Adioses

  • Imagen

Adioses

23 Junio 2013

A cierta edad, los allegados se alejan, empiezan
a morir. Murió Oliverio y todo el continente
también murió entre los cóndores diez mees
después para poder
erguir sus cerbatanas, murieron lugartenientes,
gladiadores anónimos.
Se ha muerto últimamemente
de mala manera y así se seguirá muriendo, como
estaba previsto: Emilio (al que le toque) de
espaldas en el suelo,
tratando de sacar, o no sacar el arma; murió el petiso
aquel, corrector de diario, también entre las grandes
aves de rapiña. Murió mi eternidad,
pero nadie se ha dispuesto a velarla; a lo mejor
muere Beatriz con quien jugamos siempre
como si fuéramos criaturas predestinadas,
secretamente,
para no romper el sortilegio y perder blasones y ganar
realidades. Murió el bravo capoerista frente a la obra
en construcción, entre un agitar de sotanas
enfiladas sobre rumbos inciertos. En fin, murieron
algunas personas de mi amistad, otras que conozco de
vista seguramente han muerto. Celia murió, pero
hace muchos años, aunque a veces sueño con ella
desnuda
y viva como los arcángeles con toda su música.
Murió Moisés
Lebensohn y no podía ocurrir otra cosa
con ciertas ideas: hubo muchos infartos.
y cirrosis -oh gran rey- en la boca
de mis pulmones que recuerdan
a presión, que olvidan
a sabiendas. Mis hijos viven, pero ya ni se acuerdan
de quién era la tía Teodolinda
que también murió. Compañeros del colegio han
muerto, apóstoles
y simples camaraas de armas y deportes.
Hasta enemigos y también hombres, a quiénes
me ligaban simpatías enfermas
-me refiero a algunos comerciantes fallecidos-, pero
justas, inevitables
como la muerte. Puedo estar contento
de estar vivo: abro los ojos, salto
de la cama, me visto, salgo a esperar otros años,
como ahora
que cierro la puerta, miro hacia atrás la primera mitad
del camino y busco los lugares para emboscarme
a cara descubierta, a golpes. Alegrías pesarosas,
funerales.
Del excusado al lavatorio salta
mi corazón como si fuera
un jabón. Puede tener el mundo
en mis manos, dijo Beethoven y también
lo podría decir yo, si no fuera
por este jabón que resbala
de las manos y nadie
lo quiere por eso, a pesar
de que haya lavado más de una cara,
arrastrado alguna mugre, hojas
en el otoño; subestiman
su espuma dejándolo gastar
de aquí para allá, del excusado
al lavatorio, diluido
en el agua caliente que ahogará
las risas de los arrepentidos