Leopoldo Moreau: Semana Santa y las sombras del poder
Por Guillermo Korn y Mariano Molina
GK: El radicalismo tenía un discurso en relación a las corporaciones cómo las FFAA, el sindicalismo, la Iglesia. El sindicalismo estuvo en la Plaza. ¿Hubo un diálogo? ¿Fue vehiculizado desde el peronismo? ¿Cómo aparece, en tanto actor social, en esos días? / MM: Saúl Ubaldini está el día jueves, cuando Alfonsín va al Congreso.
LM: Efectivamente nosotros teníamos un discurso de confrontación con las corporaciones y particularmente con aquellas que en ese momento eran las que, por arrastre de sus vínculos con la dictadura militar, amenazaban el proceso de estabilidad democrática. La cúpula eclesiástica claramente tenía maridaje con la dictadura, obviamente las FFAA y en alguna medida el sindicalismo.
Pero en el caso del sindicalismo no teníamos la misma mirada. Los veíamos como una fuerza corporativa, pero no homogénea, en términos de defender conceptos autoritarios. Estaba el grupo de los 25 que había sido el que había impulsado la movilización del 30 de marzo de 1982 [1], pero también estaban los sindicalistas colaboracionistas del gobierno militar.
En ese momento el peronismo tenía como principal protagonista a la renovación, que actuó decididamente al lado del gobierno de Alfonsín y de la democracia. Es más, Cafiero y (José Luis) Manzano vinieron a Casa de Gobierno y pidieron tener una oficina para operar en coordinación con nosotros y se la dimos a metros de Alfonsín. Y entre los primeros que convocamos a Casa de Gobierno fue a Ubaldini y se hizo una reunión de dirigentes políticos, sindicales, empresarios en la planta baja del Ministerio del Interior, donde se firmó un acta de apoyo a la democracia. Ahí la CGT declaró paro general por tiempo indeterminado en repudio al intento golpista y hasta que cesara la rebelión militar, más allá que algún sindicalista en particular tuviera alguna relación con carapintadas.
En esos cuatro días de la sublevación fue imposible engancharlo a (Carlos) Menem. Claramente él tenía algunas terminales en los grupos carapintadas. Con el paso del tiempo, un dirigente sindical colaboracionista de la dictadura, nos vino a avisar que había un complot para asesinar a Alfonsín. Este dirigente había participado de una reunión en la zona de Luján-Mercedes (el regimiento de Mercedes fue un regimiento muy alineado con los carapintadas y un regimiento donde siempre influyó Videla) y el obispo de Luján, monseñor (Emilio) Ogñenovich, que era claramente un tipo de la derecha, organizaba reuniones donde –entre otras cosas– se discutió el magnicidio. Ahí participaban militares, comisarios de la provincia y algunos dirigentes sindicales. Uno de ellos fue el que nos dijo que se estaba planificando esto.
MM: ¿Y el empresariado jugó algún rol en esos días?
LM: No hubo una invasión de empresarios en la Casa de Gobierno apuntalando el proceso democrático, pero tampoco rastreamos acompañamiento al intento golpista. Más bien todos tomaron distancia.
El presidente de la Unión Industrial Argentina, que era (Roberto) Favelevic sí tuvo un papel muy activo en defensa del proceso democrático. Tan activo que firmó el acta y viajó conmigo a Campo de Mayo, en una delegación de dirigentes políticos. Entró con nosotros al cuartel y se puso a frenar a la gente cuando se estaba cediendo el portón.
MM: Volviendo a lo que significó Semana Santa, la movilización fue muy grande, quizás la movilización multipartidaria más grande de la Argentina...
LM: Es probable, en términos de pluralidad…
MM: Y además apoyando, no en una manifestación de protesta. Pero luego viene una debacle de la participación política. ¿Ve a Semana Santa como parte de ese proceso de decepción de la política?
LM: Todo proceso de transición democrática inexorablemente llega a un punto donde se enfrenta a esa circunstancia. Porque las transiciones se caracterizan precisamente por no terminar de satisfacer todas las expectativas que se ponen en los procesos democráticos. Nosotros eso lo teníamos claro, porque sabíamos que lo fundamental para nosotros era cumplir con un objetivo estratégico: consolidar la democracia. Eso implica costos. No hay transición democrática sin costos. Y sabemos que el post Semana Santa significó para algunos sectores una frustración.
