El Estado Islámico y el desmembramiento de Siria e Irak
Por Ezequiel Kopel
Luego de que el Estado Islámico (EI) tomara la ciudad siria de Palmira, los más importantes analistas internacionales y, en consecuencia, las repercusiones en medios locales, dieron por hecho que, con esta apropiación, los yihadistas controlan ya la mitad del territorio de Siria. Si bien la afirmación no es del todo falsa, se trata de una verdad engañosa: la mayor parte de la extensión de tierra de este país que administra el Estado Islámico es el desierto este, habitado, en su mayoría, por escorpiones y otros animales desérticos. Sólo con mirar el mapa geográfico de la región se pudo haber evitado tal rimbombante teoría, de marcada intención catastrófica.
Sin lugar a dudas, el valor de Palmira es enorme respecto de su importancia histórica y arqueológica. Allí se preservan algunas de las ruinas romanas mejor conservadas de la historia de la humanidad. Pero su valía estratégica está en disputa debido a que esta pequeña ciudad se encuentra alejada de los centros de población situados al oeste del país; la mayoría de los habitantes sirios viven en el corredor territorial que une a Damasco con Lattakia -centro de poder de la secta religiosa de los alawitas- y Aleppo, vía Horns.
A pesar de que parece inevitable que al final del conflicto sirio el presidente Bashar Al Assad deba abandonar el gobierno o, al menos, recluirse en un mini estado dominado por los alawitas en el noroeste, la conquista de Palmira no indica que su caída sea inminente en cuestión de días. Vale la pena hacer memoria sobre lo inestable y poco predecible de la situación siria para comprobar lo difícil que es hacer un pronóstico certero sobre el futuro de Assad: durante 2013 todo el mundo occidental apostaba el mejor momento para comenzar a bombardear a las fuerzas gubernamentales sirias por su uso de armas químicas y otras atrocidades cometidas; poco menos de dos años después ya nadie sugiere que el objetivo a combatir continúe siendo el líder sirio sino sus rivales militantes religiosos del Estado Islámico.
No obstante, la presión sobre Assad no ha disminuido: los Estados Unidos han aflojado la cuerda sobre su cabeza pero sus eternos enemigos Turquía, Arabia Saudita y Qatar están dispuestos a dejar de lado sus diferencias y comenzar a coordinar sus fuerzas para unificar el apoyo a los grupos rebeldes asociados al islamismo político (que en muchos casos nada tienen que envidiar al EI en cuanto atrocidades cometidas) que pueden ser los grandes vencedores de la insurrección en Siria. Por ejemplo, los antiguos misiles antitanques TOW, proporcionados por Arabia Saudita e ingresados por Turquía, ya están haciendo estragos en las defensas del gobierno sirio.
La ciudad de Homs parece ser el próximo gran objetivo del EI en suelo sirio, para, desde allí, extenderse hacia el borde libanés, aprovechando la rivalidad que existe entre el sinfín de milicias que operan en esa zona (Hezbollah, Jabal Al-Nusra, Frente Islámico, Ejército Libre Sirio, entre otras.) Este plan le permitiría al Estado Islámico mantener la unidad entre el frente sirio y el iraquí, más el control de porciones de los límites con El Líbano y Turquía, mientras aprovechan las restricciones de la coalición occidental (específicamente Estados Unidos), para operar en Siria, so pretexto del apoyo de Rusia e Irán a Assad.
El Estado Islámico, con una conducción mucho más inteligente que barbárica, reconoce la oportunidad y desea explotarla a sabiendas de que si consiguen sumar otro paso fronterizo lograrán aumentar su capacidad logística y económica, más la posibilidad de extenderse hacia otro país inestable políticamente y dividido entre diferentes credos religiosos, al igual que Siria e Irak, donde esta estrategia de polarización funcionó a la perfección. Circunstancialmente si el plan falla, o si el Hezbollah (milicia chiíta de El Líbano) impide su avance hacia el oeste, no verían alteradas sus finanzas puesto que podrían seguir subsistiendo económicamente mediante la colecta de impuestos, el comercio de antigüedades, la explotación de pozos petroleros y los millonarios rescates que piden por sus cautivos en Siria e Irak.
