Mala mía: una perspectiva macrista del Estado y el empleo, por Gabriela Ram
La escena comienza así: los trabajadores llegan a la oficina. En sus escritorios y en las paredes hay nuevos carteles. Estos tienen impreso en grandes letras mayúsculas rojas, la palabra humildad. Debajo hay unas tarjetas a modo de post-it con un membrete colorido y la frase “Vivamos juntos nuestros valores”. En la mitad de estas tarjetas dice MALA MÍA, y en la otra mitad GRACIAS. Le siguen unos renglones en blanco para completar. Los trabajadores las observan sorprendidos. ¿Cuál es el escenario? No es una empresa, una ONG, ni cualquier institución privada que podamos imaginar. Es el Estado, más precisamente el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad de Buenos Aires. Y ese membrete que mencionaba antes, lleva los colores que representan a Cambiemos.
GRACIAS y MALA MÍA. La intención de todo este montaje moralista y marketinero es que cada trabajador agradezca algo, o bien, admita un error y pida disculpas por ello a alguien de forma escrita. En esta práctica confluyen varias características que distinguen las políticas que el gobierno macrista lleva adelante en la Ciudad, de la mano de Rodríguez Larreta, y en todo el país de la mano de Mauricio Macri y su elenco inestable. Desde aquel Diciembre de 2015 experimentamos una sensación de ficción en el vivir cotidiano. Nuestra capacidad de asombro ha crecido a niveles desmesurados. Andamos en un estado de flotación casi espectral, dónde lo único que nos vuelve carne, es la unión colectiva de nuestros cuerpos en función de la lucha. La inmersión de lo privado en lo público y la traspolación de políticas, usos y costumbres del ámbito empresarial al plano estatal, conforman el guión de una película de terror que nos habíamos prometido no volver a ver, allá por el comienzo de los 2000.
A esta altura, en la que están por comenzar su cuarto semestre de gobierno (y aún algunos esperan con simulada paciencia lo prometido para el segundo), tal vez lo aquí planteado no resulte sumamente novedoso. Pero este tipo de acciones, que hoy con el diario del lunes calificamos de esperables en el marco del actual gobierno, son las que construyen en lo cotidiano aquello que muchas veces debatimos en lo abstracto. Porque una cosa es prepararnos para luchar contra un concepto -en este caso el de políticas privatistas con un marcado sesgo adoctrinante y moralista-, y otra muy distinta es ponernos en el lugar de trabajadores reales que nada tienen de ficción o abstracción. Profesionales empleados del Estado, que llegan a su lugar de trabajo en el cual supuestamente deben ejecutar políticas de inclusión y justicia social para la juventud de la Ciudad, y la gran propuesta del día como bajada del gobierno de Cambiemos consiste en jugar al “sumiso o policía”.
Hay un acto de subestimación detrás de estos gracias y mala mía. Si le sumamos que en este Ministerio los trabajadores se encuentran en lucha hace un año y medio, y que este mismo grupo de trabajadores organizados realizó dos tomas (del Ministerio de Hacienda y el propio de Desarrollo y Hábitat) en lo que va del año. Y que mediante sus acciones de lucha organizada lograron que los casi mil empleados en planta transitoria cobren el plus ministerial, lo ficcional se vuelve real. Tan real como el no llegar a fin de mes, los elevados precios en servicios y alimentos y la estrepitosa caída en los niveles de consumo. Por supuesto que hay situaciones más dramáticas respecto a lo laboral en general (y en este ministerio en particular), como son la tercerización y alta rotación de personal; ambas consecuencias de la precarización y flexibilización. Pero estas acciones cotidianas en los espacios de trabajo portan un fuerte valor simbólico en cuanto a las formas de relacionamiento que promueven. Son a su vez un signo claro del concepto, enfoque y perspectiva que tiene el macrismo acerca del Estado y el empleo. Son la foto fija de dónde estamos hoy y de lo que nos espera si nos quedamos quietos.
Sin dudas detrás de una pantalla de bondad y promoción de las buenas costumbres para la vida en sociedad, hay, por parte de este gobierno, un ejercicio de puesta en valor de una moral adoctrinante en la que se espera nos reconozcamos pecadores y deudores. Mientras ellos buscan sistemáticamente romper nuestros lazos de fraternidad para vernos desmoralizados, hago mía la anécdota de un trabajador y amigo, a quien cedo estas palabras. Tal como, prontamente, alguien me cederá las suyas cuando quiera contar lo propio, y firmar con mi verdadero nombre no sea una posibilidad. Esto es pura realidad en el marco de una ficticia democracia macrista. Nos pretenden espectrales y difusos como fantasmas de ficción, pero no les daremos el gusto.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografía: Gabriela Ram