Las olas y el viento: la otra cara de la moneda

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Las olas y el viento: la otra cara de la moneda

25 Noviembre 2017

Por Lucas Canale

Dos huracanes (primero Irma, luego María) han devastado Puerto Rico en lo que va del año. Nos lo advierte el director de la película, Álvaro Aponte-Centeno, en sus palabras previas a la proyección: muchos de los paisajes que quedaron grabados en los fotogramas de la película se encuentran hoy deformados, mutilados. Sin embargo, y en las antípodas del conformismo turístico que retrata a América Central como un extenso y homogéneo panorama paradisíaco, El silencio del viento solo toma estos horizontes para observar una de sus difíciles contracaras: la inmigración ilegal. Es decir: donde algunxs se satisfacen por solamente conmutar las erres por eles y subirle el volumen al reggaetón del momento como recurso paroxístico de connotación tropical, otrxs hacen la valiosa apuesta de explorar con profundidad los recovecos donde yacen los sentidos. ¿Por qué decimos apuesta? Porque la narración de una película siempre remite a una perspectiva específica. En un recorrido que va de lo particular hacia lo general, el relato acompaña la visión de Rafito, figura protagónica interpretada por Israel Lugo, quien queda a cargo del negocio ilegal de traer indocumentados de República Dominicana a Puerto Rico. Lejos de criminalizar aquello que
en la doxa se entiende como ilícito y superando los oblicuos reductos binarios que tienden a categorizar todo, el film tiene el acierto de explorar la densidad de la vida cotidiana de los personajes, constituyéndolo así en un verdadero “cine antropológico”, como lo define el director.

Vale recordar que esta ópera prima, coproducida por Puerto Rico (Quenepa Producciones), República Dominicana (Balsié Guanábana Macuto) y Francia (Promenades Films) no es su primer trabajo. Dirigió tres cortometrajes y participó en diversos festivales internacionales, cuyo punto álgido tiene lugar en Cannes 2012, donde se convierte en el primer puertorriqueño nominado para la Palma de Oro en la categoría de Mejor cortometraje por su trabajo Mi santa Mirada

El silencio del viento muestra un uso preciso de los recursos técnicos que fundamentan con creces su inclusión dentro de la Competencia Internacional del Festival. El presupuesto (alrededor de 900.000 dólares) no representó un obstáculo para la consistencia de la película, que se caracteriza por una impecable dirección fotográfica cuya clave reside en la iluminación. Este recurso es llevado al límite para representar distintas situaciones, como retratar los estados anímicos de los personajes mostrando solo sus siluetas en profunda oscuridad o bien demarcando los tonos violáceos con que despunta un amanecer que aún yace en penumbras. 

Las palabras, por otra parte, quedan reducidas a monosílabos o breves oraciones en el mejor de los casos, legando así el espacio de narración a diversos recursos cinematográficos. Ya sea con el dinámico uso que se le otorga a la cámara en mano o a la utilización de paneos para definir y caracterizar el territorio —técnicas que ya se exhiben bien pulidas en Mi santa mirada—, queda en claro que el largometraje se caracteriza por contar una historia donde la clave es no cerrar sentidos. La sutileza con la que se suceden las secuencias narrativas no son nunca conclusivas, sino más bien de proximidad, de empatía que culmina en reflexión. Acaso ese acto de acercamiento sea la apoteosis de la película: recordar que el cine está ahí para contar lo escondido, para visibilizar lo inasible, para transmitir el cuerpo de la realidad con toda su fuerza.