Iglesia, menemismo y dictadura: mil perdones

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Iglesia, menemismo y dictadura: mil perdones

26 Marzo 2013

Versiones falaces de valores como el perdón, la misericordia y la paz legitimaron la impunidad, ilustrada en otro abrazo menemista: con el golpista Rojas. Duhalde confesó su encuentro franciscano con Menem en la sede del MPA, que tiene como uno de sus faros intelectuales a Vicente Massot. La cercanía de uno de los represores que en breve serán enjuiciados en Bahía Blanca con los protagonistas del abrazo misericordioso. El riesgo del indultaje camuflado.

Como parte del “efecto Francisco” calificó el miércoles 20 el diario La Nación al abrazo entre dos ex políticos, Eduardo Duhalde y Carlos Menem. Fue una de las primeras y más promocionadas repercusiones de la designación del cardenal Jorge Bergoglio como Papa de la Iglesia católica bajo el nombre de Francisco. La constante referencia a valores como la unión, la paz, y por carácter transitivo la reconciliación y el perdón se sirvió en la “mesa de directorio enorme y semidesierta” en que el diario encontró a Duhalde para su confesión pública.

Ambos ex líderes tienen experiencia en el eufemismo de llamar perdón a la impunidad. Cuando uno era presidente y el otro vice, entre fines de la década del ’80 y principios de la del ’90, se firmaron los indultos presidenciales a los jerarcas de la última dictadura que habían sido condenados en 1985, a aquellos que habían quedado sin la protección paternal de la llamada “Ley de Obediencia Debida” y al ex ministro José Martínez de Hoz, que murió tres días después de la elección de Bergoglio, mientras su jefe, el dictador Jorge Videla, llamaba a los militares retirados jóvenes a alzarse contra el gobierno.

Sin la ventaja de tener un Papa argentino, Menem ideó por entonces un relato fantasioso para justificar la amnesia obligatoria, que incluía su voluntad de perdonar a quienes le habían infligido torturas que nunca padeció. Como broche de oro, se fundió en un abrazo con el símbolo máximo del odio antiperonista: el contraalmirante Isaac Rojas.
El perdón como noción teológica no puede ni debe coincidir con formas del perdón en el Estado de Derecho, pero aún cuando lo hiciera sería difícil concebirlo cuando la ofensa se prolonga día a día, porque los delitos de lesa humanidad perpetrados por los genocidas se hacen presente en la ausencia de los desaparecidos y en la vida de ficción que viven medio millar de nietos apropiados. Esa realidad prueba que tampoco se vislumbra en los culpables el arrepentimiento por sus crímenes ni el deseo por mitigar el dolor de las víctimas.

A quiénes conviene ese perdón mentiroso, falaz, es un dato por todos conocido. Uno de sus eventuales beneficiarios sería el director del diario bahiense La Nueva Provincia, Vicente Massot. Tanto el Ministerio Público como la Justicia federal ya han puesto la lupa sobre el comportamiento de la empresa periodística durante la dictadura, a tal punto que fue uno de los aspectos que puso en relieve el Tribunal que en septiembre condenó a los primeros diecisiete represores en Bahía Blanca.

En un abrazo caben todos: la mesa en la que La Nación charló con Duhalde sobre nociones tan nobles como la paz, el perdón y la unión es la mesa de mando del Movimiento Productivo Argentino, que él encabeza. Uno de sus faros intelectuales es Massot.

Sin novedad

Su legajo sorprende y estremece, hoy, a poco de verlo sentado en el banquillo en el segundo juicio a represores que revistaron en el V Cuerpo durante la dictadura. “Sin novedad” dice en el recuadro destinado a la “situación procesal”.

El coronel Carlos Arroyo llegó a Bahía Blanca con el grado de subteniente, el primer día de febrero de 1976 y permaneció en comisión en el Comando del V Cuerpo hasta fines de ese año, cuando con el ascenso a teniente fue destinado a La Tablada. Los diez meses que permaneció en Bahía Blanca coincidieron con los de la implementación del Centro Clandestino de Detención (CCD) “La Escuelita” y los primeros operativos de la represión ilegal. Por esos crímenes deberá enfrentar su destino en el juicio oral que comenzará en pocas semanas en la ciudad. Aunque también él, con sus 60 años recién cumplidos, pertenezca a la franja etaria que dispone de tiempo para esperar un indulto salvador que les permita responder a la convocatoria de Videla.

Hijo de un militar retirado que pasó luego a desempeñarse en la SIDE en tiempos de Juan Carlos Onganía, su actuación durante la última dictadura no impidió que ya en democracia se moviese cerca de un presidente electo. Se comprende un poco mejor cuando se advierte que ese presidente era Menem, promotor de la impunidad que permitía a Arroyo continuar con su carrera militar como si nada hubiese pasado. Entre 1993 y 1998 lo acompañó en giras presidenciales por todo el globo, visitando una larga lista de Estados. Uno de ellos, la Ciudad del Vaticano.

