¿Israel quiere la paz con los palestinos?
Por Ezequiel Kopel
Ningún gobierno en la historia de Israel ha aceptado la fórmula de “dos estados para dos pueblos” como solución al conflicto israelí-palestino. Ni siquiera el fallecido Yitzhak Rabin se pronunció a favor de un estado palestino. Nunca habló de un país hermano con autoridades e instituciones que lo definan como tal, aún durante el mismísimo día de su muerte, en una demostración israelí a favor de la paz. El interrogante, entonces, sigue siendo el mismo: ¿los israelíes buscan la paz con los palestinos?
Uno de los mayores errores en la fórmula de paz israelí es empezar por el final del proceso sin antes atender todas las variables que hacen imposible su impulso, esto es, la ocupación israelí. Sin duda alguna, la mayoría de los países en conflicto de todo el mundo desea la paz pero pocos están dispuestos a realizar las concesiones necesarias y los movimientos obligados para llevar adelante la anhelada iniciativa -de paz- a buen puerto. Israel es un buen ejemplo de este proceder: afirma desear la paz con los palestinos pero todas sus acciones desde 1967 hasta la actualidad están dirigidas a destruir todo prospecto de acuerdo justo y duradero, y de toda posibilidad de conformación de un estado palestino "viable" que pueda convivir junto a Israel. No es cierto el pretendido axioma que afirma que, previo a la ocupación de los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania, Israel era un aguerrido defensor de la paz. La expulsión de más de 700 mil palestinos de sus hogares durante la conformación del estado israelí, el gobierno militar que se le impuso a la población palestina que permaneció en Israel hasta 1966 y la momentánea ocupación del Sinaí egipcio y Gaza en 1956 -donde el líder "secular" David Ben-Gurión llegó a proclamar "el tercer reino de Israel"- son claros ejemplos en la dirección contraria. Sin embargo, la posición israelí nunca fue tan clara como luego del desarrollo de uno de los mayores proyectos nacionales de su corta historia: las colonias judías dentro de territorio palestino, un proyecto de estado que luego se transformó en una iniciativa ciudadana, ya que según la ley internacional, cualquier transferencia de población hacia un territorio ocupado está prohibida, por lo que Israel argumenta, entonces, que la inmigración fue voluntaria para evitar una condena jurídica. La ocupación -que celebró 47 años en junio pasado- es, sin lugar a dudas, un proyecto del Estado de Israel, cuya sociedad en su conjunto contribuye a legitimar y de la que casi todos sus ciudadanos se benefician. La conexión de la industria de alta tecnología para la industria militar ha sido ampliamente discutida, el lucro de las empresas israelíes con los recursos de Cisjordania está documentado y el mercado monopólico y cautivo para los productos israelíes en la Ribera Occidental y Gaza es más que conocido. Las colonias no fueron fruto de la derecha israelí más rancia, sino que fueron establecidas por su centro-izquierda como prolongación de una política que precedió al mismo estado hebreo y continúa hasta el día de hoy: tener la mayor cantidad de territorio posible con la menor cantidad de palestinos adentro. Lo que nació como una continuación de la práctica de materializar "hechos en el terreno" que sirvió para el establecimiento del Estado de Israel en territorio acordado por las Naciones Unidas, lo que acontece en Cisjordania y Gaza fue y es colonialismo puro.
La percepción israelí sobre el conflicto con el pueblo palestino está basada en la presunción de que los palestinos deben tolerar el dominio israelí pacíficamente. El conflicto israelí-palestino siempre trató sobre lo mismo: la intención israelí de dominar al pueblo autóctono o, al menos, la lucha por ejercer ese dominio y la consiguiente reacción de dicho pueblo ante tal acción. A la vez, la obsesión de la opinión pública israelí reside en demostrar al mundo lo contrario, que efectivamente su sociedad desea la paz y que son los palestinos quienes rechazan todas las opciones para terminar la ocupación cuando la realidad es radicalmente opuesta: hasta el día de hoy los israelíes no han tomado la decisión de abandonar Cisjordania. La propuesta sigue siendo una democracia con colonias. Extraña forma de democracia.
La sociedad israelí todavía no ha internalizado que debe terminar con su proyecto colonial: en las discusiones que versan sobre este tema se encuentran las posiciones de quienes desean entregar la mayor parte de Cisjordania, están los que pretenden conservar la mayoría de los asentamientos, quienes piensan en otorgarles algún tipo de autonomía a los palestinos y, finalmente, se encuentran aquellos que amenazan anexar toda Cisjordania, con la variante de incluir a la menor cantidad de palestinos posible o ya, directamente, sin palestinos. Cierto es que los palestinos no se van a ir a ningún lado ni los israelíes los van a exterminar, así que la única opción que aparece como posible o, siquiera, el menor de los males, es dividir la tierra para formar dos estados o, cuando menos, crear un estado binacional.