Para nosotros también fue un costo elevadísimo el Golpe de Estado económico de 1989. Creo que el proceso de despolitización tiene su punto de partida básicamente ese año. La derecha para justificar políticas económicas de ajuste siempre tiene que fabricar una crisis y fabricó una crisis económica y social que sí contribuyó mucho a que después prendiera el discurso de la antipolítica. Ese fue el escenario para iniciar el proceso de despolitización que caracterizó casi toda la década del noventa. En ese sentido, lo de Semana Santa probablemente golpeó más dentro de estructuras militantes.
MM: ¿Cuáles fueron las relaciones con los países de América y EEUU durante la crisis?
LM: Lo primero que hicimos fue volcarnos más a la reacción de Europa, porque en aquella etapa habían comenzado a triunfar los partidos socialdemócratas, con los que había –naturalmente– muchísima más afinidad política. Esa solidaridad se movilizó muy rápido. En América Latina mucho no teníamos para hacer…
GK: Eran Cuba y Perú como posibilidad…
LM: Claro, pero no formaban parte de un armado. Recuerdo que las primeras llamadas de Alfonsín fueron a Felipe González, Mitterrand, la socialdemocracia europea, con la que el radicalismo tenía un vínculo fluido. Eso era muy importante para nosotros. Estados Unidos no lo tengo muy en claro, ni tampoco era mi responsabilidad, pero no emitió ninguna señal a favor de los carapintadas. No recuerdo cuánto tardó en emitir una señal a favor del proceso democrático, pero no fue a la misma velocidad que los europeos. No se vio ninguna participación de la Embajada. Como que tuvieron una actitud entre pasiva y de acompañamiento.
MM: ¿Y cuál fue el rol de los servicios de inteligencia?
LM: Ahí teníamos un gravísimo problema. Hay que entender que el proceso democrático llega al Gobierno y se encuentra con un Estado organizado para matar a los ciudadanos. Y una de las tareas que había que llevar adelante era democratizar ese Estado. Convivimos mucho tiempo con Fuerzas Armadas, de Seguridad y Servicios de Inteligencia que estaban conducidos por quienes habían sido los que habían llevado adelante el plan sistemático de represión.
Y los Servicios de Inteligencia fueron un dolor de cabeza muy grande. En el caso de Semana Santa llevaron adelante operaciones de confusión, prácticamente nos birlaban información o nos daban información distorsionada. Y además fueron la plataforma que le servía a Rico y a los carapintadas para llevar adelante estas campañas de acción psicológica difundiendo que sólo venían por problemas de reivindicación militar, después que Alfonsín se había rendido…
Es más, tuvimos que montar de alguna manera estructuras de inteligencia que nos permitieran controlar los movimientos de los carapintadas, a partir de estructuras militantes que no solamente eran del radicalismo, sino también del peronismo que actuó muy solidariamente, sobre todo el de la renovación y otros espacios políticos. Por ejemplo, a la guarnición militar de Mercedes le impedimos el paso bloqueando el puente 5 volcando camiones y maquinarias de la Municipalidad de Luján [2]. Y a Campo de Mayo lo tuvimos que vigilar con ambulancias del PAMI, con equipos de transmisión operados por militantes, que a la vez operaban otros equipos, para interceptar las transmisiones de Rico con el resto de las guarniciones.
MM: También los tuvieron en contra previamente, como para anticipar esta situación…
LM: Los Servicios de Inteligencia no estaban para evitarla, sino para alentarla. Apenas nosotros pusimos en marcha las políticas de juzgamiento de los delitos de lesa humanidad, desataron una guerra contra nosotros. Eran los que llamaban a los colegios haciendo cundir el pánico con amenazas de bombas o ponían bombas de estruendo en los cines de la calle Lavalle. A nosotros nos amenazaban constantemente y cuando Alfonsín visita la guarnición militar de Córdoba en 1984, le pusieron una bomba en el camino interior del cuartel, que estalló cinco minutos después que pasó el auto.
Los Servicios de Inteligencia militaron activamente en la desestabilización del proceso democrático. Por eso nosotros tuvimos que dictar en el `85 el Estado de Sitio por sesenta días, donde fueron presos dos o tres periodistas vinculados a los servicios. Era lo más oscuro, lo más tenebroso, lo más difícil de conducir. A pesar de haber puesto al primer secretario civil que tuvo la SIDE, con eso no se resolvía el problema. Y cuando se produce lo de Rico, militaron a favor suyo, obviamente.
