“Es muy difícil que un pibe que creció con una naturalización de la violencia no la repita con su pareja”
Por Jorge Giordano
APU: Respecto a situaciones de violencia de género entre los jóvenes, ¿cómo pueden pensarse medidas que no caigan en el punitivismo?
Patricia Escariz: Respecto a la controversia sobre lo punitivo, tenemos que pensar en medidas cautelares. Si hablamos de jóvenes, se tendría que trabajar como cualquier otro delito penal, con la justicia especializada, y se plantean medidas alternativas respecto a los jóvenes: interviene el centro de referencia dependiente de la PBA, hay tratamiento psicológico, trabajo comunitario, si hay una situación de consumo problemático también se aborda. En el caso de que la pareja conviva se dicta la exclusión o una medida perimetral, dependiendo de la gravedad de la situación.
No estaríamos hablando de medidas punitivas salvo que haya una situación de lesiones muy graves o un femicidio. Los femicidios en general no ocurren entre menores de edad. Hay una franja entre los 14 y los 18 que nos tendría que llamar a trabajar en la prevención. Es muy difícil que un pibe que creció con una naturalización de la violencia en su grupo familiar y también en las instituciones que van transitando, no las repita con su pareja. Hay que pensar en las dimensiones de la intervención: la familia y las relaciones primarias como un microsistema, las instituciones comunitarias en otro microsistema, y un macrosistema que genera cultura, donde podemos hablar de las leyes, del rol del Estado y sus políticas públicas y los medios de comunicación.
Hoy a mí me preocupa particularmente cuál sería el rol del Estado en esto. No podemos pensar de la misma manera a un joven que ejerce violencia hacia su pareja, que a un adulto. Con el joven tenemos muchas posibilidades de trabajar y modificar conductas que son aprendidas. Podemos pensar que ese joven no vio otras formas de relación de pareja que no sean violentas. Trabajamos en talleres de prevención pero también transversalmente los discursos.
APU: ¿Sobre qué discursos es necesario trabajar?
PE: Sobre los que naturalizan el control, la violencia y el sometimiento como una figura del amor, bajo la figura del “amor romántico”. Esto también lo consumen los pibes, pasa con lo de Fede Bal y Barbie Vélez, por ejemplo. Son discursos que circulan por los medios, y después cuando pasan situaciones en los barrios, las tintas se ponen sobre los pibes violentos y no tienen toda la responsabilidad, porque eso es lo único que vieron y conocieron.
También en las instituciones por las que transitan, por ejemplo la escuela. Ahí hay una complejidad: el sistema educativo sigue reproduciendo estereotipos y modelos de género. Hay mucho debate respecto a la ley de salud sexual y reproductiva porque no se lleva adelante de la manera en que se debería, y lo mismo sobre la formación de las personas que tratan con los jóvenes. En esta experiencia de atender jóvenes escuché varias veces justificaciones de parte de trabajadores de la educación que acompañaban a los jóvenes, como que “ella le revisaba el celular” y eso daba pie a que la chica fuera golpeada.
APU: Cuando se plantearon las últimas marchas masivas que denuncian la violencia de género, algunos sectores quisieron levantar la consigna “Ni uno menos”. ¿Qué análisis hace de esto?
PE: La violencia hacia los niños existe y es cruel. La violencia en las parejas existe, hay mujeres que son violentas con su entorno. Pero a los hombres no los queman y no los matan. Eso sólo existe en la categorización de "femicidio vinculado", tomado de autoras norteamericanas de la década del '70. Pasa en un asesinato vinculado a la situación de dominio y control sobre la mujer, en donde el hombre no sólo mata a la mujer sino a un hijo, o a una pareja.
Se deja de lado muchas veces la idea de que la violencia de género está sustentada por el patriarcado, más allá de que hay múltiples formas de violencia en nuestra sociedad. Si no la violencia de género se plantea como una exageración. Lo mismo pasa al pensar que el feminismo significa estar "en contra de los hombres".
APU: ¿Qué acciones concretas se piensan para trabajar esta problemática entre los y las jóvenes?
La prevención la tenemos que pensar desde que los niños están escolarizados, y no basta con el taller en la escuela. Primero en Morón se trabajaba junto con Atención Primaria de Salud en las aulas, y a partir de ahí también incluíamos el tema de violencia de género. No basta con eso solo, porque las dudas y situaciones que se generan en la cabeza de los pibes necesitan un seguimiento. Ahí pienso en los equipos de acompañamiento desde instituciones del Estado. Ellos pueden sentarse, charlar, trabajar a nivel personal.
