Pablo Martínez Burkett: “Cada palabra aspira a lograr ese encantamiento que borronee los límites de lo real y lo ilusorio”

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Pablo Martínez Burkett: “Cada palabra aspira a lograr ese encantamiento que borronee los límites de lo real y lo ilusorio”

29 Mayo 2022

Por Hernán Casabella

AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?

PABLO MARTINEZ BURKETT: Es un poco difícil ser preciso. Crecí en una casa con libros de Historia, Arte, Religión, Música. Y mi papá, a la tarde, era el bibliotecario de mi colegio. Viví rodeado de libros. Y como soy de otra generación, mientras los adultos se entregaban al rigor de las siestas santafesinas, a los niños nos ponían a leer para no hacer bochinche. Supongo que mi primer libro fue “Viaje al Centro de la Tierra” de Julio Verne. Pero también pudiera ser “Sandokan”, de Salgari. No mucho después caí en las garras de “Narraciones Extraordinarias” de Poe y me provocó ese estremecimiento primero del que no quise irme más.

APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)

PMB: Soy un poco errático en mis lecturas. Como leo de a dos o tres por vuelta voy, vengo, abandono, retomo, o me olvido. Cada vez tengo menos paciencia. Si el libro no me “habla”, lo dejo sin el más mínimo escrúpulo. A veces, le doy un par de páginas más de changüí. Y según se mire, mis anécdotas más que memorables pudieran resultar blasfemas: por más empeño que le puse nunca pude avanzar mucho con el “Ulises” de Joyce. Y entre los últimos, me fastidié con la “Trilogía de los Tres Cuerpos” de Cixin Liu.

APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?

PMB: Vengo aportando al fondo de jubilación de unos cuantos libreros. Y suelo regalar muchos libros. En cuanto a prestar… me puedo sacar la camisa y dársela a alguien pero no me pidas que te preste un libro. No. Lo siento. En mi biblioteca tengo un portarretrato con la famosa amenaza para quienes “quitaren, distraxeren, o enajenaren un libro, pergamino o papel”. Sé que con mis libros tengo un TOC que quizás todavía no esté descripto. Pero no me preocupa. Llevo una vida acumulando libros y nunca serán suficientes. Así que prestar, concluyentemente no. Y cada vez que pierdo un libro me da un severo desarreglo nervioso. Vender, a veces, los repetidos, aunque me cuesta. Y robar, no.

Pablo M. Burkett (@pmburkett) / TwitterAPU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?

PMB: No siempre voy a decir los mismos. Pero seguro que debería estar “Ficciones o “El Aleph” de Borges, “La invención de Morel” de Bioy Casares y “La ciudad ausente” de Piglia. Pero estoy dejando afuera “Bestiario de Julio Florencio o “Sombras suele vestir y otros cuentos” de Pepe Bianco o “Cuentos de amor de locura y muerte” de Horacio Quiroga. Y no podría faltar algo de Arlt, de Walsh o Macedonio.

APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?

PMB: Igual. Selecciono ahora y dentro de un rato se me van a ocurrir otros. “El color que cayó del Cielo” de H. P. Lovecraft por ese horror anómalo que no sabe de conjuros ni piedad; “Otra vuelta de tuerca” de Henry James; una obra maestra del “te oculto mientras te muestro” y “El nombre de la Rosa” de Umberto Ecco porque es un relojito maravilloso.

APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificado?

PMB: Alonso Quijano, al que por leer tanto se le sorbió el celebro. El Gato de Cheshire, el felino funámbulo de Alicia. Robert Neville de “Soy Leyenda” de Richard Matheson. A veces, Patrick Bateman de “American Pyscho de Bret Easton Ellis.

APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?

PMB: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”. De toda obviedad es Emma Zunz, en El Aleph de Borges. Es todo un programa de escritura. Un taller literario en cinco renglones.

APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?

PMB: Ojalá pudiera invocar una epifanía. Pero no. Tengo algunos recuerdos, como unas rimas que escribí a los diez años a resultas de una intoxicación que tuvimos en una fiesta de comunión del grado. Es el primer retazo de esa necesidad de darle un cauce a las palabras que se me atolondraban. Un poquito más grande, ya escribía historias de cowboy como en las novelitas de Marcial Lafuente o historietas a la manera de Mark, Gilgamesh o Dennis Martin de Robin Wood. Después empecé con los imperativos poemas de amor no correspondido. Hacia los dieciséis escribía con cierta regularidad, sobre todo a partir de que tuve Filosofía en el colegio. Y a partir de la facultad me dediqué con mayor perseverancia. Pero es solo un caminito de hormiga que se puede trazar mirando para atrás.

APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?

