Violencia de género: abuso y persecución con complicidad social
Por Red de Periodistas Antipatriarcas
Eliana viene de padecer una golpiza feroz y una campaña de desprestigio y descalificación, de enfrentar una larga cadena de impunidad y encubrimiento por haber develado a un personaje público, con amistades influyentes. Ahora espera que las instituciones que representan al Estado actúen de manera diferente de lo que recibió hasta ahora, ya que todas las instancias adonde acudió actuaron al servicio del agresor y de su poder socioeconómico.
“Tengo la misma tristeza que antes de declarar. No creo en la justicia, no tengo de dónde sostenerme para hacerlo”, confiesa. Finalmente el jueves pasado en la Cámara del Crimen Nº 2 de Resistencia fueron leídos los alegatos de la causa.
Hace poco más de un año, cuando encontró a su pareja con otra mujer, su mundo se desmoronó. Al ser descubierto en un engaño Raúl Sebastiani descargó su ira propinándole una paliza, aunque antes tuvo la previsión de envolverse los nudillos con una toalla para no dejar evidencias.
Le pegó hasta el hartazgo en varias partes del cuerpo, la asfixió con una almohada, la violó, le gatilló varias veces en un juego perverso de manipulación que duró cerca de tres horas. Eliana pidió ayuda a gritos e intentó escapar sin éxito. Las descalificaciones y humillaciones siguieron hasta después de permanecer encerrada creyendo que iba a morir. Fue en una lenta agonía que terminó en amenazas.
Lo que vendría después no sería mejor. Él encontró alianzas estratégicas para seguir asestándole golpes más efectivos: en la Comisaría donde le tomaron la denuncia incumplieron el Protocolo de Actuación para casos de violencia de género. Un policía del lugar donde quedó detenido su agresor le envió mensajes intimidantes. Tres días después fue a un diario a contar lo que pasó y además de que le censuraran la noticia, el periodista que tomó su relato la visitó con la excusa de facilitarle datos de la investigación y por varias semanas la acosó con mensajes sentimentales. La abogada que debía defenderla, ‘hizo todo mal’ y la Fiscalía que debía investigar el hecho y advertir los errores no lo hizo y, como consecuencia, la causa se archivó.
El andamiaje patriarcal funcionó a la perfección: Policías, funcionarios estatales, periodistas, abogada y medios de comunicación, así como familiares y amigos de Sebastiani, presionaron en una diversidad de ámbitos para protegerlo, para que la historia no trascienda y de hacerlo, operar contra la víctima y sus allegados.
Al menos tres personas que intentaron ayudar a Eliana durante el camino al juicio también fueron amedrentadas: a dos las perjudicaron en sus trabajos y una tercera recibió un mensaje mafioso cuando entraba a su casa: “dejate de joder con denunciar’.
Hace unos meses un segundo abogado desandó un camino de errores en la causa. Al pasar de denunciante a querellante, rechazó el pedido de juicio abreviado y logró incorporar pruebas a la causa: una testigo clave e informes de los profesionales de la salud que atendieron a la víctima.
Causalidades de un sistema a la medida de la violencia machista
“No duermo por miedo”, “a la inseguridad la llevo conmigo todo el tiempo”, “me permito desconfiar de todo”, “convivo con la sensación de que algo me puede pasar”, “aunque ya no estaba con él sentía que me podía hacer algo”, “intenté suicidarme dos veces”. Esas palabras brotan, crecen, se alimentan y no mueren. Están ahí presentes, acompañan a Eliana desde el día que se animó a romper el silencio y a contar.
Cuando fue a la Comisaría contó muy poco, lo que pudo. En parte por lo traumático de declarar y ser revisada por hombres y en parte por la forma en que le tomaron la denuncia.
A mitad de describir algo, le pedían que se detenga y repita todo como en un dictado, palabra por palabra. “Denunciar es una mierda y no denuncié el abuso que era una de las cosas más importantes”, se reclama. “Recién lo hablé ocho meses después con mi terapeuta. Tenía miedo de que Raúl se enoje más si contaba. Aunque ya no estaba con él sentía que me podía hacer algo”, explica.
“En todo este tiempo intenté suicidarme dos veces hasta que me dije que ya no podía cargar con esto, con tantas cosas que me pasaron y no las decía por miedo. Me decía: no puedo vivir con esto”. “Me preparé mucho tiempo para más o menos decirlo, con la psicóloga aprendí a contar. Y cuando lo hice la jueza (Lidia Lezcano de Urturi) me preguntó si quería iniciar acciones y le dije que sí”.
A raíz de su experiencia propone un protocolo para casos parecidos, así la denunciante puede marcar los abusos de los que fue víctima. La docente sostiene que si hubiese contado con un formulario que sistematice el relato podría haber aportado más información relevante.
Pero hay más cuestionamientos. Como la investigación fue por tenencia ilegal de armas la orden de allanamiento en la casa de Sebastiani solamente buscó eso: armas de fuego. Eliana sostiene que es imposible que quien entrara desconociera que había incontables objetos rotos y marcas de golpes en las puertas. “No se tomaron fotos ni se filmó, nadie tuvo en cuenta todas las evidencias que había”, apunta.
Días después, cuando le dieron el botón antipánico, la víctima sostiene que fue para facilitar que el agresor saliera de la cárcel y que mientras estuvo detenido una fuente le confió que lo había visitado un alto funcionario del Ministerio de Gobierno de la provincia.
