“Poemas a Lucía”, de Gabriela Álvarez: el cuerpo como voz poética
Gabriela Álvarez es una poeta santiagueña que publicó, recientemente, su tercer libro al que dio por titular Poemas a Lucía. Lo hizo a través de la Editorial tucumana Falta Envido Ediciones, que dirigen Daniel Ocaranza y Zaida Kassab. Este nuevo libro pertenece a la colección Indeleble y que cuenta con el prólogo de la escritora mendocina Marinés Scelta.
Scelta plantea en el prólogo que la obra Poemas a Lucía es “una invitación a desperezarnos del letargo en el día. Como si nos dejara recorrer los diferentes cambios de luces a través del paso del tiempo” y agrega “En ese viaje las mujeres son la fuerza que no permite dejarse caer”. Tenemos, entonces, desde el principio, dos elementos fundantes: el tiempo y las relaciones humanas.
En primera instancia, cabe destacar, como plantea Leila Guerriero, que si uno quiere entregarse a un oficio, debe, al menos, conocer sus daños colaterales. Poemas a Lucía, es un libro de una intimidad excepcional. No una intimidad arbitraria, sino una amorosa que armoniza la relación entre la anécdota, el lenguaje y la intemperie en que todo escritor realiza su trabajo. Es en ese sentido en que el libro rompe las barreras generacionales, sociales y culturales. Un libro situado que termina por universalizarse. Lucía es todas, y todos también. Desde el comienzo, el lector es advertido:
El día es húmedo
las heridas despiertan.
Señalo mis accidentes
En este libro podemos detectar desde sus primeros tres versos que existe una relación pasional entre la autora y el lenguaje. En la superficie textual se pierde la explicación del proceso químico en el que una herida continúa su recorrido natural, para dar paso a una personificación cuyo objetivo central es inaugurar un campo semántico que se extiende a lo largo de toda la obra. Allí radica la fuerza del arsenal poético de la autora: ser verduga del lenguaje para deformar las relaciones de significados. Así es que la explotación del sentido semántico de la palabra es acompañada por la exploración de la estructuración sintáctica.
En general, cuando pensamos en poesía lírica (fundamentalmente en estos tiempos) tendemos a entrecruzar, erróneamente, una serie de conceptos y fundamentos de la literatura. Como si la anécdota no pudiera metabolizarse en actitud poética. Reconocer el “yo” ficcional que atraviesa estos poemas es reconocer que, en suma, la expresión del dolor es anterior al pacto de verosimilitud.
Sí, por supuesto, la línea divisoria entre ficción y realidad está siempre cerca, pero donde no hay “yo”, aparece la pretensión. Es en este sentido que, en Poemas a Lucía, aparece una verdad que es la constatación espiritual de que estamos ante el despojo, ante un libro que trasciende las barrera de sus propios yoes. La autora dice: Crecí junto al desperdicio/ de cada silencio (...)/ pero sé escribir desde mi prisión.
Por otro lado, cabe destacar, la importancia que tiene el cuerpo en la construcción del universo ficcional que Álvarez desarrolla. Scelta plantea en el prólogo: “la voz poética que habla es un cuerpo(...) que intenta mantenerse a flote y se descompone en partes que percibe como fracciones de un organismo más grande”. El cuerpo es, en el siglo XXI, el lugar ideal, por antonomasia, para trabajar con la palabra. ¿Qué pasa con los cuerpos en este mundo globalizado que fragmenta y arrincona? Podemos agregar dos ideas que Jean Luck Nancy plantea: “un cuerpo está lleno de otros cuerpos y el alma se escapa por la boca en palabras”.
Ese desenvolvimiento puede ser rastreado en este libro. Si leemos con atención, aparece un proceso de rearticulación del mundo, es decir, cambiamos el mundo real por un mundo más esotérico, más denso, más inasible. Gabriela Álvarez señala el cuerpo para señalar la dualidad que hay en su cosmovisión: un cuerpo es más que el propio cuerpo, más que su propia acción, más que su propio estar. Donde éste termina, comienza su proyección. Por ese motivo, inaugura un nuevo indicio: el cuerpo es la suma de su materia y de su aura. De alguna manera, estamos ante una metaforma de la poesía en la que ésta se encuentra en la estela que deja el paso de la vida. El “yo” poético, dice:
Lucía,
escribes una oda a la cebolla
y aparece el olor dulce de tus ojos
esas palabras torpes
cortan lágrimas
sostienen un cuchillo por amor.
En el segundo apartado del libro, Álvarez nos presenta ciertas formas que sitúan a su “yo” poético hacia el borde, hacia la caída, hacia el desmembramiento. Sin embargo, en esa caída, en la que se produce la errancia, se produce también la belleza. El apartado comienza con un epígrafe de Gruss y dice “Las dos/ aman la ficción, el arte”. Es ese el punto de partida del despliegue de la belleza: lo que se resignifica. No porque la literatura deba resignificar algo, sino porque sólamente lo hace. En una de las escenas más exactas que pueden leer en estos tiempos, Álvarez nos trae por igual liberación y encierro, terror y belleza, caída y levantamiento:
Cansadas estamos de pulir,
escribe Liliana.
