Post-Europa o Elegía del arrabal: Eurofonías (notas últimas de un viaje)
1. La frontera
Los gendarmes españoles suben al ómnibus con cara de bravos pidiendo pasaportes. Momento tenso en el que todos somos sospechosos. Librados a su arbitrio. A sus ojos necesitados de demostrar fuerza, eficiencia, autoridad. Y ante sus ojos: lo negro, lo árabe, lo latinoamericano requiere mayor cuidado. Piden informe por handy de cuatro, todos de tercermundismo en la piel. Y a uno se lo cargan. Árabe, no habla español, tendrá unos 20 años. Nervioso, con todo el ómnibus mirando la situación, ya está condenado. Llevará el drama de este momento encima. Sea o no sea culpable de quién sabe qué falta, ya fue encontrado culpable y condenado, ante y por nuestros ojos. Y no parece haber delito alguno, el modo de manejarse de la policía es calmado, de rutina. Parece imponérseles la necesidad de demostrar rigor. Como si dijeran “no se crean que se puede circular por Europa tan fácilmente, no se crean que no cumplimos con nuestra tarea con eficacia y suficiencia, nuestros ojos detectan el mal, nuestros uniformes, armas y tecnología hacen el resto”.
Son varios los minutos que están parados al lado del pibe. En ese tiempo, extendido y tenso, su cara de desesperación contrasta con la de tranquilidad de un panameño al que también le averiguaron antecedentes por handy pero zafó, ésta vez, tendrá que seguir alerta, temeroso. Ahora masca chicle y se acomoda un sombrero a la moda que no alcanzó.
Al pibe lo bajaron y el ómnibus arrancó. La lección fue dada para todos que en silencio observamos. Los estigmas fueron reforzados, la vida de este muchacho, pase lo que pase, quedó marcada. La construcción y sostenimiento de estigmas ordenan las cosas. Las ordenan de un modo desigualmente naturalizado. Los ciudadanos de segunda harán vida de segunda. Ni bien pasen algún límite -viajar, bien vestir- habrá alguien para revisar sus antecedentes, los que ya expresan que no es común que quieran estar donde el reparto de color de piel no lo indica. Los ojos de los otros estarán sobre ellos. Los de los policías, los del dueño del bar, los de todos nosotros, que nos salvamos, cerrándolos o apuntándolos a otro lado, levantando las cejas.
En la primera parada luego de la detención del pibe, todos al sol, fumando, nadie habla. Todos cómplices, todos aleccionados. Le pregunto al chofer si sabe que pasó y me dice que él nunca pregunta.
2. La Barceloneta
Retorno a Barcelona, en mis últimos días de viaje. Paro en la Barceloneta. Barrio portuario, triangular, aislado, como Sicilia. Está en un terreno ganado al mar en el siglo XV, que hasta los Juegos Olímpicos de 1992 era una zona marginal, marginalizada, de Barcelona. Una ciudadela de pescadores, ratas y “mala vida”, de diagramación urbana post ilustración, simétrica y colorida, con edificios bajos y aun ropa colgando de los balcones, que luego del “embellecimiento y “limpieza” encarados se volvió foco turístico, tanto por la lógica vintage, cool, gentrificadora, como por el "descubrimiento" barcelonés de sus playas.
Es una zona en conflicto, de resistencias (como Gracia -los bobos, bohemian bourgeois, surgidos en los 90, arrasan todo barrio “pintoresco”, y lo popular es, en su lógica, eso, una pintura a adquirir, restaurar, “poner en valor”-) La agrupación L'Ostia, lideradas por mujeres jubiladas, fue la que se opuso a la expropiación de casas por la argucia estatal-inmobiliaria de la instalación de ascensores, contrariamente a la “Asociación de amigos de la Barceloneta”, en connivencia con el poder. Las señoras salieron a las calles con megáfonos y ocuparon la plaza de la Barceloneta con chocolatadas, criticando también la quita de los bancos de plaza colectivos por individuales, mirando uno para cada lado. Pero sobre todo oponiéndose a los departamentos rentados a turistas que aumentan los alquileres y expulsan a los vecinos históricos. La actual alcaldesa de Barcelona, aliada a Podemos (como los de las principales ciudades de España, Madrid y Valencia -las ciudades y su tradición progresista-) ha detenido el avance de la especulación en La Barcelontea oyendo a las damas de L´Ostia. Pero el capital acecha.
Ya no hay barcos pesqueros en las costas barcelonesas, sino yates. Enormes, solitarios, cotidianamente limpiados por decenas de personas que ni conocerán a sus jefes (algún jeque árabe, aliado, o no), que puede estar parando en un hotel cinco estrellas o estar en algún otro lugar del mundo, pagando millonadas por el estacionamiento lujoso.