Por otro lado, mi preocupación actual es que se piensa el problema como un problema de seguridad. En algunas situaciones es totalmente necesario en que una mujer sí o sí tenga que denunciar y tener un botón anti pánico. Pero son casos muy extremos, en donde lo importante es que un equipo capacitado lo pueda evaluar. Si esa mujer no hace un proceso interno y grupal para modificar algunas situaciones y ponerle nombre a lo que le pasa, pensar qué herramientas va a tener para correrse de esa situación, los cambios son superficiales. Es una persona que vivió probablemente toda su niñez y adolescencia naturalizando situaciones de violencia, y luego tiene una pareja en dónde también pasa lo mismo, es muy difícil si no tiene un espacio de reflexión y de tratamiento.
Creo que hay que contar con espacios para mujeres y para varones, diferenciados. Es importante el tema de los grupos, son un motor de cambio porque lo que no pueden ver como situación de peligro o sufrimiento en ellas mismas, cuando lo escuchan de otra mujer pueden visualizarlo de manera problemática. De la violencia no se sale solo, eso es clarísimo. Hay otra ley que no es solo la que impone la persona violenta. Tener un espacio grupal y otro individual es ideal.
Fue importante trabajar en talleres con el FINES o las cooperativas Argentina Trabaja, a partir de la mirada de sus otros compañeros y compañeras pueden empezar a transitar otros espacios. Tiene que haber un grupo de contención, de pertenencia, que acompañe. A veces no es la familia, y estos espacios en estos últimos años resultaron claves.
APU: ¿Y cómo se piensan los espacios específicos para varones?
PE: En los talleres siempre empiezan con risas, identifican situaciones con algunos amigos o amigas, algún pibe cuenta sus situaciones personales. Ahí también lo que se juega es el pensamiento de "yo estoy viendo que crecí con que mi papá le pegaba a mi mamá", entonces revisarle el celular a mi novia es una pavada comparado con eso. A las chicas les pasa lo mismo. Ahí está la diferencia entre el episodio agudo de violencia (golpes, amenazas), de las situaciones de control. Cuando hablamos de violencia hablamos de sometimiento y también de control de una persona sobre otra. No podemos pensar solo en el momento del daño, y la violencia en una pareja joven empieza con situaciones de control: cómo te pintaste, con quién hablaste, cómo te vestiste, la contraseña de las redes sociales. Hoy en día comparten las cuentas de Facebook, ahí se desdibuja quién es el que tiene el control. A veces ves chicas que pensás que no son personas sumisas, y a lo largo del tiempo se empieza a establecer una forma de control patriarcal. Uno piensa que "se controlan entre los dos", las propias chicas dicen "es que yo soy muy celosa". Pero después resulta que "no puede tener amigas". Muchas veces una situación de control cruzado deriva a lo largo del tiempo en un modelo típico de violencia de género, de control patriarcal.
APU: Existen discusiones sobre si se puede “rehabilitar” a un varón violento, ¿qué análisis hace al respecto?
PE: En el Oeste existe la experiencia de Decidir, una ONG que empezó a trabajar con hombres violentos. Plantean que hay un 35% de posibilidades de rehabilitación de varones violentos, pero no con la misma pareja a partir de la que comenzaron el tratamiento. Tiene que haber un corte, y que con otra pareja puedan no ejercer situaciones de violencia. Ahí estamos hablando de adultos. Por eso acentúo la importancia del tema del trabajo con los pibes cuando son chicos, cuando ni siquiera a veces tienen definida su sexualidad. Ahí hay que empezar a trabajar.
En un adulto, con una conducta ya aprendida, se vuelve más difícil. En esta ONG no trabajaban con represores, con personas que violaron o abusaron de niños y con psicópatas. Serían las tres situaciones en las que plantean que no pueden pensar en ninguna modificación.
En Morón existía un grupo para varones con la idea de que vayan porque querían, no con la orden judicial. Si no, iban porque "el juez me mandó, hago buena letra pero no modifico nada". Se planteaba que sea un varón que quiere modificar su conducta porque lo angustia esto que está pasando, y que tenga un espacio de tratamiento. Y era difícil que asistieran los varones.
Más allá de trabajar la problemática específica tenemos que trabajar en clave de derechos. No podemos pensar en que una joven salga de una situación de violencia si no accede a estudiar, a tener un trabajo, al derecho a la salud. Lo mismo para un varón. Todo lo que tiene que ver con políticas de inclusión tienen que atravesar las cuestiones de género.