Chorizombilandia #6: De bananas a cuero
Por José Manuel Welschinger
Ilustación: Leo Sudaka
–Estás ajustando mal, tienen que ser todos iguales para que ninguno trabaje más que los otros.
–Ya sé; es culpa del hilo.
La excusa era tan obvia que Gimena tuvo que reírse. La chica empezó a defenderse, y entre las dos armaron un cacareo que Gimena tuvo que silenciar haciendo uso de su autoridad, porque alguien dormía en la sala de al lado.
Tras una nueva acometida, Gimena volvió a interrumpir:
–Hiciste el nudito anterior al revés.
Mailén suspiró, derrotada.
– ¿Cómo hacés para ver desde tan lejos?
–No miro la banana, observo tus dedos.
La cantidad de tajos mal suturados en la fruta le daban un tono caricaturesco al trabajo. Mailén sintió que nunca iba a conseguir entrar en la facultad. Se frotó los ojos secos, pausando la tarea para tomar su café.
Más frustrante que equivocarse era la paciencia que Gimena podía tener para repasar las instrucciones. Apretar, sostener, respirar entre punto y punto, nunca antes de pinchar. Entrenarse para médico exigía cantidades sobrehumanas de paciencia, y la que no pudiera controlar su ansiedad estaba destinada a quedarse con la intención.
Aunque se divertía con ese sufrimiento de aspirante, la doctora no dejaba de alentar a su futura colega:
–Te sale demasiado bien, todavía sos chica. Todo el mundo tiene que practicar eso como la mierda, es un filtro.
Mailén nunca bajaba la guardia, menos cuando percibía condescendencia. Chica de pueblito, sobrepeso, nombre indio; se imaginaba que iba a ser un imán para el bullying. Pero Gimena había resultado ser de las que no te regalaban nada.
–¿Cuánto tiempo me puede llevar aprender a hacer esto bien?
–Toda la vida.
Mailén desorbitó los ojos mientras Gimena escondía su sonrisa detrás de la taza. Con la cara desvanecida por el vapor:
–Nunca se deja de aprender, más allá de lo bien que te salga —corrigió la doctora—, y aún después de eso tenés que seguir practicando para que no se te amachorren los músculos de la mano —levantó sus dedos y los hizo bailar—; se ponen vagos después de los trenticinco.
Hablaba como quien tiene cincuenta, pero tenía treinta y nueve. Algo en la cara la hacía parecer más grande, era verdad, pero seguramente era eso que viene con el oficio. La abuela también siempre había aparentado más edad de la que tenía, o capaz ya había nacido siendo vieja.
Solas durante las noches silenciosas en la guardia, habían empezado a volverse amigas. Ni bien entró en confianza, Mailén empezó a preguntarle a Gimena un millón de cosas acerca de la carrera; así que la doctora había decidido usar esos tediosos turnos para prepararla.
– ¿Con la piel es más difícil?
–Claro, la piel tiene grasa. Por eso después de la banana pasamos al cuero de chancho. Y después a las técnicas para la piel fina, como los párpados y los labios, o el pene.
Se rieron las dos.
– ¿Y con qué se practica para los penes?
–Con chorizos crudos.
– ¿Es joda?
–No boluda, la pielcita de las tripas es lo más fino que se puede llegar a coser. Después ya se usa una cinta con adhesión microscópica. Igual —agregó—, lo hace una computadora, olvidate de eso.
Costaba olvidarse de eso una vez que la imagen aparecía en la mente de una.
“Es imposible”, pensó Mailén, trazando con el afilado escarpelo un nuevo tajo sobre la escasa piel sana de su fruta. “Voy a estar acá toda la vida”.