Tampoco está en La Barceloneta la Maquinista Marítima. Un viejo astillero del que solo queda el portal antiguo, una suerte de “Arco de la derrota” en medio del barrio. Sus iniciales grandes, MM, recuerdan(me), no sólo al visitante ilustre y/por abyecto de Rajoy y la realeza española por estos días (alguna foto en Hola se merecerán; con Messi y Mascherano -de liderazgo pro, posible candidato- ya se la aseguró), sino al modo análogo que manejó el barrio de La Boca, “limpiándolo”, expropiando, deviniendolo territorio turísticamente saqueable. Post popular o de exotismo popularista. Aunque las resistencias, acercan a estos barrios arrabaleros, portuarios.
La Electricitat es mi bar en la Barceloneta. Ubicado en la esquina de la plaza principal, con barra gritona y viejos borrachines del barrio. Las mesas son largas, compartibles. Y su dueña me recomienda ir a almorzar a otro lado que dan comida más barata y suculenta que sus tapas. Este lugar, la Magdalena, ubicado dentro del mercado de la Barceloneta, es atendido por cuatro señoronas bellas y fuertes.
Y La Fraternitat mi biblioteca. En viejo edificio cooperativo restaurado, es una de las muchas bibliotecas públicas barcelonesas. Todas muy concurridas, luminosas, con una política de actualización editorial notable (me encuentro con libros sobre Farocki y Straub/Huillet recién editados -el de estos últimos titulado “Hacer la revolución es volver a colocar en su sitio cosas muy antiguas pero olvidadas”), con buenos eventos culturales (de una charla de Javier Cercas a una sobre Filosofía, Imaginación y Anarquismo y una instalación en honor a Pepe Carvalho), sectores de lecturas de diarios y revistas con gente mayor, callejera, niños. Más cercanas en su espíritu al cónclave González/López (biblioteca en tanto usina cultural, artística, popular), que al aristocratismo pretendido por su actual director, Manguel.
Los diarios expresan de modo cotidiano (tal mi cotidianeidad de lectura en la fonda de las damas magdalenas) que Europa está que arde. Una exposición en el Centro Cultural de la Barceloneta se llama de hecho Post-Europa. Entrampada entre sus añejas practicas coloniales, su pseudo humanismo progresista, el avance de la de derecha, su inacción e indecisión ante Trump, Putin y China, ante la "ola inmigratoria", el resquebrajamiento de la Unidad Económica y los regionalismos separatistas.
En las playas de la Barceloneta, ante la mirada del turismo internacional, se erigen estatuas de arena, hechas en general sin la pretensión de ingresar al mundo del arte, sino más bien de auto sustentación. Los autores están ahí, fumando, haciendo algún retoque cada tanto. En general africanos, latinos. Delfines, tortugas, castillos, dragones, cristos son los motivos más elegidos. Y algunos le ponen algún dispositivo como un fuego en la boca del dragón, o un agua que cae de alguna parte del castillo. Los turistas, les sacan fotos, incluso se sacan fotos al lado de la precaria estatua, como si fuera un atractivo más de la ciudad, la mayoría sin dejar una moneda.
3. El Born
Me mudo al Born. A un habitación en el departamento de dos hermanas armenias. Ellas pasan todo el día en la casa, con las ventanas cerradas, la luz eléctrica encendida y una en la computadora y la otra con su celular. Una es más progresista que la otra. Aunque las dos dicen que los hombres no quieren casarse y las mujeres sí. La más conservadora habla mal de Cristina y de Dilma por lo que le dijeron. La otra la corrige y le dice “son opiniones”. Su hermana arremete, la política es siempre igual, primero gobiernan, después a prisión. La progre relativiza, “no siempre es así”. La lógica policía bueno, policía malo, luego la percibiré más dramáticamente.
Las dos aman a Natalia Oreiro y repiten algunas palabras en ruso que dijo cuando estuvo allá. No más que un “hola”, un “muy bueno” y algo más, pero parecen satisfechas por el pequeño esfuerzo de la rioplatense, que dicen que es muy famosa por sus novelas, su música y alguna película que parece haber hecho en Rusia.
Hace cuatro años que vinieron de Armenia, cuentan que hay muchos armenios en Barcelona, en todo el mundo. Me nombran a Charles Aznavour, Cher, a Kim Kardashian, y me dicen que el éxodo comenzó ante el genocidio turco. Hoy también hay guerra, en la frontera con Azerbaiyan, pero no es noticia, porque todo el mundo está en guerra. Y que Trump es un peligro para el mundo.
No me dejan usar la cocina ya que duermen en el living y me quieren cobrar por usar el lavarropa. Parecerían que están regenteando un departamento que no es de ellas, ni alquilan. Tienen cierta sordidez en sus miradas que denotan sufrimientos, cansancio. Sobre todo de la conservadora, la más bella y descuidada de las dos, con cierto aire italiano y formas menos refinadas que la otra, con rasgos más orientales. Esta misma dice que Oreiro triunfa en Rusia por su exotismo y que todo lo exótico llama la atención.
