“Pequeños animalitos”: libro póstumo del maestro Hugo Correa Luna

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    Hugo Correa Luna
    Foto: Leo Vaca
Reseña literaria

“Pequeños animalitos”: libro póstumo del maestro Hugo Correa Luna

25 Septiembre 2022

La frase rebosaba de un extravagante hermetismo.

H.R.C.L.

¿Existe la literatura argentina? Cuando lo conocí al enorme Hugo Correa Luna a mediados de los años 90 esta pregunta seguía viva, enclenque pero viva; tal vez hoy ya no tenga sentido. Nosotros nos pasábamos tardecitas enteras despellejándola. Existe-no existe. Existe-no existe. Tirábamos apellidos como en una mesa de truco se tiran naipes. A veces mentíamos. Ahora bien, si existe algo así como la literatura argentina (existe), Correa Luna forma parte de ella. Pero la literatura argentina, ¿es literatura nacional?

En la “nota final” del libro de relatos que acaba de publicar Dábale Arroz Ediciones (un nombre muy digno de la invención de Hugo, hay que decirlo): Pequeños animalitos, se presenta esta vieja interrogación. La discutían cuatro amigos en los 80 (en los 80 esta duda acosaba al esperpéntico campo literario), y uno de ellos aseguraba “que no había tal cosa” —según confiesa traviesamente el narrador, este amigo luego sería director de la carrera de Letras en “Filo”, ironías aparte—.

El narrador justifica estos relatos y la pregunta recién formulada cruzando dos datos que a primera vista quizás no tienen nada que ver, pero que en el universo de Correa Luna resultan de lo más normal: la gauchesca y la idea o el mito extendido del “crisol de razas”. Los relatos que se compilan en este ejemplar justifican este cruce. Estos relatos narran las desventuras de una serie de familias orientales, chinas o japonesas, que van conociendo diferentes negocios (una gomería, un criadero de pollos, unos viveros de orquídeas, la pastelería). Como quieren amoldarse a los extraños hábitos de la vida argentina, juegan al truco y se entreveran con cuchillos. También se pierden en disquisiciones que no se saben dónde comienzan y que nos pueden llevar a cualquier parte.

Si algo me enseñó Hugo es que para que una palabra sea justa debe acoplarse a la seducción del ritmo, que es más potente que la constatación del más mentado concepto.

El estilo de la narración responde a lo que Hugo nos tiene acostumbrados: entre lo serio y lo hilarante. Lo justifica haciéndole decir a uno de sus personajes que “es la risa la que mueve a los fantasmas y los multiplica y los envuelve en una euforia que lo invade todo… ¿No será esa la razón por la que los animales no ríen?”, se pregunta una página después. ¿Por qué no? La risa de Hugo era de las más peculiares en el campo de la literatura argentina, sin duda la más contagiosa.

Cuando leo a Hugo siento que un hombre con mostachos amarilleados por el tabaco y sus anteojos inconfundibles me agarra de la mano y me saca a pasear por los lugares y los tiempos más absurdos que nos sean dable imaginar. Obvio, el maestro en este estilo es el habitante de Caballito César Aira (sobre el cual también discutíamos en su momento, enamorados como estábamos de El vestido rosa y Una novela china), que Correa Luna conocía muy bien —tendríamos derecho también a hablar de Copi y de Lamborghini, personajes estos que pertenecen a la misma familia —Hugo también participa de esta familia estrambótica. ¿Cuál es para mí el rasgo, o mejor dicho, uno de los rasgos singulares de la poética de Correa Luna? La obsesión por ese mito flaubertiano de la palabra justa. Y la musicalidad. Porque la famosa “palabra justa” no es una palabra sola, aislada, que brilla y se consume en su mismo esplendor. No. Si algo me enseñó Hugo es que para que una palabra sea justa debe acoplarse a la seducción del ritmo, que es más potente que la constatación del más mentado concepto.

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pequeños animalitos

Cuando suspendo la lectura y trato de mirar el paisaje que me presentan estos relatos, no cuentos (parecen cuentos, pero son relatos que hacen estallar la estructura clásica del cuento, desde Edgar Allan Poe hasta Horacio Quiroga y Jorge Luis), me encuentro en una encrucijada o una contradicción, porque mientras el ritmo hace que me deslice como en patines entre los renglones, por otro lado me encuentro con una geometría borgeana (o china) que diferencia “lo que está siempre lejos” de “lo que está lejos pero se acerca” y de “lo que siempre está demasiado cerca”. Esto se organiza suspendiendo cualquier movimiento.

Días pasados se realizó en la Biblioteca Nacional la presentación de dos libros póstumos de este gran escritor argentino, de este gran maestro de escritores argentinos que pasaron por sus talleres —como sostuvo allí su pareja Vicky Boschiroli (otro día voy a contar la desopilante anécdota que me ocurrió el día del casamiento de ellos dos). Uno es de poemas: La voz desanimada; el otro, este de relatos que reseño brevemente en esta nota, y que son de lectura obligatoria para cualquiera que alguna vez se haya preguntado cómo narrar de un modo realista hechos extravagantes, una mezcla que constituye el motor de la narrativa de Hugo Correa Luna.