El Jesuita

El Congreso Nacional de la democracia no negó los ascensos a Arroyo, que un mes y medio después de la llegada del kirchnerismo al gobierno y con el grado de coronel pidió el retiro porque la Oficina Anticorrupción se encontraba investigando su simultáneo desempeño como militar y, a la vez, encargado del Registro Seccional de la Propiedad Automotor de Avellaneda.

Por el contrario, el Poder Legislativo fue generoso con él. Agradecido, incluso. En octubre de 2000, en una carta dirigida al Jefe del Estado Mayor del Ejército Ricardo Brinzoni, el diputado Miguel Ángel Toma consignó el “meritorio desempeño” y los “aportes realizados” por el represor a la “fluida comunicación” entre el Ejército y la Comisión de Defensa Nacional de la Cámara Baja, de la que el funcionario de Menem y Duhalde era por entonces titular.

Toma posee una diplomatura que le permitiría disertar sobre el perdón en tanto valor teológico. En 1973 se graduó en la Facultad de Filosofía y Teología “San Miguel” del Colegio Máximo Jesuita de la Universidad de El Salvador. Faltaban cuatro años para que esa casa de estudios católica rindiese honores al represor Emilio Massera con la aquiescencia del actual Papa Francesco, que bajo su antiguo nombre secular de Jorge Bergoglio mantenía por entonces de modo indirecto la administración de la USAL, como provincial de los jesuitas.

Te están crucificando diariamente

Durante su cautiverio en el CCD del V Cuerpo, a la escritora Alicia Partnoy le habían prometido que, por su condición de judía, la harían jabón. Ella, sin embargo, no creía en Dios, en un dios, en ningún dios. Hubiera querido creer en él en esos momentos, cuenta en el libro homónimo al CCD: “La Escuelita”. En el capítulo titulado “Religión” recupera una pregunta de su amigo Néstor Junquera: “¿De dónde sacás fuerzas para arriesgarte a que los milicos te maten si no creés en Dios?”. Como su esposa María Eugenia González, Junquera “encontraba en la Teología de la Liberación la herramienta para pelear contra la injusticia”.

Ninguno de los dos permanecía en el CCD cuando ella fue llevada allí, luego de su secuestro, en enero de 1977. Pronto pudo saber que unos días antes ambos habían sido arrojados al mar desde un avión, lo que para los capellanes de la Iglesia católica representaba “una forma cristiana de muerte” o una “muerte dulce” que un cuarto de siglo después propuso retomar como práctica el obispo castrense Antonio Baseotto, a quien el ahora Papa Francesco protegió hasta su retiro.

Por ello, “hoy que los bergoglios se montan sobre la lucha que atacaron ayer” la escritora, que actualmente vive en Los Ángeles, recuperó un poema que le escribió a su amigo Néstor en 1982:

“A fuerza de canción y catecismo
le enseñaste a los pibes la justicia,
a compartir el pan,
pelear a muerte
por el prójimo
crucificado diariamente.
Néstor, hermano, tus manos
me enseñaron
a buscar la raíz de la alegría.
A tus hijos les faltaron
tus manos
les faltó tu canción y catecismo.
Simplemente porque peleaste a muerte
te están crucificando diariamente”.

Gran valor

El caso de la desaparición del matrimonio Junquera González formó parte de los hechos incluidos en el juicio por delitos de lesa humanidad que concluyó en Bahía Blanca en septiembre y volverá a estar presente en el que comenzará en algunas semanas, con Arroyo en el banquillo.

Años antes de ser elogiado por el teólogo jesuita Miguel Ángel Toma, Arroyo había sido condecorado por su “heroico valor en combate” durante su paso por Bahía Blanca. Se trataba del clásico eufemismo para esconder la participación de militares en masacres donde los “extremistas”, “delincuentes” o “elementos subversivos” eran invariablemente abatidos por una fuerza que no sufría bajas.

En realidad, los vándalos saquearon la casa del matrimonio Junquera González luego de su secuestro y dieron con una carta que Eduardo Hidalgo dirigió a su hermano Daniel, advirtiéndole del contenido de los interrogatorios a los que debió responder durante el primero de los dos secuestros que padeció. El hallazgo motivó un segundo secuestro para Hidalgo y una promesa: “a tu hermano ya lo vamos a encontrar“. Efectivamente, pocos días después una patota asesinó a Daniel Hidalgo y a su esposa Olga Souto Castillo.

Fue por ese desempeño que el Ejército reconoció como un héroe al entonces subteniente Arroyo. El general Adel Vilas, que llegó a Bahía Blanca luego de su experiencia como jefe del Operativo Independencia, lo calificó por su parte como “uno de los pocos sobresalientes para su grado”.

El cuadro que ilustra esta nota lleva por nombre “Cuando el Terror reinaba“. Pertenece a la artista plástica Raquel Partnoy, madre de Alicia. La pintura muestra a Vilas en un apretón de manos con el obispo colaboracionista Jorge Mayer, que bendijo las condecoraciones a la patota que integró Arroyo. Ambos murieron impunes.