Ardor en los cielos: Chester Bennington
Por Cristian Secul Giusti
El conocimiento del suicidio de Chester Bennington, cantante de la banda estadounidense Linkin Park, generó estupor en el universo de la cultura rock mundial. Sin lugar a dudas, este hecho lo ubica como uno de los primeros mártires del género Nü Metal y un referente musical del nuevo milenio que se despide trágicamente de la escena a los 41 años.
Su partida obliga otra vez a pensar en ese filo complejo que anida a los artistas con la fama, la industria cultural y las propias grietas (verdaderas, hostiles, crueles) de la convivencia social y la puesta en común de la vida en un ámbito de abusos, violencias familiares y empresariales.
Salvando las distancias notables, el rugido vocal de Bennington tiene puntos de unión con otros también simbólicos de la cultura del rock, desde Kurt Cobain (líder de Nirvana) hasta Layne Staley (cantante de Alice in Chains) y Chris Cornell (fundador de Soundgarden y Audioslave), quien se quitó la vida el pasado 18 de Mayo de este año.
En este plano de coincidencias, los artistas destacados decidieron terminar su vida de un modo voluntario y también han expuesto de diversos modos sus ardores en relación al sistema, ya sea desde lo lírico, lo testimonial o lo corporal. En esa línea, el discurso de las letras escritas por Chester proponían distintas perspectivas vinculadas a las posturas de Cobain, Staley y Cornell, sobre todo, si se hace foco en una mirada existencial y de defensa feminista y antipatriarcal.
Si bien cada caso de suicidio es particular y tiene sus propias interpretaciones, es necesario escaparle al estereotipo que ubica a la cultura del rock como un ámbito de responsabilidades únicas y directas. En este sentido, la reflexión anticipatoria permite repensar el panorama de las muertes jóvenes en el rock a fin de evitar consideraciones típicas y mediáticas sobre los excesos y los límites de las correcciones.
Al respecto, la mediatización de las muertes rockeras y, más aún, la de aquellas que contienen abusos e infancias traumáticas o desempeños de vida referenciados con las adicciones, funcionan estratégicamente en los relatos de los medios y también invitan a la reproducción de discursos peligrosos y hegemónicos.
En un orden de méritos que suele ser denigrante y consecuente con una lógica de ocultamiento, el discurso de la información visibiliza aspectos que destacan una vida tormentosa y escandalosa, sin remarcar las complicidades civiles que provocan angustias y decisiones terminales. Por esta razón, el caso de Chester ofrece un paradigma que merece atención una vez más: los suicidios no se producen por obra de una inspiración trágica ni tampoco se llevan a cabo como resultado de problemáticas personales aisladas.
A partir de las decisiones tajantes que en este caso incluyen a los artistas de rock, los medios suelen amplificar una noción de martirización que no hace hincapié en los dilemas reales. De esta forma, se invisibilizan las huellas de abuso sexual o psicológico, los problemas de anorexia y bulimia, la explotación leonina del sistema discográfico y empresarial de la música o el paliativo de las adicciones como incentivo para la reproducción artística y la convivencia en una sociedad de la información cada vez más desamorada y caníbal.
La muerte en el rock no solo deja cadáveres jóvenes de mártires en el tintero mediático, sino también revela una complejidad social que excede los límites de una cultura de “excesos” o de “coqueteo con la muerte”. En esa lectura, se debe incluir también la situación de las temáticas marginales, vinculadas con lo no decible, que suele espantar hipócritamente a los tradicionalismos de la sociedad y se reproducen como casos apartados, no incluidos en la agenda diaria. A raíz de ello, el caso del cantante de Linkin Park puede llevarse la atención de ciertos públicos durante un corto tiempo, no obstante, la tensión con el relato de los medios debe continuar, más allá de las efemérides y los descubrimientos trágicos.