Tres versiones de la literatura nómada argentina

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    Tapas Equidistancias
ESCRITORES ARGENTINOS AFUERA

Tres versiones de la literatura nómada argentina

28 Mayo 2023

Se diga lo que se diga, la historia de la literatura -o mejor: la de la lectura- está íntimamente tramada con las cuestiones dominantes en cada momento y espacio social, aquellas que ocupan mayor dimensión mediática o en el campo de la “opinión pública”. No tiene nada de incomprensible: la gente busca respuesta a los cuestionamientos y revulsiones de su realidad cotidiana, y la industria editorial encuentra en estos espacios un caladero de lectores que le llene los bolsillos.

Sin embargo, la propia historia literaria demuestra que lo que queda cuando pasan y se agotan los temas coyunturales, son casi siempre obras que trascienden (y a veces ni siquiera se ocupan) de ellos. O lo hacen, en todo caso, de una manera oblicua, más preocupada por el cómo que por el qué del texto. Nadie pondría hoy en pie de igualdad al marqués de Sade con Alejandro Dumas, ni a Borges con Silvina Bullrich, a pesar de que los segundos hubiesen sido infinitamente más vendidos y apreciados por el público mayoritario en sus respectivos momentos.

Si ello es obvio en cualquier literatura, probablemente lo sea todavía más en la literatura argentina, donde, si no se escribe de los temas que prescribe el debate público, no te queda más opción que el azar de que en algún futuro se haga cargo de tu obra algún crítico universitario.

Herejes que fundan nuevas iglesias para defenderse de futuras herejías, diría Bourdieu. Esta tensión -cuyos planos oscilan tiempo a tiempo al vaivén de las tendencias dominantes- entre lo que se supone que hay que escribir para ser leído y la convicción de que la mejor literatura es precisamente la que logra saltarse las imposiciones de la moda, no deja de estar presente incluso en autores que han tomado distancia de su propio ámbito cultural específico, algo muy habitual en estos tiempos en que el nomadismo se ha tornado casi en la casa de muchos escritores, sea por la mera búsqueda de nuevas experiencias personales, por la generosidad de abundantes incentivos académicos, o por la tentación de los todopoderosos mercados europeos y norteamericanos.

No deja de ser interesante, por tanto, analizar parte de la producción editada en este último año por Equidistancias, un sello basado en Londres y Buenos Aires, que se especializa en autores que “escriben afuera”, la mayoría de ellos desgajados de sus ámbitos literarios originales y también desconectados de los mecanismos académicos y mediáticos de consagración. Para ello, me he centrado en tres libros de autores argentinos en esa situación, que este singular espacio editorial lanzó al mercado -en sistema digital y on-demand, tecnologías contemporáneas mediante- en el último semestre. Tres autores de diferentes edades, que emigraron hacia puntos distintos de la geografía mundial. He elegido a estos tres escritores porque, quizás, representen un buen ejemplo del intento de respuesta a esa tensión de la que hablaba. De una manera o la otra, los tres escriben dentro de los códigos temáticos que impone la hora. De una manera u otra, los tres parecen ser conscientes del desafío que implica abrir dentro de esos límites una fisura por donde filtrar una mirada propia.

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Elixires

En su “ópera prima”, Maximiliano Lugani utiliza uno de los temas más habituales en una buena parte de los libros escritos después de la exitosa irrupción de Los detectives salvajes: la “persecución”, personal o literaria, de escritores perdidos u olvidados. En este caso, no se trata de una vanguardista fugaz como Cesárea Tinajero, ni del fantasma del encuentro entre los ingrávidos García Lorca y Gilberto Owen en un sórdido metro de New York (sólo por mencionar un par de destacados de estas últimas dos décadas), sino de tres autores relacionados entre sí por los circulares itinerarios de la emigración cultural argentina en la Europa de tiempos Schengen.

Martín Ballesteros, escritor en ciernes, seducido por el extraño efecto de unas citas manuscritas halladas en los márgenes de un ejemplar de Matadero 5 comprado en una librería de ocasión de París, se obliga a perseguir las huellas de tres argentinos en Europa, para hacerlos personajes de su propia obra. Tres jóvenes muy diferentes entre sí pero que comparten el apego obsesivo a sus elixires: la literatura, por supuesto; pero también el alcohol como equívoco sustituto de la voluntad.