PMB: Siempre sueño con organizar un horario para hacer cada cosa: escribo de tal hora a tal otra, leo de tal a cuál, en fin. Sin embargo, vengo fracasando con éxito. Así que, en términos generales, la respuesta es no. Escribo donde puedo, como puedo. Por ahí soy de poner música. Y si estoy en mi escritorio puedo prender pachuli o quemar incienso. Café o mate. Té, si es a la tarde. No mucho más.

APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?

PMB: No, para nada. Alguna vez leí que los escritores profesionales son los que escriben tengan o no ganas, tengan o no inspiración, tengan o no a mano el osito de peluche. Yo escribo, siempre. Quizás mi fetiche sea el tableteo del teclado que logra abstraerme del entorno y zambullirme en el universo que estoy tramando.

APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?

PMB: No. El lenguaje es una convención, no una anarquía episódica. Soy padre de una hija de 12 años y mi compromiso por la igualdad de género y derechos va por otro lado. Un lado que luce menos, pero más eficaz conforme mi leal saber y entender.

APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?

PMB: Me parecenalgo maravilloso. Sobre todo, por la posibilidad de interactuar con los colegas y amigos. De hecho, soy el curador de un ciclo de terror que estrena su tercer año consecutivo. Es una de las cosas que más me fastidió la pandemia. Y no es que fuera a todos los eventos, pero siempre son una ocasión de alegría. Me jacto de frecuentar tribus de lo más heterogéneas. La diversidad interpela y enriquece. Además, creo que tenemos un deber de solidaridad.

APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?

PMB: Los que no vivimos de la literatura tenemos que robarle tiempo al trabajo mejor pago, la familia, los amigos y en particular, a la noche. Y en cuanto a los vicios (entendiendo por tales, las sustancias), no lo sé. A lo sumo alguna vez habré escrito un poco chispita por alguna bebida alcohólica, pero no como sistema porque enseguida me duermo.

APU: ¿A quién relees periódicamente?

PMB: Me pasa algo curioso: cuando estoy leyendo me topo con algún párrafo o una idea que me remite a otra y, en ese momento, dejo de leer y me zambullo a buscar la referencia, la más de las veces, en un libro de crítica literaria. A veces manoteo el correcto y otras me puedo pasar una tarde desplumando los estantes. Son como sucesivas ventanas que se abren y multiplican en mi cerebrito. Un rompecabezas que nunca se termina de armar. Lo encuentro vivificante porque me pone en diálogo con toda la biblioteca. Quizás mi vida lectora sea un bucle de relecturas.

APU: ¿Qué tres autores argentinxs reeditarías?

PMB: Más que autores que siempre hay alguien pensando en rescatarlos (como como Feiling, Wilcock, etc.) propondría que se reeditaran todos los fascículos de la colección “Capítulo. La historia de la literatura argentina” de esa joya que tuvimos que fue el Centro Editor de América Latina. Lo poco que pueda saber de literatura argentina se la debo a esa colección de mi padre.

AMondo Cane Pablo Martinez Burkett Muerde Muertos Stelmo | MercadoLibrePU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?

PMB: A cada siglo le toma un par de décadas para entrar en el próximo. Supongo que quedará mucho para rescatar cuando las ondas concéntricas se vayan apaciguandoy se pueda mirar en el fondo del agua. Los libros que hayan gozado de las mieles del oportunismose irán perdiendo, desplazados por lo que el ardor conmutativo ponga de moda. Y quedarán aquellos textos que se hayan dedicado a contar historias. Que, a mi modo de ver, de eso se trata la literatura.

APU: A calzón quitado, ¿lees a tus contemporánexs o solo lees las contratapas?

PMB: Leo mucho a mis contemporáneos. Unos cuantos son amigos, otros los conozco. A veces se lee por gusto, camaradería, interrogante o compromiso. Pero no hago distingos: un libro me parece bueno con independencia de quién lo haya escrito y en qué siglo. También leo por las reseñas, las contratapas y aún, los prólogos que me encargan. Por supuesto que me gustan más ciertas temáticas que otras. Pero sí, leo muchísimo a mis contemporáneos.

APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?

PMB: Estoy empezando a preparar un libro de ensayos sobre Lovecraft y Lord Dunsany así que ando medio enfrascado en estos muchachitos y sus congéneres. Y por placer estoy leyendo uno de Syd Field donde analiza cuatro guiones de películas de los 80’/90’. Para escribir terror hace falta convertir la dinámica de palabras en dinámica de imágenes y la dinámica de imágenes, en dinámica de emociones. Así que aprendo mucho de guionistas y dramaturgos porque imagen y acción es la materia prima de su escritura.

APU: En “Mondo cane” cada cita es un cross que deja sin aire, ¿que pensás que le ocurre al lector ante el uso cuidadoso de las palabras, y esa búsqueda de no aterrorizar pero sí intrigar?