A mediados de este año, mientras hacía otro trámite, descubrió que su causa estaba archivada. Después de buscar asesoramiento con varios profesionales, supo que su abogada, Patricia Fernández Longoni, no se había constituido como querellante, que faltaban papeles y por eso la investigación pasó a un Juzgado Correccional.
La misma jueza que termina convalidando la reanudación de las investigaciones señaló errores de la abogada y de la Fiscalía Nº 1 que no los advirtió. En una resolución que obra en la causa, la jueza Lidia Lezcano plantea que “llama poderosamente la atención que una profesional conocida en el ambiente carezca de los requisitos mínimos para presentar una instancia de constitución querellante particular” y que no presente los requisitos formales como los datos personales.
“Esa primera abogada no aportó datos a la investigación, de hecho me mentía y me hacía firmar notas que después no presentaba. Hizo mal los papeles y la fiscalía no la corrigió. Me dejaron al margen, sin posibilidad de defenderme”, lamenta Eliana.
A la abogada se la recomendó el periodista que la atendió cuando fue a un diario local con su padre a denunciar el ataque. Aunque la entrevista nunca se publicó, el periodista la visitó un par de veces, la alentaba a confiar en la abogada y le escribía cada semana por whatsapp demostrando interés por la causa hasta que admitió querer una relación sentimental. Eliana lo bloqueó y lamentó que se aprovechara de su situación de vulnerabilidad.
El policía de la Comisaría donde estuvo detenido Sebastiani también le enviaba mensajes solidarizándose con ella, pidiéndole que le avise si necesitaba algo a cualquier hora. Esos mensajes se traducían en miedo.
Después de superar todas esas situaciones intimidatorias, asegura que encontró el camino para hacer bien las cosas desconfiando: “Me permito desconfiar de todos”, dice.
Desde entonces acudió al abogado Roberto Sotelo, que pidió reabrir la investigación por tenencia de armas y pasarla a la Cámara del Crimen, que fijó la primera audiencia para el 25 de agosto. Ese día se cumplía un año de la golpiza. Aunque el proceso se reactivó, el primer paso fue en falso porque la citación fue para los dos a la misma hora, algo que, según recomendaciones de los organismos internacionales, en casos de violencia de género se debe evitar. “Mi caso es atípico porque a la Cámara del Crimen solo llegan las muertas”, sentenció.
Señales de una relación violenta
Es un día magnífico y la pareja emprende la aventura de disfrutar unas horas de sol en un banco de arena con un grupo de amigos. Al regreso el entusiasmo continúa con un asado. Eliana se apura a asearse y a cambiarse de ropa, cuando nadie más lo hace. “Pero si así estás bien”, le cuestionan. Ella responde que no, que a Raúl le gusta que esté espléndida. Minutos después se une al grupo sin señales de haber pasado un día junto al río. La anécdota la cuenta una mujer que compartió un rato con ellos y la recordó cuando el caso cobró trascendencia.
Eliana y Raúl estuvieron juntos por tres años. Ella dice que hasta el día en que casi la mata él nunca había mostrado un nivel de violencia semejante, al contrario cada vez que discutían se tiraba al piso, lloraba desconsolado y le decía: ‘si me dejás me mato’ hasta que ella terminaba perdonándolo.
“Me acuerdo cómo pensaba y ahora que salí de ahí puedo ver que yo era parte del problema”-se distancia-“Desde otro lugar ahora sí puedo ver, entender y ayudar”.
La conversación avanza y van apareciendo más señales del comienzo de una relación violenta: “Siempre fue posesivo, agresivo, celoso, perseguidor; no me pegaba, pero me amenazaba y controlaba”, describe.
Ante la mínima posibilidad de ruptura él intensificaba el enojo y en lugar de reconciliarse terminaban peor que al comienzo. “Es de esas personas que te seducen y te lastiman, pide perdón y vuelve a hacerte daño varias veces más”, cuenta.
Vivir con miedo
A pesar de tener autonomía económica, ejercía como profesora a la mañana y atendía su propia peluquería a la tarde, y da por ejemplo haberse comprado una moto y un auto con su salario, “aún así, con todo eso yo no podía salir”, reconoce. “Sé que mucho del miedo que tengo hoy es producto de mi imaginación y todavía siento como unos tentáculos que me van a hacer algo. Vivir con miedo es muy estresante, deprimente. Sé que con el tiempo esto va a pasar”.
En el camino que nunca imaginó recorrer en este año conoció a otras mujeres que fueron golpeadas o maltratadas, una incluso mientras estaba embarazada.
“Veo que hay muchas mujeres que salen, que sufrieron un montón de cosas, pero hoy yo no puedo ver más allá de mi nariz. Hoy vivo el minuto a minuto; no tengo muchos proyectos, ni demasiadas expectativas”. “Aunque casi me mató, creo que eso sirvió para que me alejara, porque de otra forma no me hubiera ido nunca; y aunque haya sido lo más doloroso que me tocó vivir fue lo más emancipador porque no me imagino una vida entera como la venía viviendo”.
Para Eliana la sentencia significará su emancipación, su declaración de independencia. Por fin se liberará de él y de su potestad. Por fin se librará de sus miedos y de ese pasado de subordinación. Por fin comenzará a reconstruir su dignidad, esa que Sebastiani y todas las instancias que vinieron después de la denuncia le quisieron arrebatar. Pero no pudieron, porque gracias a su lucha, Eliana sigue en pie.