Apuntes de la Academia: 13 años después, mejor reír que llorar

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Apuntes de la Academia: 13 años después, mejor reír que llorar

15 Diciembre 2014

Por Diego Kenis

Los almuerzos de Mirtha Legrand no le trajeron demasiada suerte a Racing, que desde la primera emisión del programa, en 1968, supo de más amarguras que celebraciones. "Los Apuntes de Academia" que AGENCIA PACO URONDO estrenó este campeonato, sí.

Bromas aparte, lo cierto es que Racing se coronó el domingo ante su gente campeón del fútbol argentino. Casi anecdótico es marcar que estos Apuntes bancaron el naciente trabajo de Diego Cocca cuando el marcador fue adverso. Vistos a la luz de las disculpas que deben pedir quienes hicieron caer el martillo de sus juicios previos, no se trata de ser clarividente sino prudente. Y de observar los múltiples colores que este deporte regala, en una paleta que jamás se repite a sí misma.

Las imágenes del Cilindro, en cualquiera de sus tomas, ilustran la magnitud de la concentración popular y confirman una verdad inocultable: muchos son los elementos externos al campo de juego que configuran un desenlace.

Por ello, resulta imposible en este caso concentrarse en reseñar única o primordialmente aspectos del triunfo ante Godoy Cruz por 1 a 0, recortar la mirada a lo ocurrido dentro de cuatro líneas de cal en noventa y tantos minutos. Porque la vida, la Historia, la herencia y la identidad ingresan por los costados en estos momentos cruciales, como pelota en lateral.

Mitologías albicelestes

Esta página, que nació al mismo tiempo que el Racing “tapado” a la carrera, siempre se preocupó por distinguir de los resultados a sus puntos identitarios, particularísimos, que exceden, y a la vez no alcanzan, lo necesario para ser campeón. Por encima o por debajo de ellos, la imagen final y global. Que se constituye en la rápida sucesión de la película y se corona con el beso del The End. Un largo camino al cielo que en el mundo académico es de curiosa contradicción: es feliz cuando desmiente la mitología que antes reafirma.

Esta columna la ha mencionado varias veces, aunque sobre ella procuró recortar los puntos más genuinos de un hecho singular: el Racing de Cocca. Que es uno y varios, si un hombre es todos los hombres, un tigre todos los tigres y todos los fuegos el fuego: una de las muchas versiones del mismo Racing de siempre.

Pero éste, el otro, el mismo, asentado menos en sus particularidades que en una columna vertebral sólida y una estrella internacional, encadenó triunfos en fila y se encontró de pronto en la cima. Y desde esas alturas, la mirada cambia y la mitología y la Historia comienzan a tallar con sus pesos.

Para el fútbol, Racing representa una de las formas de los omnipresentes mitos clásicos, que podrían resumirse en: la confianza en que, a pesar de todas las pruebas en contrario, el futuro se parecerá un poco más que el presente al pasado glorioso que se ha ido. El héroe a punto de volver, la felicidad a punto de darse. La porfiada fe. La búsqueda de una tierra prometida. La Revolución, nunca temprana. El quiebre de los imposibles.

Todas esas imágenes están presentes en el comienzo albiceleste de cada torneo. La mayor parte de las veces se han diluido luego en su más desdichada versión, la nostalgia por lo que no sucedió. Y su continuidad es la terquedad sentimental y utópica, terca porque no hace caso a la cruel realidad de los adversos números. El último paso es su feliz desmentida. La del domingo campeón, el número por fin amigo.

El pasado glorioso lejano y el más cercano de gigante dormido, otra imagen mitológica, se asientan sobre materialidades históricas que bien se pueden enumerar. Los tiempos felices coincidieron, no por azar, con los del peronismo y la conquista de derechos de los trabajadores que se encontraban en la periferia de la urbe capital. Efecto residual, ganó tres campeonatos locales más y dos internacionales. Allí se detuvo. Corría 1967, comienzo de una dictadura que prologó la última, que el país cerró con treinta mil desaparecidos, la guerra de Malvinas, la depreciación de salarios, la timba financiera y el aumento febril de la deuda externa y Racing con el descenso a la B.

Tanto expresa el fútbol a la cultura popular argentina, a su cotidianeidad domingo a domingo, que no sólo se pueden hacer analogías sino considerar causales los nexos de sus términos. El gigante dormido es también el cordón industrial de Avellaneda, cuyo vaciamiento coincidió con el de Racing. No casualmente.

El país y la Academia llegaron, juntos y privatizados, a 2001. Si la Argentina hizo implosión en ese diciembre, Racing lo había sufrido casi dos años antes, cuando en marzo de 2000 estuvo muerto unas horas. Fue una más de las noticias desalentadoras que se amontonaban a diario, en un país que pesaba en el lomo. Privatizaciones, recortes, despidos, éxodos, impunidad. Curioso: los argentinos comprobábamos en la realidad inmediata los hechos, pero los medios hegemónicos eran más positivos que hoy en la presentación de sus noticias.

Aquella semana de los cinco presidentes, último acto de un modo agotado, fue la del Racing campeón después de 35 años. Algún diario extranjero tituló que las vacas volaban. Cómo sería el país que la vida se refugiaba en la esperanza de ser. Así se vivió, en propios y extraños, el título aquél. La rara noticia de la derrota de un imposible. Que siempre genera un cierto grado de felicidad, una bocanada de libertad, porque de tratar de vencer, o cuanto menos desconocer, los imposibles se trata al fin y al cabo esta porfiada fe de vivir, pese al calendario de dirección obligatoria.

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El país, felizmente, es otro hoy. Un día antes del partido decisivo, la democracia se había festejado en Plaza de Mayo como una puerta abierta a la transformación constante, la discusión de todo status quo, y no como una pesada herencia de máscara estéril. Pero, de igual modo, con todas aquellas imágenes y realidades pretéritas convivió el Racing de Cocca desde que fue confirmando que se saldría de la media y pasaría a jugar con los de arriba: River, Lanús, pero también las presiones del ya casi.

Contó con el retorno del hijo pródigo, enésima figura arquetípica del fútbol. Diego Milito condujo desde la vanguardia, mascarón de proa que supo regalar un puñado de cosas singulares. Todas tienen que ver con el tiempo, ese bien escaso y escurridizo. Se tomó un segundo de más para gestos mayores de generosidad: dio pases seguros a sus compañeros, les dio aire para que se ubicaran, supo detectar las coordenadas para que el pase llevara otro dentro o fuera una habilitación cara al gol. Estiró los segundos, porque Milito sabe o intuye que el tiempo o no es lineal o se estira, que acelerar a veces es dilapidarlo y que hacer la pausa puede detener los relojes, redondos como el mundo y la pelota. De paso, desmintió otro imposible de agobiante realidad: que nunca se vuelve a ningún lugar. Hizo que una segunda parte fuera buena.

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El pasado acaba de ocurrir. Seguirá siendo pasado y se mezclará con sus antecedentes en un recuerdo a medias estricto y antojadizo, como lo imaginó Borges. El futuro dirá cómo se presenta. Hoy es siempre todavía. Este Racing se solidificó para ser campeón y ofreció algunos puntos genuinos y particulares, demostración de que el fútbol nunca es igual a sí mismo, para una degustación que estos Apuntes ya hicieron. Ahora, desde el punto de llegada, es tiempo de entregarse al calor de las mitologías populares, contradecirlas o confirmarlas en esta feliz revancha de la vida. Acaso, de escribir los mitos por venir.