PMB: Lo de las citas es una manía que le copié a Poe. Me consta que al lector le llama la atención y que, tratándose de relatos cortos, la cita permite anticipar, reforzar y aún, engañar. Creo que las palabras tienen el poder de crear universos y, como consecuencia de ello, la ponderación del peso específico de cada palabra aspira, justamente, a lograr ese encantamiento que borronee los límites de lo real y lo ilusorio para solaparlo con otro mundo, alterno, divergente, de pesadilla.

APU: En Los ojos de la divinidad lo fantástico de la literatura de Borges y de Bioy encuentran en Pablo Martínez Burkett el tercer miembro del Truco gallo; ahora hay algo que se enuncia y hay algo que subyace, que es propio del género pero vos lo rompés a partir del uso cuidadoso del lenguaje, ¿Cómo fue la búsqueda para llegar a esto?

PMB: Se agradece, pero Bioy y Borges estarían indignados con un jugador tan inepto. Contar historias fantásticas tiene mucho de la charlatanería del ilusionista y otro tanto de la precisión del alquimista porque exige un doble pacto de ficción: le pedimos al lector que, además, crea en lo imposible. Si Freud tenía razón, y el inconsciente está estructurado como un lenguaje y el lenguaje es la capacidad de expresar emociones y pensamientos por medio de la palabra. Y si la emoción más antigua que anida en el inconsciente es el miedo, luego, para suscitar miedo es necesario articular palabras bien precisas. Este libro tiene historias más urbanas que usan el mundo de las ideas como narración. Y el lenguaje guarda una cierta distancia con la intención de aumentar la extrañeza.

APU: En “Luz azul”, el palíndromo, desde el título hasta muchos de los nombres de los cuentos son la cortada perfecta ¿para qué?

PMB: Para profundizar la propuesta de un mundo oscuro con situaciones perturbadoras. Hay otros mundos, decía Paul Éluard, pero están en este. Quizás esa sea el mejor resumen de mi premisa narrativa. Esos mundos especulares, duplicados, velados, que nos acechan, son el material de mi estrategia compositiva. Y, sobre todo, los horrores que habitan esos mundos contiguos y de los que apenas tenemos sospechas por un destello, una ínfima alteración, algo que no debiera estar ahí. Lo raro y lo espeluznante que bien señalaba Mark Fisher.

APU: Alguna vez oí al pasar una reflexión que aún resuena en mi cabeza, "con la sombra no se puede" pero luego de leer y releer el Forjador de penumbras, hay sombras que permiten diversos matices y tonalidades que vuelven cada relato susceptible de conjeturas, al menos en mi caso, para ya no volver tan categórica aquella reflexión, ¿hay algo de eso, o es apenas un atisbo que permite disimular el temor y la incertidumbre de lo fantástico?

PMB: La sombra no es otra cosa que una proyección que revela la interpolación de un algo entre la luz y la oscuridad. De alguna manera, la sombra es un símbolo. Y desde Platón hasta Matrix abundan los ejemplos de narrativas que buscan llamarnos la atención sobre este aspecto de lo que llamamos realidad. Si desde la religión hay quienes proponen que no seríamos más que el sueño de una divinidad dormida y desde la física cuánticase postula que el propio universo no sería sino un holograma; la ficción fantástica tiene que ser más que elocuente. Mi vocación, entonces, no es otra que agravar esa incertidumbre y el miedo existencial que provoca. Ojalá alguna vez lo logre.

APU: En “El banquete de Tántalolos” tópicos clásicos del género se recontextualizan con una marcada coloratura local. ¿Es una búsqueda deliberada o se fue dando?

PMB: “El banquete de Tántalo” es el nuevo libro que me publica la Editorial Muerde Muertos. Son trece relatos de terror psicológico y horror sobrenatural que pueden entretener tanto a los amantes del género comoa un público más amplio. Los escenarios son reconocibles o apenas difuminados y las desgracias le suceden a una Mabel o un Rodolfo cualquiera de la vida. Trabajamos mucho para proponer postales de un miedo muy cotidiano.

APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?

PMB: Sí, por supuesto. Ningún teclado nació escritor. Messi hoy se sigue entrenando porque para hacer goles hay que patear muchas veces al arco. Muchas. Y cada tanto, si uno tiene constancia y paciencia, hasta puede que haga un gol para la foto.Eso no obsta a que tengamos talleres y talleres... Si en nuestro país todos nos creemos director técnico de la selección nacional, todos nos creemos capaces de enseñar a escribir. Entre el narcisismo y la mishiadura, la cosa se pone áspera. Mi mejor recomendación es que prueben asistir a un taller literario. Eso sí, que se busquen alguien que sepa enseñar. Escribir bien no te convierte en buen docente. Después, ya es cuestión de piel, costo y agenda.