Sebastián Morreale: la lucha contra las drogas desde una mirada política y comunitaria

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ECONOMÍA POPULAR

Sebastián Morreale: la lucha contra las drogas desde una mirada política y comunitaria

07 Febrero 2023

Sebastián Morreale es subsecretario de Atención y Acompañamiento en materia de Drogas de la Nación. Parte de su vida estuvo atravesada por el consumo, hasta que inició su recuperación y creó Vientos de Libertad, la primera casa comunitaria que empezó a desarrollar el método integral de trabajo terapéutico con perspectiva de derechos, y que hoy constituye una rama de la economía popular del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP). Diálogo con el portal Nación Trabajadora. 

-¿Quién es Sebastián Morreale? Contanos un poco acerca de tu vida.

-Soy referente nacional de la rama Vientos de Libertad del MTE y actualmente me desempeño como Subsecretario de Atención y Acompañamiento en materia de Drogas de la SEDRONAR. Nací y crecí en un barrio popular de Hurlingham. Mi viejo, comerciante, peleándola siempre, llegando con lo justo para la olla. Después le fue un poco mejor y nos mudamos a un barrio de clase media-baja. Toda mi familia materna está atravesada por lo político. Mis padres no militaban en los setenta, pero mis abuelos eran muy peronistas y estuvieron buscados. Y mis tíos, que militaban en Montoneros, fueron secuestrados, presos y torturados. A uno de ellos, Gabriel Córdoba, lo desaparecieron en el ‘79. Mi mamá en ese entonces era una niña. A los dieciséis quedó embarazada y me tuvo a mí. Me llevó tiempo reconstruir todo esto. Estaba medio tapada toda esa historia. A los doce o trece años, empecé a consumir marihuana y alcohol, de forma casual. Como todo adolescente, era muy rebelde. Nada del otro mundo. Pero mi papá enfermó de cáncer y al año se murió. En ese momento yo tenía quince años y era el mayor de seis hermanos. Esto afectó a toda la estructura familiar y, a mí, en lo personal. Mi vieja tuvo que dejar de ser ama de casa y comenzó a sostener el negocio familiar. La pasamos muy mal, si no se salía a laburar no se comía. Toda esa responsabilidad fue mucho para mí y empecé a escaparme a través del reviente del consumo. Eso mezclado con un ambiente de bardo de la zona oeste del conurbano, generó una etapa muy oscura y violenta en mi vida. 

-¿A qué te referís con eso?

-Tenía una gran rebeldía. Más allá de mi génesis familiar y esos relatos que fui descubriendo, me vinculé, ya estando en consumo, con el mundo del rock, con la barrabrava del “Gallo” de Morón. También me sumé a la “Fede”, el brazo juvenil del Partido Comunista, pero más que nada como fuerza de choque. Adhería a la izquierda revolucionaria, lo que pasa es que estaba entremezclado con la vida en consumo y lo que era el agite rockero y futbolero. Era un combo explosivo.

-Muy de los noventa, ¿no?

-Sí, se armó un caldo de cultivo en el que entraba el consumo de drogas, el agite y toda esa violencia exacerbada de la adolescencia. Eso terminaba generando una mística bardera. Es difícil transmitirlo y que no se entienda mal, pero de algún modo era necesario. Era una reacción y un síntoma frente al auge neoliberal. En lo personal, se mezcló con los problemas en mi familia y mi historia. Lo cual me llevó a un montón de cosas, a delinquir, a llevar un fierro en la mano. No necesitaba robar para comer, sino que era parte de esa concepción de lo que era “la junta”, de ser “picante”. Esas secuencias me llevaron hacia fines del ‘98 a terminar viviendo en la calle, en la plaza Barrancas de Belgrano, en la Capital Federal. Ahí compartía ranchada con mi tío Alejandro.

-¿El mismo que había sido secuestrado y torturado en la dictadura militar?

-Sí, él había quedado muy mal. También estaba en consumo y, de hecho, murió en situación de calle en 2012. Estando con él, ya hacia fines del ‘99, cuando todo estaba peor, lo político, lo económico, ese clima social antes del estallido, viví situaciones de degradación de la vida que nunca voy a olvidar. La violencia que genera tener que pelear para conseguir una frazada o algo de morfar es tremenda. En ese momento tuve un clic a partir de que murió una bebita en la plaza, mientras la madre estaba consumiendo. Fue un shock que me iluminó, me generó un montón de dolor y de preguntas. Me dije: “nos están descartando y matando sistemáticamente”. Me di cuenta que estaba siendo excluido y arrastrado a vivir todo lo que el sistema quería que la juventud viviera, que esté excluida, sin poder pensar, dominada, anulada. Y lo viví pasándolo por el cuerpo. El que estuvo en la calle sabe que es invisible al resto de la humanidad y decidí salir de eso.

