La Inflación en clave social
Por Enrique Mario Martínez*
Convivimos con la inflación hace casi 80 años. Incluso nos visitó un par de veces su hermana mayor, horrible por cierto, la hiperinflación.
La gran mayoría de la población actual nació y creció con ella, menos que con el país vacuno, pero más que con la soja, de la cual sabíamos poco hasta los ´80.
Los conservadores nos dicen que eso se debe a gastar más de lo que se tiene, tanto el Estado como los ciudadanos, a los que solo nos preocupa que nuestros ingresos aumenten más que la inflación. Sin embargo, ninguno de ellos puede explicar por qué es entonces que el mayor salario real de la historia se registra en 1974. Desde entonces la combinación de devaluaciones, recuperación posterior del consumo con crecimiento de la inflación, nuevas devaluaciones, ha llevado nuestros ingresos por el tobogán, hasta lo actual, que se ubica nada menos que un 40% por debajo de aquel momento. Además, la pobreza, la desocupación, una serie de enfermedades sociales nuevas, marcan horizontes populares mucho más pesimistas que en 1974.
Si todos nosotros tenemos la culpa, parece que nos estamos tirando tiros en el pie, no uno, sino todo el tiempo.
Es muy importante entender causa y consecuencia de este fenómeno, porque su inserción en nuestra vida, nos afecta seriamente. Una sociedad con inflación alta aumenta su incertidumbre sobre el futuro; acorta los tiempos de realización para todo, especialmente en el plano de la economía personal, incentivando fantasías de todo tipo sobre la desgracia o el éxito a la vuelta de la esquina. No solo los conservadores se equivocan mal al buscar causas básicamente monetarias. Los que quieren favorecer a las mayorías, a su turno, subestiman las consecuencias, al creer que correr más rápido que el león un tramo evitará que te lastime o aún, te coma.
En un mundo donde el capital se ha concentrado enormemente en los últimos 50 años, ya no se puede sostener seriamente que las decisiones empresarias y financieras respetan las reglas básicas de la economía de mercado con libre concurrencia y con competencia perfecta. Quien dice eso, miente, a sabiendas que el capital concentrado tiene enfrente adversarios cada vez más débiles, y se puede dar el lujo de enarbolar el manual apolillado de la economía clásica y dictar reglas propias donde su poder elimina cualquier duda sobre los resultados.
En definitiva, la inflación beneficia al capital concentrado, tanto el productivo como el financiero, a éste en mayor medida. En los reiterados ciclos de pérdida para el poder adquisitivo popular se llega al fondo de nuestros bolsillos y luego sigue un período de aparente calma donde el salario real sube algo, como manera de recuperar la capacidad ocupada de las empresas. A partir de allí, sin embargo, las empresas ya tienen una gimnasia afiatada para aumentar sus precios adelantándose a los aumentos de salarios que se han de pactar en paritarias. Los representantes de los trabajadores pasan a hablar de “recuperar” su salario, porque ese es efectivamente el escenario que generan las formadoras de precios.
La inflación pasa entonces a ser controlada en beneficio empresario, con una dinámica que se incentiva en función de la fuerza para dar pelea que tengan los sindicatos. A más fuerza sindical más inflación, paradójicamente, porque los aumentos nominales se trasladan con velocidad a los precios.
Esto es lo que objetivamente sucede. Todas las demás distorsiones de la economía, con déficit fiscal, necesidad de devaluar para exportar hasta un tornillo, fuga masiva a la divisa como refugio elemental de valor, resulta ser consecuencia directa de esta secuencia repetida una y otra vez, donde hay ganadores claros, a los que no puede menos que asignarse la responsabilidad de la reiteración del ciclo.
Hay una excepción bien perversa. Se trata de la inflación generada por este gobierno desde su pasión por maximizar sin límites las ganancias de los proveedores de servicios públicos. Con la excusa de pasar el plumero al manual económico y eliminar el déficit para reducir la inflación, dicen achicar los subsidios a las petroleras, gasíferas, generadoras y distribuidoras de energía. También dejan que los precios de los bienes básicos acompañen los precios internacionales de exportación. El resultado es insólito. Generan inflación desde el Estado absorbiendo ingresos de todos los ciudadanos para entregarlos a un puñado de empresas y multiplican los negativos efectos secundarios arriba mencionados. Aquí baten un récord histórico, no hay antecedentes de una política tan expropiadora, que incluya convocar al propio fantasma inflacionario a sentarse a la mesa como invitado de honor.
La cosa no tiene grandes secretos. Hay que tomar 50 años de historia inflacionaria y ver quienes ganaron o perdieron con ella. Los primeros son quienes la causan. Y además se dan el lujo de echarnos la culpa.
Se necesita un consejo de precios y salarios para regular los ingresos de trabajadores y empresario de un modo más equitativo. Se necesita una ley de entidades financieras que impida la bicicleta y los altísimos costos de financiar el consumo, que cubra la ausencia casi total de préstamos a nuevos o pequeños emprendimientos. Sobre esa base y un paquete de medidas sobre el flanco externo – que se analizarán en otro documento - podemos empezar a pensar en escenarios distintos y bajarnos de esta montaña rusa cuya salida es cada vez más baja, hacia un pozo profundo.
*Instituto para la Producción Popular.