CFK en Merlo: a los que sí absolverá la historia
Por Rodrigo Lugones
Llegué temprano. Apenas había diez personas en la puerta que da a la avenida Libertador. Lo que antes era excepcional, hoy es de todos los días. Ya se nos hizo costumbre, pensé. Así hace el tiempo.
Llevar una remera, insinuar el mínimo rasgo disidente, ayer nomás, era peligroso. Hoy es cosa de todos los días. Primavera democrática (que tuvo de todo, incluso la decepción), que hoy nos permite disfrutar de la primera visita de Ella. La primera después de que lo hayamos sacado a él.
Él es un “él” con minúscula. Un “él” minúsculo. Su personaje es fascinante, pero no tendrá un gran lugar en la Historia; no lo absolverá.
Merlo es así, me digo. Tiene sus bemoles. Mientras van llegando los conocidos del barrio, las señoras, los vecinos y las vecinas: los y las ciudadanos y ciudadanas.
Ésta vez, a mí y a mis compañeros y compañeras, nos tocó un rol diferente. Dando una mano en la organización: en la seguridad, en la logística. Choco los ojos contra la reja y veo al Pipi, tocando el saxo, en medio de la cancha de básquet. Prepara un pequeño set que va a interpretar cuando llegue Ella.
En ese mismo momento diminutas patinadoras artísticas dibujan ochos gigantescos en el suelo, girando de un lado a otro a toda velocidad. La gente se amucha en las dos entradas. Por Perú llegaría. Gente en los árboles. Algunos se asomaron a los balcones. Otros buscan colarse en el esquema de seguridad para poder verla un poco más cerca. Rasguñar una foto, punguear algo de reconocimiento en el mundo de plateas de hoy. Merlo es así, vuelvo a pensar.
El huracán se desata, quince minutos después de que reforcemos las vallas. Una moto Yamaha blanca de alta cilindrada se mete entre el tumulto, como punta de lanza, abriendo paso. Atrás penetra la multitud el auto donde llega Ella, que también es blanco. De pronto emerge de su interior, resplandeciente, su figura. Su pelo rojo eléctrico. Su presencia pequeña y enorme a la vez. Todo se sacude. Miles de manos se extienden. Buscan tocarla. Se yerguen miles de celulares. Miles de objetivos la apuntan. Se disparan miles de flashes.
La reciben las autoridades locales. El Pipi toca las canciones que preparó. Las chicas danzan sobre sus patines. Bombistas y payasos desfilan en zancos. Ella sonríe y abraza a los chicos del club.
Ya adentro, reunida con los diferentes referentes de los clubes barriales, escucha sus relatos. Boletas que triplican los ingresos de las entidades. La luz. El gas. Todo impagable.
Suelta una reflexión:
“Es importante que entendamos que estamos discutiendo cosas que ya creíamos que no debíamos discutir, y por eso es necesario poner un límite. Para que volvamos a discutir otras cosas que siempre se discuten en todos los países, pero no estás. No es justo que estemos discutiendo trabajo cuando lo teníamos, no es justo que estemos discutiendo comida cuando la teníamos, y no es justo que estemos discutiendo remedios para los viejos cuando todos tenían remedios.”
Nada de largos discursos. Escuchar y hablar poco. Esa es la cuestión.
Sale. El huracán se vuelve a desatar. Se monta sobre el techo del auto. Alza las manos y saluda en el ángulo de 360º que describe al girar sobre sí misma. Atrás quedan las pequeñeces. Las manganetas de los narcicismos de las pequeñas infamias. Ella va más allá.
Merlo es así, repito como un mantra. Merlo es así, no pasarán a la historia aquellos que especulen… sino los que se la jueguen.