-¿Qué hiciste?

-No sé cómo, llegué a una casa en Pilar que se llamaba “Vencer para vivir”. Gastón, de unos treinta años, llevaba adelante ese lugar. Él también había estado en consumo. Era un proyecto que recién arrancaba. Había otros pibes de mi edad que me decían “che, loco, podés estar bien”, “ponete las pilas”. Yo tenía 21 años y estaba quebrado humanamente, cuando vi luz y vida en la cara y en los ojos de esos compañeros me quedé. Era el 2000, nadie te daba una mano, el Estado era cómplice con su “ausencia” o, peor, te cagaba a palos. Y ahí me ofrecieron una cama, sentí compañerismo. Comencé un proceso de recuperación, de transformación personal y revolucionaria. En lo subjetivo, entender que la droga es un producto del capitalismo, un instrumento de dominación social, sobre todo de las juventudes, que anula la capacidad de lucha, de reivindicar la vida y de proyectos que pueden generar transformaciones en las sociedades. No es casual que se riegue de drogas a todas las barriadas populares desde los noventa. En lo colectivo, poner en práctica cuestiones que tenía arraigadas en lo ideológico. Viví el valor de lo comunitario, la importancia de los lazos sociales, la solidaridad. Pude conectar lo que sentía, lo que pensaba y lo que hacía. Al tiempo, cuando retomé la escuela, ya estaba militando esta causa. Entre muchos, llevé a la casa a Sebastián Sánchez, mi hermano de la vida, que estaba en consumo junto a mi hermano Lucas, y con quien armamos un comando para sacar pibes de la falopa. Es la génesis y pilar fundamental de Vientos de Libertad. 

-¿Tenías esa conciencia política entonces? ¿Había algo diferente en esa casa respecto a las comunidades terapéuticas tradicionales?

-La conciencia política ya estaba. Es cierto que, en ese momento, adquiere más claridad, al parar la pelota y ordenarme. También ya entendíamos ideológicamente el tema del consumo como un resorte más del neoliberalismo. Hacíamos lecturas políticas y nos referenciamos, mucho en el Che Guevara, Hugo Chávez, los zapatistas, la Revolución Sandinista. También venía a vernos y hablamos mucho con Evelyn Lamartine, una monjita francesa compañera de las que fueron desaparecidas en dictadura. Ella tenía esa impronta de cristianismo de base, de liberación. Todo eso lo llevábamos a lo interpersonal, a practicar en lo cotidiano, a generar un proceso organizativo entre compañeros. Se fue dando como algo que surgía espontáneamente, no estaba en el plan original de quienes llevaban adelante la casa de Pilar. Pero es cierto que había una apertura de parte de ellos y un sentimiento real por ayudar a los pibes. Eso existía y lo diferenciaba de la lógica de las comunidades terapéuticas, que fueron la respuesta neoliberal al problema de las drogas. En los noventa, el Estado se corrió y el mercado ofreció esa respuesta basada en el lucro y en la medicalización bajo el modelo médico-hegemónico y la cosificación de las vidas de los pibes.

-La politización del consumo y del proceso de recuperación, visto como algo revolucionario, ¿es lo que constituye las bases de lo que será Vientos de Libertad?

-Exacto. Primero aparece la resistencia a lo impuesto por el sistema y, después, ese amor multiplicador, el deseo de recuperar y concientizar a otros pibes, un fuego interior que tenemos cada uno de nosotros. Eso se convierte en la herramienta política más importante. Cuando terminamos el proceso en la casa de Pilar, comenzamos un trabajo comunitario en Hurlingham. El contexto de crisis de 2001 y 2002 nos encontró con la oportunidad de dar revancha, siendo una juventud despierta, militante. En los barrios, la precarización de la vida era total y la situación explosiva. Iniciamos un trabajo territorial en Williams Morris. Más o menos lo mismo que se hacía en muchas otras partes: alfabetización, olla popular, merendero, esas cosas. Pero siempre incluyendo el laburo en torno a la prevención y a las drogas. Hacíamos concientización en las escuelas y en el barrio, pero sentíamos que nos quedábamos cortos. Teníamos algunas diferencias con la casa de Pilar y con el cura de la capilla del barrio, y no encontrábamos referencias en las organizaciones que estaban en nuestra zona. No tomaban este tema, o porque sus dirigentes consumían, o porque lo consideraban una pelea perdida, o porque no lo habían llegado a problematizar y a ponerle el factor político que nosotros le ponemos. Nos consideraban unos loquitos. Así fue que decidimos abrir nuestra propia casa comunitaria en junio de 2006. 

