Psicóticas asesinas y devotas dementes

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Psicóticas asesinas y devotas dementes

01 Marzo 2013

En El Elefante Club de Teatro se reestrenaron dos obras de Santiago Loza(*). Ambas incluyen en su receta el monólogo de un personaje femenino, economía escénica, prolija palabra, profesionales interpretaciones. Fórmulas ya abordadas que siguen dando pulcros acabados en los que se pasean personajes desbordando complejidades humanas.

Por Karina Wainschenker(**)

I.
Desde que emite la primer palabra, la protagonista de Todo Verde denota conflictividad. La vemos ahí, sentada en su silla entre una ventana y la sombra que la luz proyecta sobre la pared al encontrarse con su cuerpo. ¿Cuál es su conflicto? ¿Es acaso consigo misma? ¿Con su pasado? ¿Con la Claudia, esa vecina que le regaló un cuadrito y el loro que la acompaña en escena? Esta repostera de pueblo genera en el espectador constantes contradicciones y por eso nos conmueve. Se cuerpo y caracterización presentan una mujer víctima, ingenua, que con el avanzar de la trama irá descubriendo su sombra. ¿Quién es esta Claudia por la que se encuentra obsesionada? Esa supuesta profesora de inglés que atiende por hora a distintos alumno en su casa. ¿Qué sentimientos despierta Claudia en una repostera invisible a los ojos de incluso aquellos a los que ha preparado sus tortas de casamiento y quince años?

II.
La huérfana que protagoniza La mujer puerca nos saluda simpáticamente mientras acomodamos nuestras sillas frente al altarcito que se levanta sobre la tarima, que ella ocupará, similar al altarcito que se ha armado en su mesita. “Por cada mártir hay un asesino”. Su madre muere al nacer y eso la deja entonces a ella de ese lado del “ecosistema espiritual”. De todas maneras, quiere ser una Santa, desde chiquita. Entonces espera que Dios la mire, que le preste atención, que le envíe un milagro, haga alguna aparición, lo que fuera. En definitiva, ella espera algo, algo extramundano, algo sacro. Y mientras tanto se entrega a todo menos al goce, porque gozar es pecado. El servicio y la devoción se llevan al extremo para hacerse obsesiones en este personaje por demás complejo y encantador.


Valeria Lois en La mujer puerca

III.
Los espacios se construyen con una economía escénica que resulta sutil estímulo para la imaginación del espectador. Una voz extra escénica que recupera la presencia de un loro, una ventana, una silla y una sombra en Todo Verde; una parrilla de luces muy blancas con la mancha de cuatro focos rojos y una mesita con objetos que redundan las palabras de La mujer puerca. En la escena hay ligero simbolismo y hay pulcra sencillez. Lo mismo sucede con las caracterizaciones: un vestido sencillo que contrasta con una expresión desorbitada, o una recatada polera rosa en composé con labios y uñas del mismo color pero nacarado. El clima y la atmósfera se generan para que la palabra se luzca y las profundidades de los personajes queden al descubierto. A esto se suma la impecable técnica con la que las actrices encarnan e interpretan los textos de Loza.

IV.
Estas dos mujeres buscan ser visibles, ya sea a los únicos ojos de esa distinta vecina, o a los omnipotentes ojos de Dios; quieren verse en ese otro, ya sea buscando su propia sexualidad –o identidad sexual- o su propia sacralidad. Un rasgo en común que se presenta en ellas, se vincula a la inaccesibilidad del sexo como un lugar de placer. Ninguna de las dos se plantea como posibilidad el amor a –o el goce con- otro. Asco al cuerpo del hombre o simple servicio a necesidades biológicas ajenas. El sexo y el placer a ellas no les pertenecen. Así aparece el lado oscuro de la mujer –o del lado femíneo del ser humano-, aquel que resulta tan sombrío y misterioso que los machismos más crueles han penalizado y los feminismos más progresistas aún ignoran. Es que son la educación y los mandatos sociales, religiosos, culturales los que han llevado a estas mujeres a desconocer el sabor del placer, provocando la represión del deseo en cuerpos que estallan convirtiendo a estas mujeres en psicóticas asesinas o devotas dementes. Los personajes de Loza traen a escena toda la complejidad del ser humano y, a la vez, demuestran la imposibilidad de aprehender todo ese complejo universo en el que conviven y combaten miedos, mandatos, ideologías, pulsiones, deseos, obsesiones, amor.

(*) Las fichas técnicas de las obras pueden verse en sus sitios web.
(**) Directora de teatro