No existe un genocidio en Palestina ni el Estado de Israel es una nación nazi y el uso erróneo de esos conceptos sólo sirve para confundir un poco más todo el asunto con consideraciones personales afiebradas. Sin embargo, eso no justifica las acusaciones de "doble estándar" que sufre cualquier ciudadano que critica la ocupación sin, por ejemplo, hablar del conflicto sirio a la vez. Este reclamo es, ni más ni menos, una excusa para callar cualquier protesta contra las acciones israelíes. Mientras se llevaba a cabo la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, acontecía al mismo tiempo el genocidio en Camboya o Guatemala y, siguiendo esta lógica, los esfuerzos mundiales deberían haber abandonado a Sudáfrica y concentrado en regímenes "mucho peores" como el camboyano. La idea según la cual la masacre en Siria o la persecución de cristianos en Irak debiera convertir la lucha contra la ocupación israelí en una causa menos digna representa una particular clase de relativismo moral, sobre todo cuando es manifestado por los mismos miembros de esa sociedad ocupante. Lo cierto es que la ocupación israelí de los territorios palestinos va mucho más allá del número de muertos que produce, tiene mucho más que ver con la presión que ejerce sobre la vida cotidiana de toda la sociedad palestina y con el hecho de que, por su extensa duración, afecta a los palestinos a lo largo de toda su vida y por varias generaciones.
Es necesario acabar con la lógica dominante israelí que repite como un mantra "queremos la paz a cambio de paz" mientras se hace todo para hacer insostenible esa paz. La fórmula "paz por paz" no es una opción posible porque la ocupación es la antítesis de la paz. La ecuación que los israelíes en realidad ofrecen a los palestinos en la práctica es otra: "un poco menos de guerra israelí por la paz palestina." Por esta razón, la actual guerra con Hamás no es un esfuerzo para "fortalecer a los moderados" o para "encaminarlos hacia la paz", como más de un político israelí ha afirmado, sino más bien una alternativa a la paz. La retirada unilateral de las colonias israelíes de Gaza en 2005, momento crucial que llevó al actual estado de cosas en el conflicto, fue lo contrario a un compromiso: su objetivo declarado era la prevención de un Estado palestino. Israel ha implementado, una y otra vez, esas ideas durante años, y los resultados están a la vista: breves períodos de paz y prosperidad (para los israelíes) interrumpidos por escaladas de violencia periódicas. Las cosas no podrían ser más claras: lo que estamos presenciando en estos días es la "solución israelí", que es claramente contraria a la alternativa a dos estados, uno palestino y otro israelí.
La intención de Israel de intentar poner fin a la operación militar en Gaza de manera unilateral es particularmente reveladora. Mientras que, para el gobierno israelí, una próxima escalada es siempre preferible a entregar cualquier logro al adversario, el objetivo de la guerra es devolver la situación de los palestinos a la realidad previa al bombardeo de Gaza. Es decir, mantener el statu quo: dejar todo como está sin hacer nada. En décadas pasadas, los gobiernos israelíes sólo reaccionaron ante la desobediencia civil y la violencia. El tratado de paz con Egipto sobrevino luego de la guerra de Yom Kippur, los acuerdos de Oslo con los palestinos se firmaron luego de la primera Intifada, el abandono del sur del Líbano aconteció después de la guerra de guerrillas del Hezbollah, y la retirada de las colonias judías en Gaza se decidió al final de la resistencia armada de la segunda Intifada. Ningún país se formó sólo con movimientos no violentos. Ni siquiera Israel. Todos se conformaron de la misma manera: una combinación de resistencia armada y negociaciones políticas.
Lo que Israel realiza en Gaza es un castigo colectivo a la población civil. Es la sanción por rehusarse a ser un "gueto" dócil y maleable. Es un escarmiento por la unificación del liderazgo palestino a pesar de la oposición israelí y porque Hamás -junto a otras facciones palestinas- resisten el bloqueo israelí de forma violenta. Con todo, es fundamental que el pueblo israelí pueda comprender el lugar de los civiles de Gaza e imaginar, por un momento, que sentiría al vivir en una prisión a cielo abierto controlada por los mismos palestinos y terminar masacrados cuando se rebelan ante ese dominio.
Días atrás, el reconocido, escritor israelí Amos Oz se preguntó cómo reaccionaría cualquier país del mundo si tuviera vecinos que les dispararan, mientras tienen a sus propios hijos sentados en sus rodillas. Sin embargo, cabría formularse la pregunta de modo inverso: ¿qué haría cualquier pueblo del mundo si fuera dominado durante más de cuatro décadas mientras es explotado, humillado y masacrado año tras año?
Por todo esto, el silencio ya no puede ser una opción. Después de tantos años de doloroso conflicto, esa afonía es una mueca absurda que se convierte en complicidad ante el sufrimiento y la muerte.