La guerra tuvo voz de mujer
Alejandra M. Zani
El 8 de marzo de 1985 la Perestroika de Mijaíl Gorbachov ya estaba diseñada. Aún así, tuvo que esperar a la reunión del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética -PCUS-, que se desarrolló en abril del mismo año, para ponerse en marcha. Este programa pretendía conver-tir a la URSS, en 500 días, en una economía socialista de mercado. Para esto, y por primera vez en la historia, Gorbachov tuvo que pedir ayuda a las potencias del capitalismo occidental a cambio de que estas pudieran transmitir las imágenes de lo que había sucedido en los tiempos de la Rusia de Stalin.
Son los mismos años en los que Svetlana Alexiévich, periodista bielorrusa y Premio Nobel de Literatura 2015, se empeña en desempolvar las historias escondidas detrás de esa máscara de apa-rente éxito que había construido la Unión Soviética en el extranjero, y mientras todos pretendían olvidar, ella hace un trabajo de recuperación de la memoria histórica. Pero además, los testimonios reunidos por Alexiévich tienen una particularidad: son las voces de las mujeres rusas que participa-ron en la II Guerra Mundial y reconstruye la contienda desde sus propias experiencias y sensibilida-des. “En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay, lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar: cómo unas personas matan a otras de forma heroica y finalmente vencen. O cómo son derrotadas”, escribe la autora. Y agrega: “La guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su ilu-minación y su espacio. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increí-bles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana. En esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a noso-tros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible”. Todos esos testimonios están recogidos en su libro La guerra no tiene rostro de mujer (Debate, 2015).
Las mujeres que dan voz a la guerra, esas mujeres que estuvieron en el frente, las que pilotea-ron los aviones del 588ª Regimiento de Bombardeo Nocturno y quienes después fueron nombradas por los alemanes que temían su efectividad como “las brujas de la noche”, unas mujeres que realiza-ron más de 23.000 vuelos de combate y descargaron 3000 toneladas de bombas, mujeres condecoradas militarmente, pero también las otras, las enfermeras, las asistentes, las telegrafistas, y las adolescentes que nunca antes habían estado en combate. “Durante mucho tiempo jugar a ‘ale-manes y rusos’ fue uno de los juegos favoritos de los niños de las aldeas. Gritaban en alemán: ‘Hände hoch!, Zurück!, Hitler kaput!’”, es el testimonio de una de las mujeres en el libro de Alexiévich. Prefiere no dar su nombre. Aún así, sus palabras son suficientes para hablar de una ge-neración de jóvenes que había crecido entre guerras, embebidos en una fascinación por la violencia como modo de resolver problemas, o por el simple hecho de defender a una patria comunista: la que aprendieron que era la suya. “No conocíamos el mundo sin guerra, el mundo de la guerra era el úni-co cercano, y la gente de la guerra era la única que conocíamos”, explica esa mujer sin rostro.
Ellas también fueron parte del movimiento partisano que comenzó en 1941 después de que Stalin hiciera un llamamiento por la radio para concentrar a un gran número de guerrilleros contra el avance de los alemanes en el Frente Oriental. “También hubo la famosa orden de Stalin número 227: ‘¡Ni un paso atrás!’ ¡El fusilamiento como castigo por retroceder! El fusilamiento in situ”, describe Albina Aleksándrova Gantimúvora, sargento primero de las tropas de reconocimiento. Para finales de 1944, las fuerzas totales de los partisanos incluían 650.000 hombres y mujeres organiza-dos en cuatro ejércitos de campaña, y en abril de 1945 ya sumaban más de 800.000. Al final de la contienda era el cuarto Ejército más importante de Europa. “(…) Y en ese estado me cogieron pri-sionera. El día antes además me había roto ambas piernas… Tenía que estar tumbada y me orinaba. No sé con qué fuerzas logré arrastrarme de noche por aquel bosque. Los partisanos me encontraron por casualidad”, cuenta uno de los testimonios que recoge la premio Nobel.
La Historia Universal ha sido, desde sus orígenes, la historia de los hombres y sólo de ellos. “Ha habido miles de guerras, grandes y pequeñas, conocidas y desconocidas. Y los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo… siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres, eso lo veo enseguida. Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por ‘la voz masculi-na’”, reflexiona la autora cuando se pregunta para qué escribir un libro más sobre la guerra. Pero este, a diferencia de todos los otros, es un libro único. Contiene en él el sedimento de una historia diferente a la Gran Guerra Patria de los soviéticos pero paralela a ella, que habla de sus mismos tiempos y de sus mismos acontecimientos pero que coloca a la mujer como protagonista de los hechos.
El libro de Alexiévich había sido terminado en 1983, pero las autoridades prohibieron su pu-blicación. Recién con Gorbachov al poder, su libro fue publicado. Esos fueron los años, también, en los que desde la secretaría general de la URSS se lanzaba la consigna de Glásnost o transparencia. A partir de la primavera de 1986, la censura soviética fue relajándose y la revolución de la libertad que sacudió a los medios de comunicación soviéticos, así como la guerra de Afganistán, la catástro-fe nuclear de Chernóbil y la profunda crisis económica, fueron algunos de los factores que termina-ron por la final desintegración de la URSS.