(...)
En ese vapor me sumerjo
y como una artesana de piedras
Es cierto que la poesía no queda por fuera del mundo en que se vive, pero tampoco literatura es todo cuanto vive. Por lo cual hacer una lectura que reduzca esa realidad es, en mayor o menor medida, matar la obra. Desde esa perspectiva, hablar de intimismo, reivindicación, feminismo es proveerle a la obra un determinismo discursivo que le queda chico. Esta obra, aunque anclada en ciertas nociones del mundo, reivindicatorias incluso, proviene del deslumbramiento de lo inasible. Dejarle a la obra tomar su propio rumbo es encontrar aquella “gracia misteriosa de la materia” que mencionaba Saer.
La autora misma en el poema “Algo suficiente” nos invita a recorrer una suerte de ars poética: “Es difícil borrar de los ojos/ lo que no puedes llevarte”. Un poeta, en general, tiene que traicionarse y, en algunos casos, hasta herirse para avanzar hacia lo real (es que lo real es tan escaso). Sin embargo, en la ficción, lo que no se puede borrar de los ojos es lo suficiente; la obsesión primigenia de una forma y esto es, en suma, lo que construye Álvarez: una forma del intimismo consciente del daño colateral que ese intimismo genera. En esa superficie se deja correr la intensidad del lenguaje que da a mirar siempre una imagen traída de los pelos por una mirada en estado puro. En ese tránsito se produce la universalización, el intimismo como acto colectivo.
Allí, en ese punto, es cuando se percibe de qué es capaz un poeta cuando se inclina hacia la búsqueda estética, que es, a la vez, una búsqueda ética. Ahí, en ese punto, cuando un poeta va en contra de su tiempo y se anima a la búsqueda de lo irreconocible, es cuando encuentra una verdad no intelectual que da forma a una caligrafía única que, con sus complejidades y todo, hecha claridad al mundo.
Esta obra, aunque anclada en ciertas nociones del mundo, proviene del deslumbramiento de lo inasible.
En la tercera parte nos encontramos con una síntesis estética y espiritual del cuerpo que se levanta en la mañana. El reconocimiento es interminable porque el desenlace es interminable. En lingüística existe un concepto que se denomina relaciones sintagmáticas y sirve para definir, por ejemplo, el valor de un morfema: A es lo que no es B. Son, en definitiva, relaciones de presencia. Por otro lado, tenemos las relaciones paradigmáticas que son relaciones de ausencias: A es todo lo que pueda ser A. Desde ese lugar, el cuerpo encuentra su síntesis en la elevación esotérica de la belleza. El paso del tiempo como una promesa de realización con la mirada obstinada hacia el futuro: el cuerpo es todo lo que puede ser el cuerpo. Algo de esto se enuncia en el siguiente pasaje del poema “Arrojadas”:
Lucía,
nuestros gestos no cambian.
Caminamos por la orilla
con las manos movemos
el pasado
esa forma de construir
diferentes mujeres
porque el viento es la revancha,
afirmas en este día cálido.
La forma y lo que se quiere decir (en poesía) no tienen mensaje. Mejor dicho: la pregunta es siempre la misma ¿Qué era yo antes de empezar? Por ese motivo, aunque con forma de sentencia, estos versos son la invitación a una pregunta que no termina de hilvanarse. En el poema “Armonía”, se desarrolla la realización perfecta del futuro. La constatación espiritual de una promesa que ahoga. Sin embargo, nuevamente la dualidad del cuerpo, la monstruosidad del otro que, en tanto otro, no se somete a la esperanza ajena. No es la realidad lo que la poeta dice. En este caso, la realidad es la forma, su descripción, la dualidad de los ojos. Así lo enuncia el “yo” poético:
Las hermanas que inventé para mí
sí existen.
Tienen el pelo largo y crespo
siberianas de la calle
con un ojo celeste
y otro amarronado.
Finalmente, no se puede ignorar que a este libro lo empuja el deseo. Podemos pensar que si le cabe alguna pregunta es ¿Qué deseo? Y, si bien puede haber muchos a lo largo de la superficie textual (incluso en la intimidad y la tragedia) desde mi perspectiva el deseo que se intenta develar es el vinculado a la belleza: la belleza como acto de justicia. Justamente, porque como diría Rilke “la belleza es un terror que apenas seremos capaces de aguantar”.
Entonces, retomando la pregunta ¿De qué es capaz un poeta?, nos encontramos en Poemas a Lucía con un libro en el que la belleza se cuela en las relaciones humanas con forma de esoterismo, con forma de orfandad inagotable. No existe la escritura como un “acto de justicia” dijo la propia Gabriela Álvarez en una nota para La Gaceta, pero sí existe una poesía con esperanza de futuro y, ahí sí, la justicia se cuela. La belleza, en este libro, es la justicia que se consigue luego de haber atravesado los caminos (con exactitud) conocidos, aguantándose el terror que provoca resignificarlos.