-¿Es cuando nace formalmente Vientos de Libertad?

-El grupo ya existía, pero ese año pusimos ese nombre a nuestra primera casa comunitaria. El nombre lo tomamos de esa frase que dice Fidel Castro cuando desembarca del Granma: “Aquí soplan vientos de libertad”. En el Estado nos decían que había que hacer una comunidad terapéutica. Y nosotros sabíamos que eso fracasaba. Queríamos otra cosa, una casa comunitaria, con otro enfoque que íbamos desarrollando, un cambio de paradigma, del que hoy, a casi veinte años, es del que más se habla: “método integral comunitario con perspectiva de derechos”. Como teníamos la experiencia, el fuego interno, la vocación y la militancia por ir realmente al hueso, nos animamos. Tomamos un terreno en Pilar, del que nos desalojaron al año, y nos mudamos a esa “casa madre”, como la llamamos, a General Rodríguez, donde funciona hasta hoy. En ese momento yo me abro un poco, porque en 2005 había nacido mi primer hijo, Fabricio, y el que sostiene prácticamente todo ese laburo es “Seba” Sánchez, con la ayuda de algunos compañeros.

-¿Cuándo te volviste a vincular más fuertemente?

-Acompañé de costado en toda esta etapa. Trabajaba en una PyME de logística y distribución a la que le empezó a ir muy bien y terminé como director general. En 2010, tuve a mi hija, Sofía. Así que se me fue haciendo muy difícil. Eso me tenía muy mal, no me sentía bien con mi vida. Estaba enajenado. Hacia 2012 todo eso estalló a partir de la pérdida de mi tío y de un hecho. Un compañero de laburo y amigo se la estaba pegando mal, y, como todo el mundo conocía mi historia, me llamó un día su compañera llorando que el flaco estaba con un fierro encerrado en el baño. Se quería pegar un tiro, una situación muy compleja. Entro al baño, le saco el fierro y lo terminé subiendo al auto y lo llevé a nuestra casa de Gral. Rodríguez. Eso fue como sentir el león enjaulado que tenía. Con dos hijos, renuncié a la empresa, en la que tenía un buen pasar, y volví al barro de lleno. Con la plata que tenía pusimos en marcha la segunda casa comunitaria, en Marcos Paz. 

-Un cambio radical de vida…

-Fue como volver a la fuente. La tuvimos que pelear mucho, con angustia por lo que no teníamos, un poco de incertidumbre por la clandestinidad. También éramos más jóvenes. Esas primeras casas fueron una patriada. No eran instalaciones preparadas, en condiciones para albergar gente. En General Rodríguez era un descampado, ¡donde el primer tiempo vivieron en carpa! Y se fue construyendo todo, comunitariamente, con pibes que no tenían nada, quebrados, en proceso de recuperación. Nunca se les cobró a las familias. Por supuesto, recibimos donaciones, pero el lucro no existía. Nadie ganaba un peso. Era pura militancia revolucionaria, sueños y amor. Es muy conflictivo acompañar a compañeros o compañeras en proceso de transformación, con todo lo que conlleva. Te mete muy adentro de la trinchera. Entonces ves un poco de costado lo que está pasando alrededor. La situación diaria de una casa no te dejaba tiempo para otras cosas. 

-¿Y cómo se vinculan con el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE)?

-En ese momento colocábamos pasacalles con la información de las casas de Vientos de Libertad y una imagen del Che. Eso le llamó la atención a Nicolás “Paragua” Caropresi, militante del MTE. Estaban buscando adonde llevar a un pibe, hijo de cartoneros, a internar. Nos contactó él y, luego, lo siguió Sergio Sánchez, el presidente de la Federación de Cartoneros (FACCYR). Empezó a ir muy seguido a las casas, a llevar pibes con problemas de consumo. Nos entendimos enseguida, fue amor a primera vista. Sentimos que habíamos encontrado nuestro lugar. Y eso dio comienzo a otra etapa, de mayor proyección política, a partir de nuestra incorporación como rama del MTE en 2014.

