Tamara Domenech y sus “Apunte poemas” que surgen de la fuerza de lo cotidiano
Tamara Domenech es una poeta, comunicadora social, gestora cultural, editora, y artista visual que publicó decenas de libros. Su último libro es Apunte poemas, que resultó ganador del IV Premio Internacional de Poesía Centrifugados/ Pueblo de San Gil y que publicó la editorial española Liliputienses.
La poesía de Tamara Domenech surge de lo más cotidiano de la ciudad. Se ponen en juego distintos elementos, en apariencia, lejanos, pero que conforman un paisaje perturbador. No la perturbación bajo la idea de terror, sino como un miedo sutil ante los avatares del mundo actual. El temor al otro, a la soledad, a la velocidad, son sólo algunos de los elementos que son parte de la naturaleza concreta que la autora pinta.
Recuerdo haber leído, hace unos cinco años, su libro Recolección. Ya ahí aparecía la fuerza de lo cotidiano, este “dar la palabra”. Una de las características de la poética de Domenech tiene que ver, justamente, con sostener la palabra compartida y darle a ella un valor estético. Incluso, aunque en los poemas la ficción sea evidente, la palabra de los otros es tan vívida y cierta que rápidamente uno puede confundirse con la tan liviana crítica contemporánea de “la anécdota”.
Lo cierto es que la anécdota, cuando es sutil y poderosa, construye un artefacto que sobrepasa los límites del texto en que se inserta. Ya no importa lo que se dice a nivel discursivo, sino lo que eso nos hace sentir con su fundición estética. La fuerza de Apuntes poemas radica en ficcionar ese lenguaje cotidiano al que hace referencia María Teresa Andruetto cuando afirma que no existe poesía sin experiencia o, como plantea Jaques Masui: “La poesía es la vida cotidiana, pero vista en la realidad absoluta”. En ese sentido, resulta interesante pensar en el siguiente poema de nuestra autora:
Ayer a una estudiante le sugerí
por qué no dejás el pretérito imperfecto y pasás el texto
al perfecto.
El personaje de tu novela ganaría elasticidad.
Abandonaría la contemplación y pasaría a la acción.
Me imagino la cinta de una gimnasta artística
¿no será así el movimiento de su corazón?
En esa sintonía, podemos pensar el movimiento poético como todo movimiento que perciben los sentidos, hasta que ese movimiento desaparece para continuar el curso de su fisicalidad en la metafísica de la escritura. Es entonces que, cuando lo cotidiano que retrata el poema finaliza, aparece el despliegue poético, y es cuando la autora hace continuar ese movimiento anterior en un plano más profundo y estremecedor que no podemos ver del todo sin las herramientas que brinda la poesía.
Es desde ese punto que la escritura de Domenech se constituye: construyendo cuadros cuyos marcos no sirven más que para esclavizarse a la extensión de las pinceladas. La búsqueda, entonces, nunca es intermitente, sino por el contrario es un denso deseo de goce ante el descubrimiento de todo aquello que bordea al poema:
En la clase de gimnasia
la profesora
sostiene una de mis piernas
para que la estire después de la realización de un ejercicio.
Desde mi pie escucho el latido de su corazón.
Por otro lado, en algunos pasajes del texto, el “yo” poético empieza a sucumbir en el mundo de las ideas. No porque el cuerpo sea insuficiente, sino porque el cuerpo es el padre de todas las ideas. Entonces, aparece la fragmentación, la disipación del sentido, la inmutable necesidad de contradiccionar. Así, un concurso literario se vuelve una forma de estar en el mundo, un centro cultural se vuelve la tumba de la soledad:
Lxs compañeros serían siempre distintos,
llevaríamos tesoros que cada unx tiene guardados
hacia la multiplicación de otra cosa
un libro hecho de vida compartida al aire libre.
Lo que estremece en este libro tiene que ver con su dualidad. No aparecen las reivindicaciones políticas en esa primera parte “cotidiana”, sino en la locura de la idealización, para ganarle al temor. Tal vez, la única forma de soñar para un poeta sea la poesía y, en ese sentido, el posicionamiento político, además de no ser panfletario se encuentra como por fuera de la “realidad”.
Desde otra perspectiva, aparece la escuela afilando lo que queda por fuera de ese cuadro físico del que hablábamos al comienzo. John Austin planteaba en Cómo hacer cosas con las palabras que cada vez que enunciamos tenemos una intención específica, que hacemos algo más que el propio acto de emisión. En este caso, resulta crucial entender que las palabras encierran significados, sin embargo, en la poesía, lo que hacen las palabras es reconfigurar el mundo propio:
“hoy cumplo 65 años
compré facturas
las invito a la vicedirección”.
La felicitamos
y, en cambio de ir al festejo, cada una se fue a dar clases.
Me quedé mal.
Cuando lo cotidiano que retrata el poema finaliza, aparece el despliegue poético.
El final de este poema, encuentra, en su sencillez, su cima. ¿Qué hace el “yo” poético con estas palabras tan simples? Tal vez, universalizar. Con respecto a lo anterior, el mismo Jacques Masuí plantea (pensando en una larga fila de abedules que le indicaron el camino a lo largo de toda su vida) que “Lo que expresan no puede traducirse con palabras, porque ellos mismos jamás han aprendido otro lenguaje que el de su propia evidencia. Hoy, lo que afirman despierta una respuesta tan muda como antes, pero ahora eficaz. (...) De pronto comprendí, no tenían nada que decirme, y yo nada que comunicarles: estábamos allí repartiéndonos la felicidad del instante”.
Aquí, en esta cita, radica una de las tantas formas de la poesía que ya no tiene que ver con la poesía como una musa, como una misa, como un artefacto que debe ser construido, sino más bien una idea de poesía como transmisión, como recuperación. Como si en el mundo ya existieran miles de formas poéticas que pueden ser recuperadas. En la escuela algo vive y algo muere, el festejo privado da cuenta de una mirada superior, de una construcción poética hecha con el “rabillo del ojo”, como planteaba Carver. Entre una acción y la otra, el vacío, la inmensidad de la inmediatez (la otra inmediatez, lo que podríamos, también, llamar instante).
Finalmente, en este libro, la poesía surge de la observación, de la atención, de los sentidos. No aparece el poeta como un genio, sino que aparece una idea de poeta como médium. Tal vez, como invitándonos a estar despiertos, como diciendo “che, acá está la poesía”. Podemos pensar, entonces, en este movimiento de observación como un estado de disponibilidad poética absoluta.
No porque la poesía no pueda construirse encerrado en un cuarto oscuro, sino porque Domenech se anima a no desestimar la poesía que aparece en la rendija de los vínculos humanos, en la rendija de las relaciones que entablamos con las cosas y las ideas. Se anima a no desechar aquello que, en muchas ocasiones, puede ser desechado por no encontrarle el valor de belleza que, efectivamente, tienen todas las cosas de este mundo.
Se construye, poco a poco, en este libro, una crónica poética de los tiempos veloces que corren. Ante la aparente banalización de las relaciones personales y los procesos culturales, Domenech parece venir a decirnos: “Un momento, queridxs: dejen el facilismo intelectual”. Así, recuperando lo que queda en el silencio moderno, Domenech invita a un recorrido poético que moviliza los sentidos a través de una escritura sin pretensiones. La poesía, entonces, para esta autora, pareciera tener que ver más con la vida que con la escritura misma. Realza la escritura que transcurre en la calle, en la escuela, con los amigos, en medio de una reunión. Esa poesía, la que a veces se desestima por miedo o prejuicio.