¡Che, poetas, todos a los botes!
Por Fermín Vilela
La persiana sube muy de a poco. Después de una noche confusa los músculos se mueven confusos. Pasa parecido con los ojos. Cuando la persona quiere darse cuenta, resolana eléctrica trepa por entre todas las cosas. Eso hace que tenga que entrecerrar párpados. De repente y enfrente suyo aparece un banco inédito de niebla. El barrio no está. Tampoco las ventanas, ni las miserias, ni los libros, ni los edificios, ni los vecinos de ojos apagados. No hay nada. La iluminación se torna amarilla, pálida, como si estuviese al mismo tiempo filtrada por un cristal sucio. Fantasma amarillo y misántropo cubre todo lo acostumbrado. A la vista es imposible forzarla; sin objeto donde cumplir función el instrumento pierde validez. Porque hay solamente una forma de combatir aquella niebla. Y es enfrentándola. Cambiando el posicionamiento desde donde se la juzga. Saliendo al mundo bravo. Ya lo escribió, en su novela canónica, Miguel de Unamuno: “No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme…”. Solución fácil cerrar persiana del hogar, recluirse y abrigarse con luz pálida de velador. Ahí es donde se materializa el santísimo poeta… ¡El poeta! Avanti, quiere que lo dejen ser él. Quiere encontrar su adorado camino hacia la libertad. Quiere hacer buenos amigos. Quiere exagerar y castigarse su propia ingenuidad (1), astillando la caja de vidrio donde le encerraron la sangre. También querrá castigarse los vicios creados por esa misma caja; romper ciertos límites resulta importante para la criaturita fermentadora de versos. Resulta una búsqueda del yo, del nosotros, del ellos. Un acercamiento a la sinceridad, que es lo mejor que puede pasarle a quien se anime a agarrar una birome. ¿O no es así, poetas, o no es así? Cuando cierto tono sincero se entremezcla con valor de belleza estética surge indefectiblemente la verdadera poesía. ¡Aplauso! ¡Aplauso entre la niebla merdosa! Misantropía arremolinada entre luces de extraña esperanza. La cosa puede ponerse jodida, señoras y señores, nadie dijo iba a ser fácil. Montañas, ríos, nacimientos y vientos helados del sur. Maquinarias, cálculos financieros, neoliberalismos continentales y contaminación sulfúrica. Realidad, poetas. Realidad. El dolor, disponible adonde se lo busque. Porque alejarse de él se vuelve tarea cotidiana. Día a día, verso a verso, poema tras poema. Y teniendo en cuenta que no está muy de moda el elogio a la dificultad, la paciencia vuelve a ser única herramienta salvadora. Ese instrumento sí que no perdió ni perderá validez. Es importante el memorándum: para atravesar esta niebla no queda más que distanciarse de toda pavada, leer, vivir, armarse de paciencia y castigarse la propia ingenuidad como costra epidérmica.
Aunque del dicho al hecho –léanme bien, acaso– hay un trecho.
*
“No le creo”. Así argumentan los lectores atentos. No le creo porque antes que Pepito o Pepita tantos otros descubrieron esa misma idea. No le creo como tampoco le creo al manipulador mediocre; este último muestra la hilacha ni bien puede. Porque así estaría pasando con los buenos y malos poetas. Porque eso es lo que los une, vale decir, el aspecto gratuito de la manipulación lingüística. Tal interpreta fenómeno, acercándose a una belleza irrefrenable y latente. Tal otro, bueno, ya cada uno sabrá por qué interpreta –manipula–erróneamente los objetos. Si bien cierta “posverdad” nos aparta de valores como bien o mal, si bien la relativización del juicio es impulso constante, se torna difícil, muy difícil no animarse a determinar si algo funciona o no. Algunos dirán que es un razonamiento conservador, formalista. No lo sé. Pero la noción de funcionalidad es un sistema generador de armonía. Y determinar qué hace que un poema funcione deviene en objeto crucial de debate. Aún más en estos tiempos de producción masiva de contenidos. Aún más en estos tiempos donde la necesidad de escrituras viscerales se torna emergencia lapidaria. El engranaje empezaría a funcionar cuando se cae en lo propuesto anteriormente, es decir, cuando quien escribe intenta hacer el mayor de los esfuerzos para encontrar sus propias manipulaciones, sus interpretaciones ciertamente genuinas. Poemas desmedidos para una época desmedida. Aunque nada de esto importe.