-La idea de economía popular ¿a ustedes los contenía? ¿Cómo se insertaron en estructuras, como el MTE o la CTEP, pensadas por ramas de producción?

-Es que nosotros producíamos, generábamos procesos de transformación en los pibes más excluidos, los descartados del sistema. Ramón Carrillo decía que “la salud es una construcción social”. Nosotros estábamos llevando adelante un método de trabajo de la economía popular, para salvar vidas, construyendo salud popular y comunitaria, porque “sin salud popular, no hay justicia social”. Así que fue muy sencillo incluirnos como rama en el marco de la CTEP, lo que hoy es la UTEP. Pero lo más importante fue la identificación que teníamos por la cuestión de clase, el método organizativo y el perfil de militancia que proponía el MTE. Nosotros éramos también parte de la generación del 2001, de toda esa conflictividad.

"Nos ocupamos de algo que nos enorgullece y es neurálgico para la revolución que soñamos, para cambiar todo lo que deba ser cambiado: generar una juventud politizada, despierta, que pueda organizarse y construir un horizonte diferente" 

-¿En qué sentido comenzó una etapa de mayor proyección política?

-Hasta entonces habíamos hecho alguna jornada de lucha y difusión en plazas y no mucho más. Cuando nos integramos al MTE y a la CTEP, las acciones que impulsamos comenzaron a tener una mayor repercusión, a partir de la solidaridad de las diferentes ramas. En 2014, murió una compañera cartonera por consumo. Decidimos movilizar a la SEDRONAR. Desde su creación, la Secretaría había estado dominada por una mirada hija del Consenso de Washington. Recién en 2013, con la asunción del padre Juan Carlos Molina, apareció alguna que otra idea. En 2014, se creó el programa de las Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAACs). A partir de esa movilización, ingresamos a ese programa y por primera vez comenzamos a recibir un apoyo del Estado. Era mínimo y nuestro trabajo no encuadraba bien, pero fue el primer pie que pusimos en la SEDRONAR. Luego siguieron otras acciones, tanto hacia afuera, en las calles, como hacia dentro de la CTEP y de conjunto con otras organizaciones, para que se empiece a tomar dimensión del problema del consumo. 

-¿Ese proceso de encuentros entre organizaciones se asocia con lo que fue la resistencia al macrismo en el marco del “Tridente de San Cayetano”?

-Es parte del mismo proceso. Incluso empezó antes, porque la marcha de San Cayetano que dio nombre a esa unidad entre movimientos sociales fue el 7 de agosto de 2016. Y hubo un punto de inflexión en nuestra lucha unos meses antes. En abril de ese año ocurrió la tragedia de Time Warp. En una fiesta de música electrónica en Costa Salguero murieron cinco personas y varias decenas fueron hospitalizadas por consumo de drogas de diseño, falta de agua y asistencia médica. La sociedad estaba sacudida porque era gente de clase media y alta. Para nosotros, también lo fue, pero era algo cotidiano, en los barrios los pibes se nos caían como moscas y no salían en las noticias. Pero entendimos que la conmoción nos podía servir para instalar nuestra mirada. Hicimos una denuncia al Gobierno de la Ciudad como responsable de las muertes. Un juez tomó la causa y clausuró la noche porteña por dos fines de semana. La medida se levantó, pero entonces, aprovechando la visibilidad que tomó el suceso, decidimos hacer un acampe en Plaza de Mayo y simbólicamente un cortejo fúnebre hasta la SEDRONAR. Velamos a los jóvenes que murieron en Time Warp y a los que mueren por la droga todos los días. Ingresamos a las instalaciones de la SEDRONAR y se armó un revuelo bárbaro. Sirvió para acercarnos a los curas villeros, “Charly” Olivero y “Toto” de Vedia, que coordinaban los trabajos que la Iglesia tiene con los Hogares de Cristo. Luego salimos a convocar a las otras organizaciones en el marco de la CTEP, como el Movimiento Popular La Dignidad, el Movimiento Evita. Nos empezamos a juntar y se conformó una mesa permanente con movimientos sociales y los curas villeros. Luego, se sumaron a esta mesa la Corriente Clasista y Combativa y Barrios de Pie. Por primera vez existía algo así: una mesa de articulación social que se proponía marcarle el rumbo político a la SEDRONAR y empezar a generar una política que reconozca el laburo de las organizaciones. Con el tiempo pasó a llamarse “Consejo para el Abordaje Integral de las Políticas Públicas de Adicciones en Contextos de Alta Vulnerabilidad” (CAIPPA). Actualmente es un órgano consultivo de la SEDRONAR. 

