Brasil: "No hay lugar para la conciliación"
Por José “Zé” Dirceu*
En una visita reciente el productor Luiz Carlos Barreto me recordó que la película “Tierra en Transe”, clásico de Glauber Rocha, cumple medio siglo. No pude dejar de comentar que, nuevamente, Brasil está en transe.
La única solución razonable, antes como ahora, es una catarsis, una revolución política, económica, social y cultural. No es posible un acuerdo con quien rasgó el pacto constitucional de 1988 y atropelló la soberanía popular.
Los golpistas y quienes los avalaron, al derrumbar un gobierno legal y legítimo con el objetivo de revocar derechos y conquistas históricas del pueblo brasilero, sacaron el cuchillo y cometieron un delito de alta traición a la democracia.
Rompieron el hilo de la historia y colocaron en riesgo nuestra soberanía. Quieren reducirnos, de nuevo, a la línea auxiliar del imperio.
La coalición golpista dio origen a un gobierno abarrotado de históricos corruptos. Nada de eso, sin embargo, le importa a los falsos santurrones que adulan la Operación Lava Jato, mientras que los usurpadores fuesen útiles a la aplicación de reformas que destruyan el legado petistas, la herencia trabajadora y los éxitos del último proceso constituyente.
Mirando y revisitando la historia de nuestro país, sabemos lo que está en juego: el desmonte del reciente y precario Estado de Bienestar social, previsto en la Constitución de 1988 e implementado durante las administraciones de Lula y Dilma Rousseff.
Se roban la renta del trabajo para garantizar el pago de intereses exorbitantes, la ampliación de la tasa de ganancia de las grandes corporaciones y la apropiación de los fondos públicos por las camadas más ricas.
Los golpistas no vacilaron en sabotear el gobierno de Dilma. Decretaron un verdadero apagón en las inversiones y créditos, ampliando la recesión, llevando pánico a los ciudadanos y paralizando el país.
Se trató de un “vale todo” para recuperar el comando del Estado e imponer una agenda rechazada por los electores desde 2002.
No dudaron en pisotear las reglas democráticas y forjar una imitación de régimen policial, en el cual se opera al servicio de objetivos político ideológicos.
Brasil necesita de libertad para decidir su futuro, con elecciones directas, un nuevo gobierno popular y convocar a una Constituyente soberana. Es vital romper la camisa de fuerza del rentismo y de la concentración de riqueza, reformar los sistemas financieros y tributarios. Sólo así viabilizaremos el desarrollo económico, social y cultural.
Esta tarea es histórica y presupone recupera los límites comprobados de los gobiernos petistas – a pesar de lo avances reformistas, aún no transformamos las estructuras de nuestra sociedad y del poder político.
No hay lugar para la conciliación. Es necesario, para el bienestar social del país, poner fin a la trampa de una falsa armonía nacional y una engañosa salvación contra la corrupción.
El horizonte de las fuerzas populares y de izquierda debe ir más allá de las próximas elecciones presidenciales, ahora o en el próximo año. Podemos hasta vencer, pero sin ilusiones: bajo cualquier circunstancia, nuestro norte es avanzar en rumbo a una revolución política y social, democrática.
La meta es luchar, resistir y preparar un gobierno de amplias reformas. Bajo la protección de un nuevo pacto constitucional, originario de las urnas, si la oligarquía vuelve al lecho de la democracia. Por la fuerza rebelde de las calles, si nuestras elites continúan de espaldas a la nación.
*Publicada en Folha de São Paulo.
Traducción: Santiago Gómez