Antipatriarcales: contra los únicos privilegiados
Por Juan Manuel Ciucci
Vuelvo a escribir, una vez más, estas palabras. No acostumbro tanto a la reescritura, sino que más bien el texto va encontrando el modo, con la idea que cabalga. Y sin embargo, aquí me veo otra vez. Palabras ya dichas, ahora deconstruidas al verlas en pantalla.
Para nada casual es que, al intentar decir esto, surjan tantos titubeos. Una proclama que intento para invitar a una nueva marcha del Ni Una Menos. Entiendo, ahora, que debo hacerme cargo de ellas, confrontarlas, afrontarlas, porque son las que inquietan este estar aquí, que nos lleva a intentar comprender el tránsito antipatriarcal. Es mucho lo que no comprendo, apenas guiado por un sentido común -a veces un tanto menos machista-, desde donde veo el compromiso de una militancia feminista, pero entendiendo que como hombres ocupamos un lugar diferente, todo en su medida y armoniosamente.
Con tanta duda no sé bien cómo decir, o más bien qué es lo que sí debería ser dicho. Me dicen que exprese esa duda, que hay algo allí. Y que me la juegue un poco más, que no le esconda tanto el cuerpo. Amigas, compañeras, que así me alientan, y es parte de todo esto tratar de lograrlo. Tras ese impulso intento encontrar un lugar para expresar la apuesta que se precisa desde el reconocerme como hombre, con tanto privilegio impuesto a nuestro favor, para lograr un mundo más igualitario. Justo, libre y soberano, claro.
La vanguardia es de las compañeras, que sí saben cómo lograrlo. O en ese tránsito andan. Como hombres no tenemos un rol pasivo allí, sino que debemos más bien acompañarlas en la acción. Creo que el propio ejemplo y la acción, y en mi caso también quizás estas palabras, son quienes pueden construir ese aporte.
Hasta acá un modo en que puedo decirme, expresarme, sin sentir del todo que se suelten las amarras patriarcales, las inseguridades masculinas, los temores machistas. Lo poco o mucho en que pueda decirme en este ahora. Feminista, por cómo me han enseñado las compañeras debo entenderlo/me ahora, en lucha contra todas las desigualdades.
Ahora, palabras mucho más contenidas, floridas, cuasiseguras. Con aún más dudas, pero recubiertas de algunas salvaguardas que nos justifiquen. Aun latencia de lo porvenir, como este mismo ahora.
Del privilegio: palabras en trance antipatriarcal
Pido participar, pero al mismo tiempo creo que no debería hacerlo. O entiendo la lógica de las compañeras que plantean actividades feministas en las que no puede participar el hombre. En lugar de reaccionar como un vulnerado, como -patéticamente observo- le pasa a varios, entiendo que nuestra presencia modifica ese encuentro, esa reunión. La experiencia masculina me dice que pasa algo parecido si en una reunión de varones aparece una mujer. Pero no por la aparición de un actor de poder necesariamente, sino por accionar cambios de prácticas o temas, o pase al acto de tramas de poder antes apenas ocultas. Todo desde un impedimento a la participación (de ellas) muchas veces construida, como algo usual.
Pero parece más difícil transitar esa experiencia cuando nos toca a nosotros no estar, no ser el centro de poder. No saber qué se dice, qué se hace, qué se piensa sin nosotros. Un nosotros genérico, de Hombre, de aquello que somos por derecho. Ese que dicen da la natura, y que hemos construido y conquistado.
Habitamos un cuerpo del privilegio, de aquel que nunca exigimos porque se revela propio a cada paso que damos. En la calle, el transporte, las casas, los edificios públicos, las universidades, los trabajos, los barrios. Un estar en presencia que nos impone como propietarios del espacio, una práctica que normatiza, legitima.
Quizás de allí parta esta experiencia ingrata de obtener un poder que no deseamos pero que tenemos, o el deber más grato de no desear seguir haciendo uso de ese poder. Luchar contra los privilegios es luchar contra los que nos son propios. Es observar nuestra historia, nuestro presente, nuestras acciones cotidianas, donde ejercemos ese poder. Es comprender la necesidad histórica del empoderamiento que llevan adelante las compañeras, y su fundamental papel en el tiempo por venir.
¿Cuánto machismo llevo adentro? ¿Qué hago con ese machismo? ¿Puedo, como varón, considerarme antipatriarcal o feminista? Me dicen que sí, y eso le pone nombre a lo que trato de accionar. Ante la injusticia, no podemos más que sublevarnos, aunque sintamos la hostil mirada de nuestros pares. Hay una traición presente en este desprivilegiarse, que evidencia la trama de poder que sostiene aún al patriarcado. La difícil tarea de discutir modos que son de tan masivos, impuestos. Un silbido, una frase, una foto, un chiste, una mirada. Complicidad. O traición. Si fuera tan simple la paridad, si ya estuviera impuesta, no existiría tanta reacción, que últimamente incluso llega al crimen como escarmiento.
Existe un temor larvado ante el poder de las mujeres, al que tememos. No sólo por desconocer su acción en tiempos en que siguen siendo noticia las primeras que hacen alguna actividad normativizada para el hombre, sino porque allí pueden ellas practicar otros modos del poder que desplacen estos 2000 años de arrollada civilización. Al chiste que oía de niño de una mujer Presidenta, la historia le contestó con una reelección ejemplar.
Entonces, acompaño, y entiendo que es ese el lugar, lejos de la presencia permanente de los hombres en los estrados del poder. Ya en mis primeros acercamientos a la militancia me sorprendían las pocas compañeras que conducían, siendo que casi siempre eran las que más militaban. En las barriadas cambiaba mucho, porque las piqueteras paraban la olla en la malaria y se ganaban en la calle los puestos de dirección. O en todo caso algunos, pocas veces los más importantes. Más bien el orden por debajo, como castigo de la fraseología de grandes mujeres detrás del hombre.
Como es entre todas y todos que daremos la batalla, aquí estamos: en el tránsito por aprehender a desandar los caminos que nos impuso el patriarcado. Pero sin sobreactuar revelaciones, impulsos o clarividencias finales, sino más bien de costado, acertando al ser guiados, conducidos. Comprendiendo que hay algo que nunca llegaremos a comprender, por más que pueda interpelarnos tanto como para entender la necesidad de combatir contra los privilegios que transitamos. Es por esto que son ellas las que encabezan esta lucha. Que de tan resuelta esta vez, vemos avanzar a pasos agigantados, con criminales resistencias que aún no sabemos cómo combatir. Ellas quizás lo sepan, ellas quizás puedan.
No descifro aún el modo en que accionamos en este vendaval. Como hombres. Parece un tanto novedosa la instancia, también en estas cosas. La formación se vuelve fundamental para conocer planteos que ponen en discusión los modos tradicionales del pensar géneros. Pero la acción en marchas, acciones, articulaciones, debates, cruces callejeros, van sumando, además, prácticas contrahegemónicas. Es un proceso de resistencia del que debemos formar parte, para logar una avanzada que ponga fin al patriarcado. Sin dudas, una proclama revolucionaria.