Tenía que ser ahí
Por Agustín Prieto
¿Nunca sentiste que al corazón, de repente, le da como una cosita? Te cuento.
Noviembre pasado, La Habana. Quien escribe camina por Calzada, y llegando a C ve un busto a pocos metros. Había algo muy familiar en esa esfinge. ¿Es o no es?, se pregunta quien escribe acercándose. Parece que no. Aunque podría ser. O no. Quién sabe. ¿Será? A ver. Y era.
Ahí estaba, linda, joven, invencible, con su infaltable rodete. Evita, decís. Y sentís que se te endulza la boca y que te da esa cosita que te enmudece y que te clava al piso y que te rejuvenece y sentís como estrellitas en el corazón y que valió la pena y que no nos van a bajonear como pretenden. Y tenía que ser en Cuba.
En mi Necochea atlántica y sojera, en pleno golpe gorila de 1955, un connotado oligarca arrastró por las calles el busto de Evita con su camioneta. Ensañarse así con una mujer muerta sintetiza con precisión la esencia de la clase de ese señor y una constante de odio propia de esa misma clase. ¿Qué creyó matar ese señor y otros igualmente llenos de odio y revanchismo? ¿Pensaría que así clausuraba el amor que millones profesan a la ultrajada? ¿Creería que fue un acto democrático? ¿Contaría su hazaña con orgullo?
¿Y el corajudo que escribió en una pared "Viva el cáncer" muy cerca de donde Evita agonizaba? No hay más que revisar la historia para comprobar que ese odio es una invariable ley universal.
Son viejos. Siempre fueron viejos. No la edad biológica, sino la que se hospeda en la cabeza y el corazón. Pertenecen, mayoritariamente, a una clase que cultiva esa violencia histórica y que sigue dispuesta a cometer los mismos crímenes y a justificarlos. Cuando la Historia se los lleve de un soplido con su odio ―coyunturalmente― nadie se acordará de ellos. Pero Evita estará siempre en millones de corazones y en esa plaza habanera.
Hoy, en las redes sociales, en los medios de comunicación hegemónicos, el mismo mensaje de odio se extiende como una plaga, contaminando por años a toda una sociedad infantilizada y estafada, ensanchando una profunda brecha gracias a comunicadores tan irresponsables como criminales.
No nos alcanzará la vida para arrepentirnos por armar al cipayaje que tomó el Estado por asalto. No nos alcanzará para remendar lo que dejen. Si dejan.
Evita detectó la calaña de esos vendepatria y repudió a la "raza maldita de los explotadores y de los mercaderes". Otro conciudadano que ligó su vida a esa Isla tan digna sintetizó brillantemente el grado de confianza a otorgar a esa clase: "Ni tantico así".
Después de tanto renegar nos merecíamos esa alegría, Evita, encontrarte en esa plaza, tan bien acompañada.