-¿Qué políticas impulsaron desde este consejo de organizaciones sociales?

-Lo primero que se hizo fue un pliego de reivindicaciones. Entre otras cosas, se pedía mayor financiamiento y cambios en el programa de las CAACs, para poder conveniar las experiencias que habíamos construido en los territorios. Después, se impulsó un proyecto de ley de emergencia en adicciones, como parte del paquete de leyes que impulsó el Tridente de San Cayetano. Era un proyecto de ley con cuestiones concretas, como un registro para que podamos cuantificar los pibes que estaban en consumo. Eso serviría para saber cuánto presupuesto se debería destinar para políticas públicas. Esa ley no salió, pero logramos que se destine más presupuesto a la SEDRONAR para 2018, con el objetivo de armar otro proyecto: una Escuela de Formación para el Abordaje de Políticas Públicas, que nosotros llamamos “Escuela de Red de CAACs”. Fue la primera política que gestionamos en SEDRONAR, pero estando desde fuera, como organismo consultor. Costó, porque en ese momento estaba el macrismo en el gobierno y Roberto Moro como secretario, y había que pelear cada cosa. Después de una primera etapa, un poco frustrada, vino a laburar Gabriela Torres como coordinadora de la escuela. Ahí pudimos hacer un laburazo y logramos ampliar la red de CAACs. Cuando tomamos la SEDRONAR había solo tres convenios, y en 2019, cuando se fue el macrismo, ya había 213 espacios CAACs. Fue el proceso organizativo y político del CAIPPA el que nos dejó ese saldo enorme y nos permitió proyectarnos en la gestión de la Secretaría.

-¿En qué consiste el método de trabajo comunitario de las organizaciones populares?

-A nivel del conjunto del CAIPPA, diría que hay una mirada integral, comunitaria, con perspectiva de derechos, de acompañar a las personas con sus proyectos de vida. Todo lo opuesto al enfoque fragmentado, médico hegemónico, medicalizado y lucrativo de las comunidades terapéuticas. Esa mirada común es la que buscamos delinear a través de la Escuela de Red de CAACs. Hacía falta ordenar todos esos centros barriales, dotarlos de una mirada clara, definida en trama mixta entre Estado y organizaciones sociales y eclesiales. Otro rasgo común es entender que el problema del consumo es síntoma de un sistema que anda mal, y que su abordaje no puede reducirse a lo punitivo o a lo médico. Y como el consumo es consecuencia de muchas cosas que andan mal, las respuestas las tenés que dar en distintas áreas. A nivel general, esas son las coincidencias: una mirada integral del problema, y una respuesta desde lo comunitario. Luego, en nuestro proceso como MTE-Vientos de Libertad, damos un paso más claro todavía y definimos un método político terapéutico, basado en la organización, la comunidad, la militancia, la participación política, la lucha, el compromiso. Por eso nuestro lema es “Juventud Despierta – Nuevo Pueblo”. Nos ocupamos de algo que nos enorgullece y es neurálgico para la revolución que soñamos, para cambiar todo lo que deba ser cambiado: generar una juventud politizada, despierta, que pueda organizarse y construir un horizonte diferente. 

-¿Cómo fue asumir la gestión de la SEDRONAR desde fines de 2019?

-Con el cambio de gobierno, se dio la posibilidad de proponer a Gabriela Torres como Secretaria, e incluir a cuadros de las organizaciones del CAIPPA en la gestión de distintas subsecretarías, direcciones y coordinaciones de la SEDRONAR. Es una de las áreas del Estado en que los movimientos sociales tienen más protagonismo en la gestión. Y fue producto de una acumulación, de una unidad, de haber articulado el trabajo en territorio con la proyección política y la formación. Para mí, el balance es muy positivo. Pudimos generar discusiones políticas para poder ampliar el presupuesto, venimos visibilizando mucho la política que hacemos con otra lógica, llegamos y cambiamos la mirada hacia una concepción más integral de la problemática de consumo. Se creó un programa específico para las Casas Comunitarias Convivenciales y se potenció el programa de CAACs y los Dispositivos Territoriales Comunitarios (DTC), estos últimos en convenio con municipios y provincias. La SEDRONAR de hace unos años era algo mínimo, tabicado y obturado, comparado con lo que es en la actualidad. 

-¿Y qué limitaciones encontraron?