MM: Fue un intento de Golpe, pero a Rico no le daba para estar al frente del mismo ni para ser “presidente”. ¿Quiénes alentaron a ese personaje?
LM: Ahí hay que ver el papel de Menem. Habría que ver si soñó con un adelantamiento de elecciones o alguna cosa por el estilo. Alguna razón llevó a que desapareciera por esos días y que claramente se establecieran vínculos entre el menemismo ortodoxo y los sectores carapintadas.
Concuerdo en que Rico no estaba en condiciones de encabezar un Golpe de Estado en términos tradicionales. Es más, estaba catalogado por muchos de sus compañeros de armas como un “loquito” y en una reunión con un grupo de coroneles lo descalificaban como líder militar. Creo que hubo señales del menemismo, claramente el poder económico no estaba detrás de Rico, como tampoco creo que haya estado la Embajada.
De todas maneras, uno siempre piensa en el papel de la CIA y sabemos que en Estados Unidos hay poderes permanentes, que están por encima de las circunstancias políticas. En términos de política, creo que la única terminal la tenían con el menemismo, que estaba muy golpeado por el triunfo de Cafiero en la interna y que aparecía como la alternativa a Alfonsín. Y si eso era así, no había posibilidad de que se detuvieran los juicios porque Cafiero estaba comprometido con esa política.
Entonces, la derecha quería que ese proceso se interrumpiera y apostó a desestabilizar no sólo a Alfonsín, sino al proceso de renovación del peronismo, porque eso aseguraba la continuidad democrática.
MM: ¿Cómo analiza cuando se los llama Héroes de Malvinas en la Plaza? ¿Fue un desliz? Observando los videos de ese discurso, ahí es cuando se produce un chiflido generalizado.
LM: Sí, se escucha ese silbido… Conociendo a Alfonsín, pocas cosas pueden ser un desliz. Creo que lo dijo deliberadamente, probablemente por dos razones. En primer lugar había quedado influido por un diálogo que había tenido con un capitán cuando termina la charla con Rico. Ahí le dice que ellos habían combatido en Malvinas, que no habían querido herir el proceso democrático, que los habían llevado a eso y se pone a llorar. Creo que eso pudo haber influenciado en el ánimo de Alfonsín. Y además me parece que siempre se cuidaba de no herir. Llevar adelante los juicios y el accionar de la CONADEP, que desnudaba todo lo que habían realizado y los exponía a una situación de escarnio, era ya suficiente motivo para que Alfonsín cuidara algunos aspectos en esa relación con las FFAA. No quería que se transformara en una relación de ataque y removiera –incluso– algunos gestos que habían tenido a favor de la Patria, como podría haber sido lo de Malvinas.
Se manejaba en ese sendero muy finito. ¿Qué sentían las FFAA del gobierno de Alfonsín? Que era un gobierno que había venido a destruirlas y pulverizarlas. Ese era el caballito de batalla de toda la derecha y los servicios. “Es un marxista escondido que viene a destruir las FFAA” decían, y él venía a juzgar a los genocidas, no a destruir a las FFAA. Era difícil hacerlo entender, porque les quitabas el privilegio de ser juzgados por la justicia militar y los pasabas a la órbita civil o exponías, con la CONADEP, todo lo que había ocurrido en los centros clandestinos. Era una puja en términos de discusión cultural hacia el interior de las FFAA. Y entonces creo que dijo esa expresión como para separar un poco.
GK: ¿Ese discurso fue consensuado con alguno de ustedes?
LM: No. Alfonsín aterrizó en el techo de la Casa Rosada y se fue directamente al balcón. Igual que la decisión de ir, que la tomó él, a pesar de algunos que le dijeron que era un disparate, por si lo tomaban prisionero. Esas dos decisiones las tomó él. Ni siquiera habló con nadie.
1 - Histórica movilización convocada por la CGT contra la Dictadura Militar.
2 - Miguel Prince, el intendente de Luján en 1987, pertenecía al peronismo.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).
PRIMERA PARTE: Leopoldo Moreau: Semana Santa, entre el Golpe y la sociedad movilizada