande. También puede haber poetas mayores que hace 20 años leían cosas producidas en años y ahora se animan con algo producido más en caliente.

Pongo el ejemplo de la lectura en público porque es como un tester, ahí lo prueba y ve si está bueno. Soy muy lento en ese proceso, creo en la corrección, por supuesto, y en las clases que doy propongo que vuelvan al poema varias veces, siempre hay algo para ajustar. El momento de parar es cuando se vuelve medio obsesivo, que uno entra en un espiral del que no puede salir por cambiar una coma.

Hace poco leí un poema, en público, sobre mi perra. Es una presencia muy importante en mi vida y empecé a escribir poemas hace un montón, uno cada tanto. Ahí digo que llegó a casa hace tres y ahora son seis, estuve tentado de cambiar 3 por 6, pero así podría estar hasta el infinito. Lo que me gusta de eso es que ahí está la marca donde ese poema fue escrito. Me parece atendible que alguien diga que corrige poco, a mí no me funciona.

APU: ¿Estás con algún proyecto ahora, escribiendo algo en particular?

J.F.G.: Estoy cerrando un libro nuevo de poemas que tienen varios años y va a integrar (lo puedo anunciar porque es recién para el año que viene) mi Obra Reunida. Me parece muchísimo, pero bueno, tengo el acuerdo con Patronus. No me lo imaginaba y también puedo esperar, porque son momentos muy críticos para la economía de una editorial independiente, para sacar un volumen de Obra Reunida. Me aliviana la idea de poder armar ese libro nuevo que va a integrar la obra, pero también sé que es en pos de ese volumen.

Después, siempre vuelvo, porque hay proyectos que he dejado en suspenso. Desde el 2014 hasta el principio del 2020 viajé todas las semanas a Junín y Pergamino para trabajar en la Universidad del Noroeste de la provincia de Buenos Aires. Empecé a escribir una especie de diario que se llama Rutas, qué recién a 10 años estoy retomando. Cualquiera que viaje, aunque sea La Plata-Buenos Aires, para trabajar semanal o diariamente sabe que es como la repetición de la rutina. Pero la mirada del que va arriba de un colectivo hace que el paisaje cambie todo el tiempo. Nunca era igual. Eso hizo que yo empezara a escribir esas Rutas, con la idea de ver cómo mostrar lo que es igual, pero cambia. Estoy entrando a la corrección de eso.

APU: ¿Qué pensás de la función poética, hoy?

J.F.G.: Estamos viviendo un momento tan insólito para nosotros, esta nueva vieja forma de la política que nos arrasa, que todavía tenemos que tener un resto para resistir, cuando de verdad tengamos que resistir. Pero creo que la poesía es hoy un refugio, un toldito donde podemos encontrarnos. No desde un lugar tan poco esencialista, ese decir “la poesía nos salvará”, sino un lugar de refugio amoroso, tenemos que abrazar esa posibilidad.

La poesía en términos de política tiene que tener un tiempo para decantar. Hoy, en caliente, me parece que no podemos decir nada poéticamente, sino la catarsis de lo que nos está conmoviendo, pero creo que para que suceda en el poema tenemos que esperar. También porque todo esto va a pasar, va a ser un mal recuerdo con heridas, pero ahí vamos a estar para poder sanar o cuidarnos o protegernos con la poesía. Cuesta mucho pensar cómo llegamos hasta acá. Hay explicaciones, pero digo en el cotidiano. Igual, lo que más me inquieta tiene que ver con lo que se destruye, lo que no se recupera o va a costar recuperar.