Tomar en serio la literatura, sin tomarse en serio a uno mismo: acerca de los Diarios 1992-2006 de Abelardo Castillo
Por Gito Minore
¿Para quién se escribe un diario? ¿Quién es el destinatario de ciertas palabras que se suponen íntimas, o al menos personales? Tal como lo define Sylvia Iparraguirre en el prólogo de este volumen que abarca el período 1992-2006: “estos Diarios son, esencialmente un espejo; un acto privado de autoconocimiento”.
Alentado por su mujer y sus alumnos de taller literario, estos escritos donde Abelardo además volcaba ideas para cuentos, ensayos o fragmentos de relatos, comenzaron a publicarse. El primer tomo, con los cuadernos 1954-1991, data del año 2014.
Las páginas de este extenso compendio publicado a comienzo de abril de este año, atraviesan una parte capital de la vida del escritor sanpedrino. Años no exentos de preocupaciones propias de la edad, pero que nunca dejan de lado aquello fundamental en su vida: la literatura.
Literatura que se trasluce en los múltiples comentarios acerca de sus lecturas y relecturas; su relación con otros autores (especialmente con Sábato); la opinión que le merecían diversos aspectos frívolos del ambiente cultural argentino y los avatares internos del medio. Crítica radical a la que no escapa su propia obra y la actitud que tomaba con ella: sus miedos, sus ansiedades, sus recelos.
Sentimientos encontrados que pueden sintetizarse en una frase que plasmó en una entrada de junio de 1992: “Tomar en serio la literatura, sin tomarse en serio a uno mismo”. Porque de eso se trata de “aceptar el privilegio de escribir desde la responsabilidad y desde la ética”
En tal sentido, Castillo siempre tuvo claro en que vereda pararse, y desde qué lugar hablar. Una invitación a su reflexión política puede leerse en algunas fechas claves como el 24 de marzo de 1996, o la del 11 de septiembre del 2001 y días sucedáneos.
Pensamientos políticos que no se oponen con otros de pura cepa literaria, como puede ser el proceso de escritura de El evangelio según Van Hutten o de Ser escritor, sino que más bien constelan en la unidad irreductible que, en definitiva, es el pensamiento de un autor de su talla.
Tal como lo expresa en “El escritor argentino y la posmodernidad”, conferencia que brindó en la Feria del Libro de Córdoba de 1996: “Hoy se nos quiere hacer creer que los escritores deben limitarse a imaginar ficciones y los poetas a escribir poemas y, sobre todo, a pensar en el problema del mercado. Se quiere crear una generación de escritores para quienes el mercado es algo así como la “ley moral”. Yo creo que aquellos escritores que somos un poco de museo, los viejos escritores de la vieja generación del sesenta, que nunca renegamos de escribir poemas, novelas o cuentos, tal vez tenemos algún derecho establecer para qué sirven todavía las palabras”.
La edición de estos Diarios incluye como anexo a cada año, reportajes, textos inéditos, artículos, desgrabaciones (como la anteriormente citada) que de otro modo, quizás, se hubieran perdido. Todo esto, más una selección de fotos personales complementan una obra cuidada al detalle, que nos abre la puerta al mundo de uno de los más grandes escritores argentinos del siglo XX. Aquel que aseguraba que “Un escritor no es solo un señor que publica libros y firma contratos y aparece en la televisión. Un escritor es un hombre que establece su lugar en la utopía”.