Bernardo Soares (es decir, Fernando Pessoa) escribió, en su –bien manipulado– desasosiego número 187, que al escribir él se sentía “un esclavo emborrachándose a la hora de la siesta”. Dos miserias en un mismo cuerpo. La de la propia existencia y la del poeta Pessoa – Soares. Muertos en vida. Muertos en niebla, soñados por generosa niebla. Dejando de lado esa idealización del poeta como portador verdadero de causas verdaderas, del poeta como portador falso de causas falsas, la investigación reside en proponer a todo lector un acompañamiento mutuo a través de toda niebla. Una continuación de la búsqueda. Un interactuar miserias entre épocas, siglos, quién dice milenios. De la soledad hacia la otra soledad. Del silencio hacia el otro silencio. Para qué se escribirá, si no. Para qué sino para romper con cadenas fraudulentas, desvanecer tiempo y distancia y seguir buscándole utilidad desesperada a las palabras.
Pensar. Pensar poéticamente. O no, saquemos el adverbio. Pensar. Afilar los machetes, poetas queridos, para después encarar la selva versera, sintiendo el aliento pútrido y vital-milagroso del despliegue natural. ¿Es que no se acuerda de Quiroga, leyó tanta poesía que se olvidó, como decía Bolaño, eso de que la mejor poesía de este siglo está escrita en prosa? Tenga cuidado con las termitas, poeta, su miel engañosa, paralítica, aléjese también de los pantanos y vea bien, muy bien donde pisa. Hay mucha yarará dando vueltas. Mírennos ahora... Si hubiésemos leído atentamente a London nada de esto hubiese pasado. ¡Carajo, recarajo! Sabríamos cómo hacer una fogata con los mínimos recursos. ¿De qué nos sirvió tanto arte poético, de qué? Tenemos hambre. ¡Hambre literaria, poetas! Hay necesidad de manual de instrucciones, y no para llorar, subir una escalera o masturbarse en público, sino para despellejar bichos y transformarlos en la carne más universal.
¡Poetas! Arriba el compromiso. No fuércense a interpelar la realidad a menos que el corazón lo exija. Conéctense con su sensibilidad. Trabájela hasta ser digna de presentarse en concurso de belleza. La muerte desciende desde el sol y hacia el final de las cosas, atraviesa niebla, es niebla, transmite brillo a cristales escondidos en cuevas oscuras. Sensibilidad. Téngala presente, poeta. Escriba hacia ella, hacia el lenguaje. Grítele a Dante, Whitman, Dickinson, Rimbaud, grítele a todo buen manipulador y celebren así el carnaval de las mil y unas flores poéticas (2). Vuelvan necesario lo innecesario. Traigan a colación toda membrana oculta del músculo podrido. Tejan luz en este siglo nuevo, adhiéranse a las pantallas, inunden redes sociales, hágannos llorar entre nuevas selecciones aunque ya todo parezca estar dicho, aunque ya todo, ya todo, ya nada.
¡Poetas! Mantengan la esperanza. Mucho ojo con esa cuestión del falso excentrismo y adulación. Quién los andará necesitando. Ustedes sabrán hasta cuándo confiar en sus amigos, en sus reuniones, en sus grandilocuentes colegas, en sus hongos gestándose en rincones míseros del baño, en sus úlceras nerviosas, en sus gritos contemporáneos esta y todas las noches. Acá no hay verdad, poetas, jamás la hubo. Sí papeles en representación constante, sinceridades eclipsadas, concursos literarios dejados atrás por marea de gente muerta, sí arte independiente en la mira del mercado sospechoso y dependiente. Sí estéticas políticamente correctas. Sí voluntades escurridas entre cerveza tibia, depósitos culturales y tristes fiestas con entrada libre y gratuita. Sí poesía fascista, misógina, fotocopiada. Sí poesía compañera. Sí poesía erótica, parida por la mismísima Venus reencarnada. Sí malas personas y malos verseros, sí buenas personas y malos verseros, sí todo y no nada.
Todos a los botes, poetas. Se vienen días jodidos. Las nubes no quieren volver al cielo, pronostican lluvia intensa. Nada de esto pinta bien. Vamos, che, presten atención. Llévense libros. Los fundamentales. Empaqueten bien sus cosas. No se distraigan. Reloj, celular, cargador para el celular, calzoncillo, bombacha, camisa de colores y medallas de honor. Acuérdense también de la empatía, por favor. Saluden a sus madres, a sus padres, a sus hermanos y hermanas. Nada de llevarse el gato o el caniche en el bolso. Eso pasa únicamente en las películas. ¡Vamos, poetas! Los vamos a extrañar. Arriba. Desaparezcan en el horizonte, que la niebla no creo vaya a ceder.
1. Reflexión extraída de “La mejor juventud”, de Pier Paolo Pasolini. Gracias, Pier Paolo.
2. Robado al gran Rodolfo Fogwill, del poema “Llamado por los malos poetas”. Gracias, Fogwill.