Segunda noche en lo de las armenias. La conversación fue más relajada y profunda. Una de ellas es economista y trabajó en el Ministerio de Economía armenio. Muy interesada e informada en política internacional. Con visión humanista aunque no ingenua, forjada en tierras de añejas disputas. Me dicen ambas que con la Unión soviética los países hoy “libres” estaban mucho mejor. Y peor aún están los que se unieron a la CEE como Bulgaria o República Checa. Sus trabajadores no pueden competir con productos importados, y que “sí, muy lindo ser parte de Europa, pero más y más pobres”.
En todas las repúblicas de la ex Unión Soviética las familias viven todas juntas. Hijos, padres, abuelos. Solo en Europa quieren vivir solos. Solo se comunican por wathsap con sus padres, “yo no entiendo”. Una de ellas intentó vivir sola, pero volvió a la casa porque se aburría. Su decir es despojado de impostura alguna y de lugares comunes. “Es otra mentalidad”, dice.
En los diarios no deja de hablarse del fracaso de la globalización. Conversando con ellas eso vuelve a expresarse, a pesar de estar hablando un argentino y dos armenias en Barcelona. Una lo dice, “bueno, pero nosotras vinimos acá”. “No”, dice la otra, “nosotras vinimos por otra cosa”. La conversación se aquieta. El silencio incomoda pero parece necesario.
El Born era un barrio arrabalero, comercial y se puso de moda. Aunque conserva sus lugares peligrosos. Una de las armenias me dice, no vayas por tal calle, hay ladrones. En un bar un tipo pide a las 9 de la mañana una botella de vino. Parece un oficinista jubilado, con su botón de camisa abrochado hasta el último apretando su cuello. Nunca había visto a nadie, en un bar, a esa hora, entrarle no a un vino, no a un vaso de “ginebra con el que despierta”, sino a una botella de vino. Ahora le traen una tortilla de papas. Quizás esta sea su cena, y sea un sereno o quién sabe (qué). En el mismo bar un argentino cincuentón intenta convencer a un español en la barra. Habla de los "legos", despreciándolos. Repite la palabra, varias veces, "pero qué queres, si es un lego", como si la hubiera incorporado hace poco a su vocabulario, dándole cierta profundidad a sus dichos, además claro de delimitar a aquellos, legos, a los que él no pertenece. En el diario se dice que Trump va contra el Papa y que París blinda la Torre Eiffel.
Un barrio puede ser como un organismo, con vida delimitada por sus fronteras o por su fuerza centrípeta. El Born es algo así. Sus callecitas estrechas, de color y rumor medieval, de miradas desconfiadas y paso ligero, arman un entramado fantasmal que cohesiona y agobia. Familias árabes y desheredados varios pueblan su laberíntico entramado.
Noche en el Born, una instalación callejera. Una barcaza, sobre un plástico de 10 x 30 mts aproximadamente, rodeada de velas y una musicalización acuática, de un mar pegando sobre algo. Una luz de sirena que gira y una luz azul que da impresión de noche. De a ratos irrumpe una música dramática (lo peor de la propuesta) La obra instala la cuestión de los balseros nor africanos en medio del paso, un sábado de la noche barcelonesa. La gente se acerca. Se sacan fotos. Los niños mueven las velas y arman figuras. Algunos visiblemente conmovidos. Otros indiferentes. Todos se tientan y pisan el plástico negro con perros, bicicletas, skaters. Hablo con uno de los realizadores. Me dice que la idea era que fuera algo visual. Pero que al empezar el viento a apagar las velas la gente se metió a encenderlas y luego a moverlas de repente todo se modificó. Curiosamente parece narrarlo para justificar que ésta no era su idea, de hecho lo vi molesto volviendo a poner las velas en su lugar, pero sin dudas fue tal intervención espontánea lo que le otorgó lo mejor que tenía esta obra para dar. El pisar el plástico/mar, entrar, entrometerse entre las velas, acercarse, tocar el barco, rodearlo, ver el reagrupe, re encendido de las velas, gente sentada alrededor de ellas, como si rindieran homenaje, algunas rezando, no puede menos que amplificar, corporeizar la propuesta, el vínculo representacional/expresivo de la obra con su "público". Sin duda, si el arte no está en la calle -incluso en sentido figurado- no sirve para nada. De hecho, la calle misma es el escenario donde encontrar las disrupciones sígnicas mas apasionadas, apasionantes. En el centro cultural municipal que auspició esta instalación “no participativa”, dentro de él, un juego de luces, sonidos y robots. Una bazofia absoluta por la cual la gente (yo allí) hace cola.
