El agua apaga al fuego: una mirada sobre Moonlight
Por Nuria Silva
Melodrama queer con atisbos de retrato social, Moonlight tiene algunas pocas secuencias extraordinarias que no logran rescatar a la película de la impasibilidad estética general que atenta contra el estado íntimo, emocional y hormonal, de su protagonista. Lo que Chiron (Alex Hibbert/Ashton Sanders/Trevante Rhodes) contiene queda también contenido por la película, demasiado suave para lo que cuenta, demasiado distante para lo que implica, demasiado limpia para lo que retrata. Como lo anticipa el diseño del afiche, el relato se divide en tres partes que corresponden a distintas etapas en la vida de Chiron: infancia, adolescencia y adultez, todas ellas signadas por el desamparo entre los círculos viciosos del amor y las drogas.
Ya sea por su estructura narrativa, por sus rasgos posmodernos, por el tratamiento artie de ciertas secuencias, por el retraimiento característico del protagonista, o todo esto junto, la película queda atrapada en una epidérmica descripción de los escenarios y las circunstancias que lo rodean sin llevarnos al fondo de nada. Tal vez esta sea su intención, la puesta en escena abiertamente elige el agua (y todo el azul) antes que el fuego, idea útil para pensar que Moonlight quizás se trate menos del despertar (homo)sexual de Chiron que de un sentimiento particular ligado a la necesidad de amparo. En gran medida, Kevin (Jaden Piner/Jharrel Jerome/André Holland), el chico que lo inicia sexualmente, funciona como reflejo y sustituto de otro gran amor imposible que, a su vez, sustituye una gran ausencia.
Como el movimiento de cámara que abre la película, el relato se edifica sobre la idea del círculo, del ciclo, de la repetición, lo que denota un destino inamovible, trágico. Antes que al protagonista, en la primera escena conocemos a Juan (Mahershala Ali), un dealer que pronto decidirá asumir el rol de figura paterna para Chiron aunque, paradójicamente, sea él mismo quien esté destruyendo lo poco que queda del hogar del chico. En esta misma secuencia inicial se nos presenta a Chiron huyendo de otros chicos que buscan pegarle. La calle, las drogas, los abusos, los distintos peligros que acechan en sólo estos primeros escasos minutos nos llevan al corazón del contexto social del relato, que termina siendo un telón de fondo con más de una falla.
Si a la mitad melodramática de Moonlight le falta intensidad por decisiones estrictamente formales, por esto mismo permeable a distintas sensibilidades, a su costado social le falta, además de mugre, consistencia, y esto excede lo estético. Gran parte de estos errores recaen sobre el personaje de la madre de Chiron, Paula (la nominada Naomie Harris), una adicta al crack que mantiene una dentadura perfecta pese a los varios años de consumo. Más allá de este detalle, que puede ser tomado a broma, resulta incongruente la forma en que aparece en escena respecto del desarrollo (o falta de) que irá teniendo a lo largo de la trama. De una madre que suponemos ausente del hogar por exigencias de trabajo (la primera vez que la vemos aparece con uniforme de trabajo, preocupada y afectuosa con su hijo), pasamos a una crackera promiscua y agresiva que, de golpe y porrazo, resulta ser cliente de Juan, cuando escenas antes parecían no haberse conocido nunca.
Recursos formales como las secuencias de montaje musical, los planos subjetivos que pretenden hacernos habitar la angustia, la cámara lenta, las disrupciones de montaje entre imagen y sonido, terminan siendo herramientas para que Moonlight flote en su mundo tranquila, demasiado tranquila, como Chiron cuando aprende a nadar, simplemente evitando ahogarse, cerca de la orilla y sin adentrarse demasiado en el mar.