-La integralidad en el abordaje requiere mucho trabajo de articulación dentro y fuera de la Secretaría. Mover la burocracia del estado es lo más difícil. Es una máquina de impedir que te genera mucha frustración. Nosotros venimos de militar sin un mango y a no retroceder, o sea que estamos acostumbrados a que, si no hay plata, se hace igual. Eso nos lleva a conflictos con distintos ministerios por temas burocráticos que traban, impiden o hacen todo muy lento. No se ve la importancia y la urgencia que este problema en particular tiene. Y nosotros necesitamos, con la estructura mínima que tenemos como Secretaría, coordinar con casi todos los ministerios, provincias, municipios y con distintas áreas de gobierno. Y luego hay un desafío, más que una limitación de la gestión, que es mantener ese fuego vivo, que decía antes, que no te apaguen. La tercera y cuarta casa de Vientos de Libertad fueron abiertas antes de ser parte del gobierno, una casa en Tigre en 2016 y la de mujeres y disidencias en Luján en 2018, con la impronta que implicaba nacer desde el llano. Hoy, con nuestra gestión, se ha crecido muy rápido. Tenemos trece casas comunitarias como MTE-Vientos y hay un total de cincuenta entre todas las organizaciones. Los CAACs son, actualmente, más de quinientos en todo el país. Es una enorme expansión. Ahora el desafío es dotar todo eso de una mirada integral comunitaria. 

-¿Qué metas más estructurales se proponen?

-Nuestro mayor desafío es poder articular todos los niveles del Estado y las diferentes áreas de gobierno. Necesitamos construir criterios, conceptos ideológicos y diseñar políticas públicas federales, para dar mayor accesibilidad y acompañamientos más integrales. También instalar en la sociedad la importancia de la “cultura del cuidado”, abordando todas las dimensiones de la vida, en un esquema que excede lo sanitario y apunta a la dimensión política en el sentido de lazo social, comunidad y proyectos de vidas saludables para un buen vivir. E imprimir a fuego todo esto en nuestra gestión y que nos trascienda, para garantizar la promoción de derechos y desarrollar mayor complejidad en la atención y el acompañamiento de las personas. Por otro lado, estamos trabajando cambios en las actuaciones de algunas leyes y vamos a presentar varios proyectos de ley relacionado a lo que fuimos charlando, justamente para no criminalizar a las personas que están con problemas de consumo. Cabe aclarar que estamos de acuerdo con la despenalización, no con la legalización. No es lo mismo. Hay que tener mucho cuidado con esto. Ese discurso a nosotros, en los barrios más pobres, nos resulta muy peligroso.

-¿Por qué? ¿Cuál es la posición de las organizaciones en el territorio?

-Porque rompe los tejidos comunitarios que venimos reconstruyendo y arrasan con el territorio y la comunidad. Los que trabajamos en esto sabemos que la mayoría de los pibes empiezan a consumir por una vulneración sistemática de derechos. El consumo es un síntoma, una consecuencia generalizada, que se expresa a través de alcohol, marihuana, paco y otras sustancias de descarte con mayor toxicidad. Y en vez de discutir la naturalización del exceso en los consumos, mayormente en la juventud, cada vez más temprano, e instalar un debate como sociedad sobre la “cultura del cuidado”, se termina planteando un discurso “progre”, liberal, que, apelando al consumo recreativo, valida la cultura del “reviente”. Replica la lógica capitalista y enraíza aún más la proliferación del consumo y todo lo que genera. Hoy somos el país número uno en la región en el consumo de alcohol y varias drogas. Es muy peligroso abrir esa puerta. Hay que escuchar a las organizaciones que están todos los días poniendo el pecho, con este y tantos problemas en los barrios, antes de salir a decir cualquier estupidez. Lo que vas a encontrar es que ni una organización social plantea el consumo responsable en un escenario de descomposición social como el que estamos: seis o siete de cada diez pibes son pobres y están inmersos en las barriadas en esta situación de abandono y vulnerabilidad, sin ninguna posibilidad, sin proyectos. Más bien sería bueno cuestionar los consumos de toda la sociedad, qué tipo de sociedad queremos. Pero para eso hay que romper ese vínculo de adherencia con el capitalismo en todas sus formas. Nos vienen aculturando, nos empujan, nos aplastan desde la imposición del modelo de vida globalizado. Y a los que no cabemos, a los excluidos, se nos oculta, no se nos quiere ver. Pero, desde el subsuelo de la patria, nos organizamos y luchamos por tierra, techo y trabajo, por la justicia social, por la vida.