En las pulperías, acá, se venden pulpos.
El mismo argentino de hace unos días en el mismo bar cuenta una historia de un robo en su trabajo del que él no tenía nada que ver pero que se sentía incómodo que lo inculparan en silencio. Silencio de hecho se produjo en la mesa junto al gallego que parece tampoco creer en él, que ahora habla sobre su celular y la falta de memoria que tiene, como modo de hablar de algo. El diario dice que Macron, el candidato “estrella” francés, ex “socialista”, pide perdón por Argelia. Y que las revueltas negras en París retornan.
En las bibliotecas públicas barcelonesas, utilizándolas, ocupando un lugar, siendo que se ocupan casi todos, siento que me estoy cobrando parte de la expoliación americana.
La vinculación con el idioma catalán es cotidiana, paralela no sólo al habla castellana, sino con la de los múltiples idiomas, dialectos que se oyen por las calles, mercados, bares. De hecho los carteles indicadores de las categorías de libros en la biblioteca pública (y en casi todos lados) están en catalán. No difícil de deducir pero síntoma de afirmación identitaria. El inglés es uno más de los idiomas que se oyen, pero en absoluto el más hablado, al menos en las calles. Lengua el inglés de universo hegemónico, sí será la usada en transacciones, intercambios mercantiles, utilitarios (siempre, fuera de la escucha, en mesas chicas, lugares reservados, donde es cocinan el sentido y/ de las cosas) Pero en la calle, lejos de ser brindado con indignidad tilinga (en carteles, publicidades) se lo escatima y resiste. También en el uso de la lengua, en su reparto, se juega una identidad cultural, un posicionamiento político.
La estadía con las armenias fue poco menos que torturante. Una suerte de Guantánamo para presos de buena conducta y cierta autodeterminación. Pasé de imaginar un inquietante trío sexual con ellas a sospechar que querían asesinarme. Vuelvo a mudarme. Caí en lo de una húngara con novio quilmeño con lindo balconcito a la Carrer Marina.
Un vagabundo para de espaldas a un convento del 800, hecho por el hijo de Carlo Magno. Los turistas entran, se sacan fotos. Él ahí, mirando a los que pasan, fumando, con una valija con rueditas a su lado.
4. Lo sur o Elegía del arrabal
Javier Cercas, comparando ciertos discursos de la guerra civil española con los de hoy ("acabar con el capitalismo" entre ellos) habla del retorno de la épica. Lo "detecto", dice, tal el modo del escritor, del ensayista, de lidiar con el mundo: detectando signos. Y agrega, (detecto el retorno de) “la arenga sentimental, lo que llamamos populismo”. Épica y populismo, pues, vinculando a este ajetreado término con uno de los tradicionales géneros de la retórica literaria y política. Y me pregunto, cuál es el género del capitalismo (siendo que aquí se lo contrapone al populismo, aunque a este se lo enuncia como modo y al capitalismo como sistema) ¿La comedia? ¿la farsa?, al decir marxiano. Lo que seguro no es el capitalismo es épico. La épica es colectiva y si hay un modo pulsional en el capitalismo es el individual. La épica es una pulsión colectiva. Una "arenga sentimental". Y la arenga como el necesario "primer acto" de una rebelión, de una épica, de una gesta sentimental. Si esa es la característica del populismo, todo piola.
Portugal, España, Italia y Grecia son el sur de Europa y es donde se cambia buena vida por productividad. Me lo dice un italiano que puso un bar-cervecería en Barcelona, donde hace 13 años que está, luego de 4 en Londres. Ahí, salen de un trabajo duro, por “objetivos” y directo al bar, a emborracharse, así todos los días. Muy triste, cabrón. En Finlandia se suicidan, sigue diciendo con se verba desatada y escandalosa, en Francia se deprimen, en el sur comemos bien, tomamos sol y aunque los ingleses y alemanes nos miren mal, va fangulo, el problema lo tienen ellos.
El tano amaina su discurso. Se va a la cocina poniendo a U2. Sunday bloody sunday. Es domingo de hecho, y lejos de ser sangriento, al menos para nosotros, los dos únicos en el bar (o sea, yo el único cliente), comienza a tomar su habitual forma melancólica. El domingo es el peor día de la semana para un viajero solitario. Las familias de paseo, diluyendo la presencia turística, hacen que uno sea el observado y ya no por la extranjería siempre evidente (por más amoldado y europeo del sur uno se sienta), sino por la errancia en soledad. Algo maravilloso de los otros días de la semana. Donde las prerrogativas tajantes del tano expresan experiencia viva. Y que la vivencia del sur, de los sures, es decir, en los arrabales del mundo, deviene en el goce vital por un tiempo extendido (arrojado, perdido), de observación, reflexión, conversación. Al sol, picando algo.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: Sebastián Russo