Martín persigue, sin advertirlo, el lado oculto de una literatura argentina atravesada de exilios y ausencias. Desde los románticos expatriados políticos del siglo XIX o los que llevaron a Sudamérica en sus excursiones europeas a las vanguardias del siglo XX; hasta los perseguidos de las dictaduras de fin del siglo, los que emigraron buscando una vida mejor e incluso quienes encontraron acomodo en becas y universidades extranjeras. Pero en donde bajo el brillo de algunos exitosos y consagrados, subyace una enorme fracción de desamparados cuyo destino se pierde en la enmarañada peripecia de sus propias existencias (y supervivencias).

Roberto es un provinciano alucinado detector de alienígenas, que después de una experiencia carcelaria y fundador de una revista de “poetas tumberos”, desaparece hasta reaparecer en Italia, Barcelona y París en un itinerario donde su vida de identidades cambiantes se mezcla con falsificadores de moneda, poetas antifascistas y enredos amorosos, en medio de los cuales produce una obra de la que no han quedado vestigios. Julia, la Uruguaya que no es uruguaya, es una joven poeta y experta en fútbol que viaja a Francia en busca, precisamente, de recuperar su relación con un futbolista que fue su gran amor, reencuentro frustrado que la conduce primero a una comunidad de hippies existencialistas que viven en barcazas ancladas a la orilla de un río, y luego a una Barcelona llena de compatriotas. Federico es el hijo con ambiciones literarias de un empresario fraudulento, expatriado a Barcelona tras la crisis del “corralito”, donde busca desesperadamente construir su propia personalidad combatiendo con la sombra acechante de un padre ausente y omnipresente a la vez.

En sus peripecias, llegan a vincularse bilateralmente entre sí, y entre todos por el medio imprevisible y azaroso del libro de Kurt Vonnegut que los tres admiran. El destino les ha reservado sin embargo un encuentro más: en París, en el taller literario de Marcelo Delpriore, otro argentino que se dedica, más que nada, a rescatar a compatriotas escritores del alcohol que los está hundiendo en la desidia y la desesperanza. Hasta allí llega la investigación de Martín, quien logra con esa pieza final reconstruir con bastante certeza los diferentes caminos que los tres protagonistas han transitado desde su partida de la Argentina. “¿Qué es ser escritor? -se pregunta Delpriore en un diálogo final, irónico y sorprendente, con Martín – Bueno, básicamente se trata de vivir, vivir, tener palabra para con uno mismo y que el resto se derrita ante el impulso de nuestros actos”.  Ni todos los que quieren ser escritores lo consiguen, ni todos los que quieren ser escritores estarían de acuerdo con ese pensamiento.

Pero lo cierto es que, en la novela de Lugani, joven autor treintañero residente en París, que seguramente refleja en sus personajes mucho de sus propias inquietudes, los protagonistas persiguen esa victoria sobre la medianía, aunque compartan el fracaso con tantos otros que durante todo el siglo han buscado -y siguen buscando- fundar su creatividad en el camino del exilio, voluntario o no. 

Elixires habla de algunos de estos últimos, de quienes probablemente nunca sabremos sus nombres, o tal vez ni tan siquiera qué es lo que escribieron.

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La parte extraña

Desde Sao Paulo, Brasil, donde está actualmente radicada, la rosarina Andrea Centeno presenta un libro con cuentos sobre los que sobrevuela un hálito de extrañeza que impone en el lector una suerte de guía para transitar sus páginas.

Por cierto, quien busque en este volumen el alimento de las temáticas preferidas de los lectores contemporáneos, satisfará con creces su voracidad en estos catorce relatos donde abundan mujeres empoderadas, cuestionamiento de las masculinidades, prostitutas y travestis, marginalidad social, y hasta una pizca del espanto metafísico muy cultivado últimamente por los escritores jóvenes y ascendidos recientemente a nueva moda literaria.

Sin embargo, la mirada de Centeno no se regodea en las convenciones con que el discurso dominante se limita a denunciar o a “bajar línea” doctrinaria sobre estos temas que tan redituables resultan al mercado editorial de hoy en día. En todos los personajes de esta colección existe algo más, una especie de punto de fuga que los aleja del estereotipo y les genera una singularidad que, a fuerza de capacidad narrativa, resulta convincente a pesar de su perplejidad. Precisamente esa “extrañeza” de la que empezamos hablando, que junto a cierta ambigüedad en el tratamiento de sus peripecias, es la clave quizás de la credibilidad -y la seducción- de sus diversas historias.