Otra de las informaciones que circularon sin parar por los medios periodísticos del mundo es la factible amenaza que representan las acciones del Estado Islámico contra los monumentos históricos que están bajo su control y que datan, en muchos casos, desde los comienzos de la civilización. A pesar de que en el pasado el EI destruyó numerosos tesoros arqueológicos, es probable que no intenten hacerlo con todas las ruinas de Palmira ya que la mayoría son columnas y complejos arquitectónicos que no representan figuras humanas o representaciones de dioses: lo que los yihadistas buscan es "borrar" toda representación de un Dios que fomente, lo que ellos denominan, politeísmo. En cuanto a los tesoros arqueológicos de Palmira que sí entran bajo esta categoría, lamentablemente su futuro ya está sellado desde el primer día en que el Estado Islámico controla el lugar. Aunque el mayor peligro para estas ruinas parece ser el furor por su conservación que ha despertado en el mundo occidental: esa misma indignación puede llevar al EI a destruirlas sólo para llamar la atención del mundo y así sumar más hombres a su causa. Esta suerte de "estrategia publicitaria" ha dado sus más que buenos frutos: actualmente, la cantidad de combatientes que ha reclutado el Estado Islámico es dos veces mayor que la totalidad de la Legión Extranjera Francesa, y ya superaron ampliamente a los voluntarios que se han unido a pasadas causas yihadistas como las de la antigua Yugoslavia e incluso las de Afganistán.
Luego de un año de lucha por hacerse del control total de Ramadi, capital de la provincia de Anbar en el centro de Irak, más de un analista alertó que el próximo paso del Estado Islámico será concentrar sus fuerzas en dirección hacia la capital iraquí de Bagdad pero, de nuevo, una simple mirada al mapa nos informa que para avanzar hacia ese objetivo se debe, primero, conquistar la ciudad de Habbaniya y luego avanzar hacia la mítica Fallujah, donde ya fueron derrotados en el pasado por las milicias chiítas. Y si todo esto resultara victorioso para el EI, más tarde tendrían que atravesar las defensas de las fuerzas gubernamentales iraquíes que rodean Bagdad, sumado al intenso ataque aéreo al que serían sometidos por las fuerzas de la coalición occidental. Claro, no es imposible que el Estado Islámico no vaya a sorprender empleando nuevas tácticas de combate que le permitan superar todos esos obstáculos. Ramadi fue conquistada con una mezcla sorpresiva de coches bombas y atacantes suicidas que penetraron las defensas y permitieron el ingreso de sus combatientes a los centros urbanos; sin embargo, cuesta creer que el grupo yihadista sunita pueda dirigirse, en este momento, hacia zonas de mayoría chiítas donde no encontrará una población dispuesta a apoyarlos o, al menos, a tolerarlos.
El primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, anunció el lunes pasado que la reconquista de Ramadi, denominada "Acá estoy, Hussein" (en clara alusión al mártir chiíta), terminará "en cuestión de días". No obstante, es oportuno recordar que la captura de Tikrit contra una fuerza rival de poco más de 600 combatientes del Estado Islámico le tomó al gobierno iraquí tres semanas y precisó la ayuda de milicias chiítas, el asesoramiento de experimentados generales iraníes y la inestimable colaboración de los F-18 estadounidenses. Con todo, y a pesar de la destrucción total de extensas porciones de la ciudad, el Estado Islámico no fue técnicamente vencido: los yihadistas "se retiraron" de Tikrit para reagrupar raudamente sus fuerzas en el norte y dirigirse hacia la refinería de Baiji.
Con el paso del tiempo y la profundización del conflicto, el destino de Irak y Siria parece sellado en su inevitable desmembramiento en estados uniconfesionales: alawita al norte de Siria, kurdo al noroeste de Irak, sunita en el territorio controlado por los rebeldes sirios e iraquíes, chiíta en el oeste de Irak. Sólo una decisión de sus ciudadanos de mantenerse unidos a pesar de sus diferencias puede impedirlo. El problema es que, desde hace un largo tiempo, no existe nada parecido a una unidad, en esta parte de la región, que no sea la religiosa.