Apuntes de Academia: crónica de Finalísima

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Apuntes de Academia: crónica de Finalísima

25 Noviembre 2014

 

Por Diego Kenis

Sin sobrarle nada, y faltándole varias de sus mejores cualidades en juego asociado, Racing le ganó a un River semi B y se trepó a la punta del campeonato de Primera. La gran discusión del día posterior se centró en la decisión del entrenador Marcelo Gallardo de privilegiar el choque millonario con Boca, el jueves y por la copa Sudamericana, por sobre el torneo que lideró durante buena parte de su desarrollo.

Se comprende su atractivo, porque ese debate puede ser eterno y tiene mucho de mitológico. En gran medida, siempre se ignoran los datos que llevan a tomar la decisión a quien debe hacerlo. Finalmente, todo es hipótesis: nada garantiza que los titulares de hoy se alzaran con un mejor resultado que las promesas de mañana.

Más inadvertidas pasaron las alternativas del clásico más antiguo del fútbol criollo, que Racing ganó apelando también a sus mitologías asociadas: el azar, la voluntad, el malón que termina con la pelota dentro del arco rival tras una serie de azarosos rebotes. La suerte, que tantas veces la sacó en la línea, esta vez sonrió. El 1 a 0 y el partido que le siguió, trabado y voluntarioso, concentrado y por ello menos creativo, pareció extraído del modelo 2001. La ansiedad, la presión y la mitología no alcanzan para hacer necesario ese trámite, pero sí lo explican.

Alfiles atados

Tres minutos habían transcurrido desde abierto el juego, cuando el partido registró una acción que, de concluir de otro modo, habría cambiado sus rumbo y fisonomía: Sebastián Saja ratificó su rol de piedra basal del equipo y cerró el camino a una muy clara oportunidad para River, en los pies de Augusto Solari.

Doce minutos más tarde llegó el tanto local, que terminó de imprimirle un rostro definido al cotejo. Racing no jugó bien, no desarrolló varias de las opciones que demostró conocer durante el campeonato. Tras el gol, privilegió el pájaro en mano. Se replegó y, aún con el pivoteo de Diego Milito y la panorámica de Ezequiel Videla, su delantera quedó divorciada de una defensa que suele adelantarse y acortar el equipo. En cuentagotas aparecieron algunas de sus características personalísimas: el pase recto y por bajo de sus zagueros para la salida, y las diagonales de Ricardo Centurión y Marcos Acuña. Las tres veces que ambos lo intentaron derivaron en situaciones nítidas. El perfil cambiado del alfil desprendido y a la carrera (bien lo sabe el nuevo recordman Lionel Messi) obliga al defensor a apoyarse sobre su pierna menos hábil y rompe el movimiento defensivo del relevo hacia afuera: quien lleva la pelota concentra la atención, y gana en panorama horizontal.

Por ser, son

En contraste con el cuadro preponderante, Videla y Milito demostraron en la noche dominical de Avellaneda algunas de sus cualidades menos reconocidas pero fundantes de la condición de imprescindibles que ambos ostentan.

Además de multiplicarse y relevar, desempeño por el que es ovacionado, Videla supo salir del fragor de los combates en que se sumerge para no perder la pelota recién ganada. Siempre la aseguró, a veces cambiando su trayecto para llegar a un compañero con más aire y menos murallas. Incluso puso en pase largo para Gustavo Bou, que el goleador capitalizó con un medio giro que le habilitó la carrera.

Tirado unos metros atrás, Milito se hizo cargo de su rol de líder en la mejor de sus versiones: condujo desde proa, con la cabeza puesta en el horizonte y los ojos en la tripulación, y sólo pasó la pelota, en sentido literal y metafórico, aún a riesgo de perderla él mismo, cuando estuvo seguro de que llegaría a un compañero con suficientes chances de control. El par de tacos que ensayó no fueron lujos estériles, jactancias de superfigura, sino avances positivos que desde el desconcierto rival regalaron al receptor un segundo o un paso más. Allí donde el pase no se abría, el ex Inter generaba un tiro libre a favor.

Las dos caras de un mismo reloj

Anclada en su campo, la defensa académica no se adelantó pero tampoco cayó en desconcentraciones. Iván Pillud y Leandro Grimi resignaron su habitual proyección pero cumplieron sin fisuras sus funciones de marcaje. Nunca regalaron las espaldas, y eso limitó a un River que cayó en la trampa del centro a la olla repetidas veces.

A medida que el reloj y los de Núñez acentuaban sus ataques, la línea defensiva albiceleste incrementó los despejes sin dirección, un alivio de los más transitorios de esta vida: sólo aseguran una nueva excursión rival y engordan sus probabilidades matemáticas de gol. No ocurrió, porque los zagueros mantuvieron su concentración y el segundero también comía los talones de un River que no encontraba ideas para saltar el cerco. Las milésimas del cronómetro, se comprueba una vez más, son otro de los nombres del espacio que transitan y se estiran o extinguen en sentido inverso al deseo del defensor o el atacante, del vencedor y el derrotado.

El retrato crea al retratado

El exitismo mide a la Historia desde un punto de llegada, y es cierto que los libros sólo consignan el nombre del campeón para definir una competencia. Uso y costumbre final que no encuentra casi excepciones, acorta el oxígeno en retroceso y se traslada a los partidos definitorios, dejando fuera de análisis varios de los elementos particularísimos que como actividad colectiva humana ofrece el fútbol en su desarrollo. Es lógica su importancia: finalmente, aparecer en los libros y las fotos del campeón, es otra de las formas de supervivencia de un ser que es y se sabe finito. Un sobrevivir en la memoria matemática. Para lograrlo, este mundo ha establecido su regla: ganar. Y, aún ganando, para explicar el resultado se ponen de relieve valores como el sacrificio y la voluntad y se colocan como accesorias a la creatividad y la identidad. Es cierto que todos los campeones se parecen en eso, pero en el ítem del fervor también registran similitud con el décimo o el último. La Historia no la escriben los que ganan, sino los que nunca pierden.

No es extraño entonces que, puesto en la encrucijada del casi- ser, Racing haya adaptado su imagen a la del libro que –de concluir así el certamen- lo narrará. Su identidad, construida a base de personalísimas particularidades, quedó reducida el domingo al sacrificio, la concentración y los puntos altos de una columna vertebral que alcanza para ser campeón: un sólido arquero, un múltiplo de sí mismo como Videla y goleadores como Milito y el inesperado Bou. Si Racing finalmente logra el ansiado título, ojalá esta página sirva para que no sean dados al olvido la osadía de sus alfiles y la vocación ofensiva de su defensa, ni reducidas a su simple eficiencia las características que al equipo aportan esas vértebras de columna de campeón.