A la final con goleada
Por Matías Fabrizio
El primer tiempo fue de excelencia. Sin dudas, los mejores 45’ de la Era Martino, con Argentina dominando situaciones, con y sin pelota. En ataque, la Selección hizo negocio (además de la enorme diferencia individual) con Ever Banega bien abierto sobre la izquierda y Ezequiel Lavezzi, sobre la derecha. Así Lionel Messi tenía muchísimo espacio para moverse por el medio, saliendo del radar del doble 5 Bradley y Beckerman. Hubo toque, hubo precisión y hubo movilidad, el equipo apostó a las triangulaciones para resolver con poca gente cada jugada, y Estados Unidos siempre siempre corrió de atrás.
Hablar de Argentina en defensa es imposible. A lo sumo, hay que hablar de Argentina sin pelota, porque a la zona de Chiquito Romero no llegó nunca. Javier Mascherano repitió lo de ser el vértice de un triángulo con los centrales para la salida, y también para la presión. Por lo general, EEUU es un equipo que maneja bien la pelota. Subiendo y bajando, con balón dominado, en bloque. Y cada vez que los locales recuperaban y salían, ahí el trío llegaba al choque para apretar. Impecable.
En distintos momentos llegaron los goles, en jugadas de ataque que como nunca en el último tiempo, fueron consecuencia de una dinámica de juego y no de situaciones aisladas. El primer gol vino de arranque. Banega apuró a Lavezzi para un córner, devolvió al Pocho que jugó la pared con Messi, para definir de cabeza por arriba de Brad Guzan, el arquero yanqui, de pésima salida. El segundo fue después, a la media hora. Pero ese merece un párrafo aparte, el próximo.
Tiro libre, Messi, gol. Golazo. Bah, no, así: GOLAZO. No era el perfil para un zurdo. No era muy cerca. No fue al palo de la barrera. Así y todo entró en el ángulo, atrás del arquero, tocó el travesaño incluso para hacerlo más espectacular. Te vas al carajo, Messi.
En el segundo tiempo podían pasar dos cosas: relajación o fútbol. Y hubo fútbol. Menor intensidad, sí. Menor presión también. Quedó evidenciado en que ahora sí Chiquito Romero tuvo algo de trabajo, muy poco, pero sobre todo los centrales tuvieron que tapar algunos baches. Nada del otro mundo. Argentina agarró el plan B, el que mostró con Chile: unos metros más atrás, y a salir rápido con Messi, Banega, con Higuaín (volvió a bajar unos puntos su nivel, aunque se anotó con otro doblete, que no es poca cosa) y con Lavezzi. Lo negativo fueron las lesiones: Augusto Fernández salió por un problema muscular y el Pocho se lastimó un brazo tras una caída impresionante. ¿Llegarán a la final?
El tercer gol vino en una jugada enturbiada que el 10 limpió, el Pocho se vistió de asistidor para el Pipa, que picó bárbaro para puntearla: tapó Guzan, y el rebote con arco libre terminó en el pie del 9. Para el cuarto recuperó Messi, juntó defensor y arquero, y sirvió al medio para el otro de Higuaín. Sobraron unos cuantos minutos. Argentina jugó bien, con otra receta, pero bien de verdad. Los primeros fueron los mejores 45’ de la Era Martino, pero el partido en general también queda para el recuerdo.
Estados Unidos no es la Selección clase B de hace 10 o 15 años, es competitiva, con jugadores en ligas top y con un buen juego colectivo. Hoy, fue borrada de la cancha.
Esta camada, los últimos que quedan de la gestión Pekerman-Tocalli-Ferraro en Juveniles (los Messi, Masche, Biglia, Romero, Mercado), más los agregados de los últimos siete u ocho años, van por su tercera final al hilo. Del 2012 para acá se consolidó un grupo de jugadores que evidentemente funciona a todo nivel, dentro y fuera del campo. Pocos dejaron el equipo y recién ahora algunos se están sumando. La base está firme. Es hora de que la suerte también esté y la Copa venga para acá. Se lo merecen. El domingo, ante Chile o Colombia, será la final. ¡Vamos!