Cuando el mejor amigo es el peor enemigo

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Cuando el mejor amigo es el peor enemigo

05 Marzo 2015

Por Ezequiel Kopel

Antes que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu iniciara su discurso en el Congreso estadounidense, ya estaba claro que no tenía nada nuevo qué decir. Pronunciando un inglés autóctono –con acento de Filadelfia, producto de años de infancia y adolescencia vividos en Pensilvania- Netanyahu dijo lo que todos esperaban: nombró al Estado Islámico, a Corea del Norte, al Holocausto contra el pueblo judío y criticó las intenciones del presidente estadounidense Barack Obama de llegar a un acuerdo con Irán en cuanto al desarrollo de su programa nuclear.

A pesar de ser invitado por los opositores republicanos que comandan el Senado, sin consulta previa al presidente, la imagen no dejaba de ser sorprendente: un mandatario extranjero hablando en el Congreso de los Estados Unidos, criticando las intenciones y las políticas de su propio jefe de estado. Pero no todos los congresistas norteamericanos estaban dispuestos a participar de la afrenta: más de 50 demócratas boicotearon el evento y la jefa de la bancada de gobierno, Nancy Pelosi, manifestó que el discurso del primer ministro israelí era “insultante a la inteligencia de los Estados Unidos". Otro congresista, el también demócrata Jim Mc Dermott, estuvo todavía más atinado y sentenció: "Netanyahu usa una vieja estrategia que sostiene que si logras que la gente tenga miedo, podés lograr todo lo que quieras".

Obama, por su parte, trató de restarle importancia al asunto y dijo que no había tenido la oportunidad de escuchar el discurso porque estaba ocupado con "asuntos importantes" tales como una videoconferencia con líderes europeos por la crisis de Ucrania pero que había leído las transcripciones del mensaje de Netanyahu. "El primer ministro israelí no dijo nada nuevo y no ofreció ninguna otra alternativa viable al acuerdo. La opción que él recomienda es no hacer ningún arreglo, lo que provocará que Irán, inmediatamente, continúe con su programa nuclear sin ningún tipo de control", afirmó el primer mandatario de Estados Unidos. Sin lugar a dudas, lo que Obama propone es monitorear a Irán de cerca y no guiarse sólo por los informes de las agencias de inteligencia que ya tienen una agenda definida con anterioridad.

Vale recordar que ningún país bajo inspecciones periódicas de las Naciones Unidas ha desarrollado una bomba nuclear en el pasado y que las armas atómicas funcionan más como barrera defensiva que como un elemento ofensivo (el mismo Israel posee cientos de cabezas nucleares que le garantizan su supervivencia en la región, o al menos, la destrucción del país que lo quiera aniquilar). No obstante, esa misma garantía parece ser el factor que ha conducido a Irán por el mismo sendero de la proliferación atómica. La dramática diferencia es que Irán, a contraposición de Israel, sí ha firmado junto a 190 países el Tratado de No Proliferación de Armas Atómicas (TNP). Dicho tratado reconoce a cinco estados -Estados Unidos, Gran Bretaña, China, Rusia y Francia- como poseedores de armas atómicas (Corea del Norte es el único país en la historia que se retiró del mismo para luego, en 2005, admitir que posee armas nucleares). Otros tres países, Israel, Pakistán e India, nunca han firmado el acuerdo aunque no hay dudas de que poseen poderío nuclear. A su vez, la enmienda Symington (de la Ley estadounidense de Asistencia Exterior) prohíbe a los Estados Unidos a prestar ayuda económica a naciones que se dediquen a la proliferación clandestina de armas nucleares. Y como Israel claramente entra en esa categoría, parece que Estados Unidos ha optado por ignorar esa ley cuando lo desea.

La proliferación del programa nuclear iraní no sólo preocupa a Israel, sino también a tres potencias regionales sunitas (que por lo bajo también presionan a Obama con respecto a Irán) como los son Arabia Saudita, Turquía y Egipto. Estos países intentan liderar la región y no desean quedar bajo la sombra del Irán chiíta en cuanto a poderío armamentista. Ningún analista avezado en las cuestiones regionales de esa parte del mundo puede negar que si Irán consigue ensamblar una bomba nuclear, sus rivales sunitas, raudamente, se pondrán en la fila de la proliferación atómica. Sin embargo, Irán ha manifestado en incontables oportunidades que su programa nuclear tiene fines pacíficos, civiles y económicos bajo el artículo IV del TNP, a pesar de las objeciones del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) que, desde 2003, viene diciendo que Irán no coopera con ellos. La pregunta, entonces, es ¿cómo un país –Israel- que no ha firmado el TNP le reclama a otro con armas nucleares amparadas por ese compromiso internacional -Estados Unidos- que no firme un acuerdo con un estado que sí está suscripto al tratado –Irán- para controlar una acción amparada en dicho arreglo como es la proliferación de energía nuclear? Y si lo que falta es la cooperación de Irán, ¿no es más peligroso aislar de la comunidad internacional a un país con serias turbulencias internas (no así en la cuestión nuclear donde la opinión de los iraníes es mayoritariamente favorable con su programa nuclear) que integrarlo a la misma, mediante mayor intercambio diplomático y mayor cooperación económica? Y asimismo, ¿por qué Israel se opone a un pacto que obliga a Irán a someterse a un régimen de control y transparencia (de por lo menos una década) que aprueba un invasivo monitoreo, mucho más exhaustivo que los requeridos por el TNP? La respuesta es simple: las elecciones que ungirán al nuevo primer ministro de Israel. Benjamín Netanyahu está abajo en las encuestas para los comicios que se realizarán en dos semanas y su discurso en el Parlamento norteamericano no puede separarse de su campaña. Su deseo está en cambiar el tópico electoral israelí, enfocado actualmente en la economía y la vivienda para volver al terreno que el actual primer ministro mejor domina: Irán, el miedo y su falsa promesa de seguridad.

Hoy, más que nunca, es pertinente recordar lo que Netanyahu declaró en 2002 en una audiencia, también ante el mismo Congreso estadounidense: "Saddam Hussein busca con toda su fuerza producir armas de destrucción masiva, incluidas armas nucleares, y si lo derrocan, les garantizo que eso tendrá enormes y positivas consecuencias para toda la región". La voz era la misma, los argumentos también. La única diferencia radica en que la persona que le había escrito el discurso en aquella oportunidad, y que acompañaba a Netanyahu, Ron Demmer, cambió su otrora puesto de asesor por un futuro mejor: ahora es el actual embajador de Israel ante los Estados Unidos.

A ver usted que sabe tanto

En el mismo discurso pronunciado el día martes ante los congresistas de Estados Unidos, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu aseguró que la República Islámica de Irán puso la bomba en la Embajada de Israel y en el Centro Comunitario Judío (AMIA) de Buenos Aires. Cabe exigir que si Israel efectivamente tiene evidencias y nombres los ponga, con celeridad, a disposición de la Justicia argentina y que deje de lanzar globos de aire teledirigidos, carente de pruebas, que sólo sirven a intereses ocultos con propósitos específicos.

Cierto es que tras lo categórico del mensaje del primer ministro israelí, quien durante su exposición en el Parlamento estadounidense repitió la palabra "Irán" unas 107 veces, sería una buena idea que la Justicia argentina lo cite para que declare en persona por la causa AMIA, puesto que si Netanyahu conoce algo que los argentinos ignoramos podría colaborar con el esclarecimiento de los ataques terroristas. Y todo esto, sin la necesidad de hacer un Memorándum de Entendimiento con Israel.