Barrilete cósmico
Por Ulises Castaño
Recuerdo perfectamente ese día.
Tenia poco menos de 6 años.
El televisor era un Hitachi color blanco, de 14 pulgadas.
Vi el partido sentado en el piso de baldosas rojizas con las piernas cruzadas como un indio. Recuerdo muy vagamente la presencia de mi viejo, pero tan solo como una cercanía.
Tengo la sensación de que, al menos durante ese instante, Diego tuvo la capacidad de eclipsar cuanto existiera alrededor de quien fuera que estuviese mirando el partido.
Tanto es así, que no ni siquiera estaba con el, colgado de ninguna bandera ni rememorando guerra alguna.
Uno estaba solo en el cosmos, algo inconsciente todavía de toda aquella grandeza, pero con la certeza de ser parte de un orden que lo reflejaba y contenía. Y esto era un anticipo.
Fue nada mas escuchar el silbato final para salir disparado hacia el campito, como cada día.
El partido en si fue uno mas, sin pena ni gloria.
Sin embargo, recuerdo con una claridad que pocas veces supe conseguir, que ese día nadie se la pasaba a nadie.
Todos queríamos hacer el gol que acabábamos de ver.
Es parte del aire dirá uno, arte del tiempo que todo lo vence y lo impone, hartazgo de la comunicación, el milagro del relato, lo que fuere. Pero para uno que tuvo esa edad es algo muy posterior y sobre todo muy diferente asumir el lugar preponderante que adquirió el relato de Víctor Hugo. Y que lo tiene no caben dudas. Lo dice alguien que lo sabe de memoria, que lo lleva consigo desde entonces y de manera casi obsesiva, como ciertas melodías pegadizas. El relato de VH no es joda compañero. El tipo, como dijo alguna vez Sacheri en Me van a tener que disculpar, hace arte encima de lo hecho.
Es por esto que al principio pensé en escribir algo acerca del libro “Barrilete cósmico, el relato completo”, editado por estos días por la editorial Interzona, pero me pesa tanto decir algo, lo que fuere, encima de lo ya dicho, de lo que se está diciendo, de VH y su relato, y más aún, encima del gol de Diego, que lo que salió fue un recuerdo muy simple de ese momento.
Para quien alguna vez soñó con jugar profesionalmente (cautivado de entrada, y desde aquel 22 de junio de 1986 decididamente evangelizado), lo intentó hasta donde le dio el cuero, quedó en el camino, y hoy habita un lugar extraño construido con el siempre engañoso material de los recuerdos (no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamas sucedió) este libro, -que no es el gol de Diego, ni es la imagen del gol, ni el audio de ese relato, sino mera palabra impresa-, resulta un buen producto de la cultura, sumamente legitimo y hasta de carácter imprescindible si se quiere, pero demasiado alejado del momento de la sensación verdadera.
{youtube width="500" height="350"}7404jcxTu0o{/youtube}