Beatriz Guido: lo personal es político
Por Celso Lunghi
En 1977, Beatriz Guido (1922-1988) publicó un libro único en la literatura argentina: ¿Quién le teme a mis temas? Su rareza radica en el hecho de que la propia autora se ponía en el lugar de crítica e identificaba los temas fundamentales de su obra, a saber: “los niños”, “los adolescentes”, “los padres”, “los hermanos”, “los sirvientes”, “la felicidad”, “el amor”, “las frustraciones”, “las violaciones”, “los temores”, “no fornicar”, “las muertes”, “la fantasía”, “la religión”, “la Argentina”, “otra vez el amor”. A priori, la lista podría resultar arbitraria y, de hecho, se le podría objetar que los temas que reconoce son demasiado generales y, en ese sentido, aplicables a cualquier escritor. Sin embargo, la taxonomía encuentra su plena justificación en el orden: los niños puestos en primer plano –todas las de Guido son historias de iniciación–, seguidos de los condicionantes que influyen en su formación, tanto familiares como sociales, y, en último término, la realidad histórica del país. Así, podemos concluir que el gran eje de su obra es la injerencia de la conflictividad política –la de la década conservadora en La casa del ángel (1954), la del yrigoyenismo en Fin de fiesta (1958) y la del peronismo en El incendio y las vísperas (1954)– en la fachada de tranquilidad que sustenta la vida de las familias acomodadas.
En otras palabras, en la obra de Guido, la política argentina corrompe, irremediablemente, la inocencia de los niños criados en el absoluto hermetismo de la clase acomodada: la violación de Ana en La casa del ángel, los fusilamientos que presencia Adolfo en Fin de fiesta y el pacto de los Pradere en El incendio y las vísperas. Pero volviendo a ¿Quién le teme a mis temas?, cabe reparar, también, en la provocación que se desprende del título. Porque, si por un lado su edad y planteos argumentales la ubican dentro de la Generación del 55, su doble calidad de bestseller y de personaje público –estaba en pareja con el director Leopoldo Torre Nilsson–, la acercan, por el otro, a dos escritoras igual de exitosas y de visibles que ella: Silvina Bullrich (1915-1990) y Marta Lynch (1925-1985).
¿Cuál es la relevancia de ese dato? Que, por contraste, nos ayuda a dimensionar la obra de Guido. Mucho más desprolija que Lynch –que es, sin duda, la que mejor escribe de las tres– y mucho menos prolífica que Bullrich –que sacaba un libro por verano–, las novelas y, en especial, los cuentos de Beatriz Guido se mueven entre el romanticismo que, de acuerdo con la lógica del mercado, caracteriza a la literatura “femenina” –“Piel de verano”, “Una hermosa familia”, “Días felices”– y el horror que padecen sus protagonista, que la conecta, directamente, con escritoras de la talla de Silvina Ocampo (1903-1993) y Sara Gallardo (1931-1988): opas escondidos en altillos –“La mano en la trampa”–, niños que espían sesiones de tortura –“Los insomnes”– o muertos escondidos en antiguos bancos de mármol –“Piedra libre”– o en espantapájaros –“La representación”. De manera tal que ¿Quién le tema a mis temas? –un libro, en apariencia, menor– expone claramente las tensiones que atraviesan su obra: su dimensión de escritora reconocida a través de sus intervenciones en los medios –cifrada en la marketinera interpelación del título– y su afán experimental –cifrado en la propia lógica del texto: un ejercicio inédito en las letras locales–, que la liga desde con los ambientes y situaciones que impulsaban los escritores de Sur hasta con la línea de ficciones acerca del peronismo, en, por ejemplo, “Ocupación.”
Olvidada a medias –sus tres primeras novelas se consiguen–, la obra de Guido reclama un lugar en el canon no a partir del reconocimiento académico sino, por el contrario, a partir del reconocimiento de la herencia –solapada- que dejó a muchos escritores actuales. Sus ecos resuenan en la decadencia de la burguesía que presenta Las viudas de los jueves (2005) de Claudia Piñeiro, en la influencia de los modelos que propone la religión en las novelas de Gabriela Cabezón Cámara y Selva Almada y, sobre todo, en la construcción de climas opresivos e inquietantes de Mariana Enriquez, Luciano Lamberti o Carlos Busqued. Poco importa si dichos autores la leyeron o no: la tradición y las filiaciones que de ella se desprenden se imponen, finalmente, por su propio peso.
Celso Lunghi nació en Pehuajo, provincia de Buenos Aires, en 1988. Estudió letras en la U.B.A y, en 2012, ganó el segundo premio Nueva Novela del diario Página/12, por Me verás volver, su primer libro.