Los protagonistas de estos relatos que desgrana Centeno son, casi unánimemente, mujeres. Pero lejos de una mirada que manipulase las historias para intentar demostrar puntos de vista o posturas preconcebidas, deja que sus personajes actúen como si no fueran productos de un guión. Digo “como si”, porque caería en una ingenuidad falaz si pretendiera que un personaje literario fuese independiente de su autor; pero justamente es allí donde está la habilidad de un estilo que seduce por su sensación de espontaneidad e -incluso- imprevisibilidad.

Unas historias en las que subyace incuestionablemente el dolor, pero un dolor que se siente como intrínseco a la vida misma, y no subrayado en gesto compasivo o retórico. Un dolor que, como parte inseparable de la realidad, no tiene temor de mimetizarse -no de disfrazarse, aclaremos por las dudas- con el humor y el desparpajo.

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Celebración

Celebración, de Pablo Manzano, residente actualmente en Viena (Austria), es el enfrentamiento amargo, pero al mismo tiempo hilarante, con las caras varias del nomadismo artístico, que comprenden por igual al exitoso artista autopromovido a través del uso sin escrúpulos de los mecanismos de la mercadotecnia y el amiguismo, como al eterno fracasado que sobrevive en los márgenes del sistema consumista, siempre intentando chaplinescamente “subir por una escalera mecánica que desciende”.

Ganadores y perdedores, exitosos y derrotados, parecen ser los caracteres en que el mundo divide a los seres humanos desde la propia infancia: un carácter que habrá de acompañarlos a su pesar (o no) durante toda su existencia. Como Patricio y Facundo, en el mundo ilusorio de la Argentina dolarizada de los noventa (abruptamente desmoronada en la crisis del “corralito”), o en la realidad pedestre de la Europa adonde buscan nuevas expectativas, su actitud frente a la vida (y el arte) parecen determinar sus constantes vitales. Y en la convicción de que, debajo de todos los gestos y palabras sustitutorias, el ser humano es esclavo de su única realidad genética y absoluta: el sexo.

El mundo, para estos dos íntimos amigos desiguales, es una fiesta, pero la fiesta siempre se termina, aunque para cada uno de ellos el motivo -y la respuesta- no sean los mismos. Si las drogas, el sexo y el desenfreno delirante señalan la edad de la iniciación, la presunta madurez puede llegar en forma de adaptación gozosa o de caída en el ridículo. Y lo peor, no siempre la segunda opción es la más patética de las dos.

Un pesimismo corrosivo y sarcástico preside el tono de esta novela, en la que Manzano pone en escena a estereotipos de ese mundo tópico dividido entre triunfadores y fracasados, demostrando sin embargo que a pesar de las debilidades e infamias que caracterizan la relación entre los seres humanos - más parecidos al hombre de Nietzche que al del ingenuo Rosseau- hay al mismo tiempo en ellos un hálito de piedad y -por qué no llamarlo así- amor, aunque ese amor tenga poco que ver con el edulcorado romanticismo que nos han contado.

Pero quizás lo más notable en esta novela de Manzano sea su desafío frente a las imposiciones perentorias de estos “tiempos de la cancelación”, en los que la corrección política parece obligar a los que pretenden hacerse un sitio en el mundo de la literatura a no apartarse de un discurso de “nueva moralidad” presumiblemente progresista.  Pues el autor no tiene ningún empacho en entrarle sin miedo a esos nuevos estereotipos, parodiando sus excesos y poniendo en cuestión mucho de la “nueva moralina” -e incluso hipocresía- que en realidad los alimenta, sin por ello asentarse en conceptos reaccionarios ni dejar de plantear, desde un lugar menos concesivo con el “mainstream”, temas íntimamente ligados con las relaciones de poder como los nuevos roles de género y otros fetiches del discurso dominante. Una mirada que probablemente provocará urticaria en algunas mentes, pero deja un olor a sinceridad que no es frecuente en la mayoría de los productos literarios construidos para satisfacer la “buena conciencia” de las clases medias lectoras.

Se abre el debate

He elegido –arbitrariamente, sin duda- tres ejemplos de autores no consagrados, coincidentes en una colección que los caracteriza como nómadas de la “diáspora argentina” contemporánea, no para sentar cátedra sobre las tendencias de la literatura argentina actual, sino para indagar de qué manera se enfrentan los nuevos escritores a la tensión que encabeza este artículo, esforzándose por encontrar una mirada propia que vaya más allá de lo que simplemente espera el lector domesticado por el mercado editorial, aun sin salirse de la sujeción a las temáticas epocales que ese mercado impone.

El debate, desde luego, queda abierto.