Formas breves: dinero-poder /corrupción
El acercarnos a las cosas es el primer paso para ver cuán lejos siguen estando de nosotros. Georg Simmel
1.
En el capitalismo, poder y dinero, son magnitudes conmensurables. La corrupción, dice Benjamin, es la forma abreviada de su relación. Los protagonistas de este vínculo establecido por el poder-dinero son la prensa, las autoridades y los trust o capitales concentrados. Cuando la relación recíproca entre sus respectivos “poderes-dineros” permanece en sus confines, todo ocurre bajo un halo de legalidad. Ahora bien, cuando por un azar, desatino o disputa, esa frontera es transgredida, se convierte en algo ominoso: genera rechazo, repulsión y, también, como suele ocurrir con la figura del extranjero, pánico. Transgresión de los límites “normales” del circuito dinero-poder y extranjería se combinan en el significante corrupción. Al igual que muchos significantes, tampoco él escapa a la sobredeterminación. En su índole de fenómeno social, cuando se la observa con más detenimiento, revela ser un “objeto endemoniado lleno de sutilezas metafísicas”.
2.
La corrupción, fuera de sus goznes, está mediada por el relato que construyen los medios masivos de comunicación y, como tal, porta las marcas de la información. Se ofrece en imágenes fugaces, de forma ininterrumpida y acompañada de leyendas explícitas. Procura no suscitar en el espectador duda alguna en torno a su objeto. Cuando es eficiente obtura la pregunta por la continuidad posible de lo que se observa o por la temporalidad heterogénea que habita lo que muestra. Corrupción e información prescinden del detalle y apartan de sí la idea de lo complejo para producir el alimento balanceado, ya deglutido, de audiencias siempre más deseosas. Pocos se interesan por el “qué pasó después”. La indignación, la condena y el olvido, se consuman en ella si no de modo simultáneo, al menos en orden sucesivo. De tal suerte, corrupción e información, poco o nada, tienen que ver con una aspiración de justicia.
3.
La corrupción, leída como síntoma, expresa la ideología que se oculta tras ella: la creencia en la transparencia, siempre ya dada, de lo social. La búsqueda de transparencia, recordaba en algún lado Pancho Aricó, puede constituir un objetivo noble de la política. Sin embargo, a nosotros, no nos está permitido olvidar que la teoría de la sociedad es inclaudicable cuando afirma que el dominio de lo social es el de la opacidad. Si el ideal democrático de una sociedad de iguales nos obliga, luego, a bregar por la transparencia, sólo lo hace en la medida en que reconoce que ella no está dada y que será, luego, tarea de todos producirla. Aricó lo decía mejor: “pugnar porque la sociedad sea translúcida significa no aceptar como inevitable su opacidad”. Si opacidad se compone con dominio, desigualdad e injusticia; la translucidez se orientaría a la inteligencia de una libertad, con igualdad y justicia.
4.
Cuando lo corrupción domina la escena, el efecto suele ser despolitizador. Su discurso aparece, así, como la etapa superior de la era de neutralización de la política. Karl Schmitt, un clásico de la teología política, llamaba la atención sobre cuatro fenómenos (momentos) capaces de subordinar la autonomía de lo político: lo teológico, lo metafísico, lo moral/estético, lo técnico/económico. Bajo cada una de estas fases ocurría un desplazamiento de la pregunta amigo-enemigo hacia la gravitación en torno a una creencia, una verdad, un principio, o un puro cálculo. A esta saga podría incorporarse la corrupción; ella nombraría otra de las modalidades que operan una neutralización de la política, asociada, esta vez, a una virtud o vicio privado.
5.
Aunque despolitizadora, la corrupción es objeto de un uso político. Se apela a ella para desviar la atención de los dilemas y dramas auténticos de la política. Herramienta puesta al servicio del descrédito de lo realizado con el fin de disimular la precarización y pauperización del presente. Uso político, como es natural, selectivo: descarga su furia sobre unos, mientras justifica las acciones de otros. Instrumentalización del discurso de la corrupción que licúa toda diferencia y vuelve vano el intento de reflexión sobre las estructuras y relaciones sistémicas que tejen los hilos de la trama poder-dinero. Su fruto más maduro es la negación y desprecio in toto de la política. El riesgo consiste en no advertir que cuando se levanta el dedo, orgulloso y soberbio, para juzgarla, se fragua y perpetúa, en un mismo acto, la distribución desigual (e injusta) del dinero y el poder, que es su causa.
6.
Corrupción, se dice, como coartada para eludir la responsabilidad de nuestras propias prácticas microcorruptas cotidianas. Pero en este caso, su retórica sirve para indistinguir las pequeñas venganzas, y astucias diarias que, en su justa escala, experimentamos como conquistas mínimas de libertad ante un sistema opresivo, de aquellas otras acciones afines a las estructuras rígidas que ocasionan la opresión. Nuestras infracciones y transgresiones más o menos domésticas, si bien objetables, son inconmensurables respecto del “halo de legalidad” que recubre la desigual distribución organizada de poder-dinero. Me viene a la mente el recuerdo borroso de una frase de Bertolt Brecht que decía algo así: qué es robar un banco al lado de fundarlo!?
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)