A quien lea, en cualquier tiempo y lugar, por Eugenia Murillo
Abortamos desde antaño, en tierras teñidas de sangre en donde los hombres nos violaban varias veces al día y a la semana. Por las noches tomaban vino y ebrios caían desmayados, nos encerramos en cuevas y a la luz de las velas nos narrábamos escuchando las propias historias que se desdoblaban en una que tenía casi todo en común. Conspiramos contra nuestros padres, tíos, abuelos y maridos. Incluso contra nuestros propios hijos. En esas noches diagramamos dibujos en las piedras que describían el plan de huida, cuando salía el sol lanzábamos las piedras al fondo del mar, cada una de ellas y su choque con las profundidades era un día menos que restaba para la liberación.
Nuestros cuerpos en descanso se tocaban en vigilia, del roce de las pieles parimos armas de lucha. Trasmitimos en forma de ritual y canto rabioso la vitalidad de poder interrumpir nuestros embarazos no solo si nos habían violado, si no también si así lo deseábamos. Del éxodo de aquella tierra supimos encontrarnos, entre bosques y desiertos, entre las orillas que nos arrimaban el horizonte, del hielo de las lágrimas al sudor de la rebeldía, vivimos escribiendo fórmulas que se fueron perfeccionando, se las mostramos a nuestras hijas, se las describimos minuciosamente a cada cuerpo que pudiera gestar, las desperdigamos por cada tierra que visitamos, para ellos eramos locas y fugitivas. Nos encerraron, torturaron y asesinaron, sin embargo de las mismas piedras salían cada vez mas de nosotras, arraigadas a nuestros cuerpos que convertimos en territorio de trinchera.
Tendimos linaje atado con la memoria de nuestras muertas, bebimos de nuestras ancestras la sabiduría quirúrgica, nos multiplicamos y creamos contraseñas a través del tiempo, modos de trasmitir, de engendrar resistencia frente a la insistente convicción de encapsular nuestros deseos y ponerlos al servicio del mercado y de la iglesia. Hacia allí fuimos, arrastrando nuestras armas de fuego, nos escurrimos en aldeas, pueblos y ciudades; les preguntamos a una por una, desempolvamos alternativas que creían imposibles. Les enseñamos a abortar, las acompañamos. Se hicieron nosotras. Lanzamos fetos por cloacas y alcantarillas. Transferimos sangre y vimos morir a muchas en celdas repletas de ratas. Las quemamos y en ese humo prometimos eternidad de lucha.
Nos cobijamos en comunidades que habían oído en el susurro del viento algo de las abortilleras.
Habitamos una historia de lucha ancestral que tenemos tatuada en el cuerpo. Hoy estamos cargadas de misopotrol envuelto en papel film, desbaratamos clínicas clandestinas y traficamos por la liberación de nuestros cuerpos. Cruzamos fronteras y no dejamos zonas liberadas. Las putas nos preparan café y las lesbianas guisos. Usamos nombres falsos y mezclamos nuestras edades, estamos en la calle, en las casas, en las escuelas. Estamos en el Estado y en los hospitales. Estaríamos en las iglesias, si existiesen. Sostenemos peleas callejeras con los laboratorios, vemos en pantalla plana los debates sobre el aborto, tomamos notas y whisky. Por si no nos conocían, esta es nuestra carta de presentación.
* Comunicadora Feminista. / Colectivo Las abortilleras
*La carta de las abortilleras ha sufrido varios cambios a lo largo de la historia y a través de las diferentes traducciones en idiomas existentes, sin embargo sostiene su razón primordial como prueba fehaciente de la existencia del aborto como práctica desde los inicios de los tiempos.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).