La violencia como lenguaje

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La violencia como lenguaje

22 Febrero 2013

Por Luciana Sousa l La última vez que un periodista le preguntó a Quentin Tarantino sobre la violencia en sus películas, el cineasta respondió: “he decidido no hablar más de eso. Me lo preguntan hace 20 años y no he cambiado de opinión al respecto. Búscalo en google”.

En una entrevista sumariada en google, efectivamente, Tarantino afirma sobre sus orgiásticos baños de sangre: “Las películas son sólo eso, cintas que, por más que contengan violencia explícita, son parte de una expresión de arte. Si lo rudo es parte de tu color, lo ves o no. Por eso, mis películas no son para todas las personas: los que no quieran verlas que no vayan al cine. Yo siento una fascinación por la violencia explícita, la cual veo como algo estético. Disfruto de las películas de acción. Me gustan las cosas extremas y sería hipócrita que no lo dijera”.

La violencia en Tarantino no es tema, es lenguaje. Y si resulta que este lenguaje tiene tanto éxito en EEUU es menos por una cuestión estética que por una ideológica, ya que, como señala David Viñas: “toda estética implica una moral. Es decir, toda estética –a través de ciertas mediaciones- presupone una visión del mundo; y lo correlativo: una ideología política”.

Tarantino habla en un lenguaje familiar: EEUU vive en estado de violencia permanente, desde hace casi 60 años, cuando bombardeó Hiroshima y Nagasaki, dejando 200.000 muertos. Desde entonces, ha participado en casi todos los conflictos armados mundiales, y ha vivido en guerra, desde Vietnam hasta Irak. De acuerdo a las estadísticas del Departamento de Justicia norteamericano, unas 270 millones de armas están en poder de los estadounidenses, es decir una media de 88.8 cada 100 habitantes. Y cada día mueren 33 personas por armas de fuego.

Los medios de comunicación han catapultado la exhibición de la violencia: las fotos de los marines vejando prisioneros durante la invasión a Irak, las torturas en Guantánamo, las persecuciones en la frontera mexicana, las palizas policiales en detenciones, la transmisión en vivo de la invasión a Afganistán en la CNN, entre otros episodios, llegan diariamente a casa de todos su habitantes, conformando un sistema de entretenimiento que sepulta una visión crítica del abuso de la violencia. La violencia, en todo caso, es necesaria para hacer justicia, como muestran las últimas películas de Tarantino.

Esto no sugiere que la exhibición de la violencia en el cine genere episodios violentos, pero sí que ayuda a aliviar, aliena, ante la exposición a la violencia real, convertida en espectáculo mediático. No se la denuncia ni se la trivializa, pero logra dejar de ser moralmente repulsiva.

La violencia como ética y estética en Tarantino está lejos de otros usos y discusiones sobre la violencia en el cine, como la moral del travelling de Godard, la pulsión entre deseo y violencia en Pier Paolo Pasolini o la violencia hiperbólica de Stanley Kubrick. Se inscribe, en cambio, en la tradición que inauguran en EEUU Scorsese con Taxi Driver (1976), Coppola con la trilogía de El Padrino (1972, 1974, 1990) y De Palma con Scarface (1983). “La violencia es lo más atractivo del cine y resulta la mejor forma de conectarse con el público”, dijo Tarantino en 2010 ante la Academia Británica de Cine, “es necesario que se muestre sangre en la pantalla porque eso es lo que quiere ver el público”.

Su última película, Django Unchained, se estrenó la misma semana en la que Joe Biden, Vicepresidente de EEUU, realizara una serie de declaraciones en torno a posibles vínculos en la industria del entretenimiento y los últimos casos de asesinatos en masa que ha vivido dicho país. Mientras tanto, Hollywood, la industria cultural más importante del mundo –y el espacio de representación por excelencia del pueblo norteamericano-, financia y galardona la estética de Tarantino, quien recientemente se ha manifestado a favor de la tenencia de armas, en referencia al debate abierto en Estados Unidos tras la masacre de Newtown. "En principio creo que todo el mundo tiene derecho a tener un arma. Yo mismo tengo una porque vivo solo en una casa grande y quiero poder defenderme", declaró el director. Es entendible que buena parte del público estadounidense se identifique con la propuesta artística (ética y estética) de Tarantino.