El derecho a matar: una potestad de los televidentes y la vecinocracia
Por Esteban Rodríguez Alzueta*
Las palabras de la gobernadora María Eugenia Vidal, se suman a las propaladas por la Ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich. Dijo la gobernadora: "Pienso que nadie quisiera estar en una situación así, es terrible. Fue víctima de un delito, no salió a cometer uno. Estaba en su casa y lo asaltaron, y dio la respuesta que pudo dar porque se sintió en riesgo", y agregó: "Ahora la Justicia tiene que evaluar si la respuesta que dio es proporcional al peligro que sintió el médico". La Ministra fue más brutal, como siempre: “No queremos que las víctimas se transformen en victimarios; no hay que perder de vista que la víctima fue el médico, que es la persona que fue robada y atacada. No nos confundamos". "Evidentemente -agregó- lo que nosotros tenemos que lograr es que no se llegue a esa instancia de que la gente no tenga que defenderse por sus propias armas, sino que lo puedan hacer las fuerzas de seguridad".
Estas declaraciones fueron formuladas en relación al caso del médico que mató a balazos al joven que quiso robarle su Toyota Corolla de la puerta del consultorio en Loma Hermosa, partido Tres de Febrero. El médico fue excarcelado ayer en medio de una polémica avivada por personajes vomitivos del plantel estable del fascismo argentino, entre ellos la camándula de Intratables, Baby Etchecopar, Alejandro Fantino o Eduardo Feinmann que insiste con su fórmula exitista y patotera: “uno menos”.
Detrás de la acción del médico hay una persona asustada, no sólo una víctima. Una persona que decidió armarse, un vecino dispuesto a apuntar con el dedo en el gatillo, es decir, otro victimario. Si a eso le sumamos las periódicas campañas de pánico moral del periodismo televisivo, la ecuación se vuelve perfecta: estamos reeditando la vieja teoría hobbsiana “el hombre es lobo del hombre”. Por eso los funcionarios actuales se frotan las manos con estos hechos, porque saben que del estado naturaleza se sale con la mano dura. Un Estado fuerte es un Estado que encuentra en “el miedo nuestro de cada día” un punto de apoyo que habilita y legitima el uso de la violencia discrecional y abusiva. Estas declaraciones son incentivos políticos que multiplicarán las ejecuciones sumarísimas. Se sabe: si no hay gatillo fácil hay linchamiento social.
Por eso, hasta tanto el Estado recomponga sus desmadradas fuerzas policiales, declaran de facto el estado de excepción, es decir, habilitan a los ciudadanos a armarse y defenderse en caso de que su propiedad se encuentre amenazada.
Giorgio Agamben decía que cuando llegaban noticias a Roma de una situación que ponía en peligro la República, la noticia de un tumulto, el senado declaraba un ultimátum, a través del cual se les pedía a los tribunos de la plebe y a los ciudadanos que tomaran cualquier medida que considerasen necesarias para salvar al Estado. ¿En qué consistía el ultimátum? En poner a la fuerza pública y privada más allá del derecho, interrumpiendo el estado de derecho, desaplicando la ley, suspendiendo la justicia ordinaria, liberando la fuerza de toda formalidad. De ahí en más, por lo menos hasta que dure el iustitiun que lo establece, las acciones de las personas serán considerados meros hechos y no tendrán que rendir cuentas por ello. Cuando el estado de excepción se transforma en regla, “el sistema político se transforma en aparato de muerte” y las democracias corren el riesgo de convertirse en la plataforma de lanzamiento de novedosos sistemas totalitarios que se sostienen en la servidumbre voluntaria. Lo digo con las palabras de Etienne de La Boétie, formuladas allá por 1548: “Los teatros, los juegos, las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los animales exóticos y otras drogas eran para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre de la tiranía. Ese sistema, esa práctica, esos reclamos eran concebidos por los antiguos tiranos para embrutecer y fortalecer el yugo. Los pueblos embrutecidos, entregados a esos pasatiempos y distraídos por un efímero placer que les deslumbra, se acostumbran así a servir tan neciamente”.
*Investigador de la UNQ. Miembro del CIAJ. Autor de Temor y control (2014) y La máquina de la inseguridad (2016)