¿Por qué no quiero escribir sobre el aborto?
Por Daniel Mundo*
Mi posición es peor que la de una prostituta, les digo. Me tiran un tema que no me gusta, me niego a escribir y sin embargo el tema se instala, flota en mi cerebro hasta que me pongo a teclear. Creo que el problema no es el tema en sí sobre el que me propusieron escribir sino lo que yo pienso del tema. No sé si me gusta lo que yo pienso. El tema, obviamente, es la ley de despenalización del aborto. Esto es algo así como periodismo, solo que en lugar de trabajar con noticias trabajamos con la reflexión sobre las noticias.
¿Por qué no quiero escribir sobre el aborto? Porque se instaló un cemento ideológico en mi clase social que cualquier reflexión que no festeje lo que todos festejamos no va a ser bien leída. La Ola Verde, que existe, que reúne una gran energía sociofeminista, es un protomovimiento de masas de la clase media. Si no tenemos en claro esto, nos engañamos. Porque la clase media cree que sus actos reivindicativos son universales, que no son rasgos de clase sino principios universales de conducta. Estoy seguro de que la hija de un clase media no irá a abortar a un hospital público, como tampoco se atiende un apendicitis en un hospital público. Pero el clase media imagina con generosidad y quiere que sus prácticas propiamente de clase sean compartidas por toda la población, que además, obviamente, desearía pertenecer a la clase media. Las cruzadas de la clase media siempre están bendecidas por la justicia. Y no es que no sean justas —por lo menos yo soy un clase media y pienso que nuestros principios abstractos son justos, en particular creo que es justa y hasta necesaria esta cruzada que estamos emprendiendo a favor de despenalizar el aborto, propiciar una educación sexual real y crear las condiciones para que cualquier persona que haga cualquier cosa tenga los suficientes elementos como para discriminar sus gustos, sus deseos, sus elecciones.
Solo que lo que el clase media cree que es universal responde a sus específicos intereses de clase. ¿Está mal esto? No.
En la década del sesenta, antes de que yo naciera, mi mamá junto con mi papá se practicó dos abortos. Nací por un pelín, digamos. Cuando yo tenía diecisiete años aborté junto con mi pareja de ese momento, que tenía dieciséis. Ella abortó y yo la acompañé, lo sé, no es que quiera ganar ningún protagonismo: el cuerpo siempre lo pone la mujer, laboratorio de experimentos sociales. Ahora pienso que pertenezco a una familia de aborteros (no voy a contar cómo mi mamá capaba sistemáticamente a sus gatos y perros). Si el pedazo de carne que se va formando en el cuerpo de la mujer tiene vida, no me importa la vida, si esa vida no es deseada por la madre. A la clase media le importa mucho la vida. La vida digna para todos y todas. Entonces se me ocurre que lo que está pasando —lo que ocurrió en el debate de diputados que vimos en directo por TV— es que la clase media, como tantas otras veces en la historia argentina, está llevando adelante un debate consigo misma por ver cuál fracción de la clase hegemonizará el campo social, cultural e intelectual: Olmedo vs Lospennato vs Filmus, digamos.
No se me ocurre ningún argumento válido para no justificar la despenalización del aborto y mejorar la educación sexual. Ninguno. Sé que es una traba. Sé que al clase media le gusta la idea de cambiar de opinión por criterios retóricos efectivos. Se me ocurren, en cambio, un montón de argumentos por los que justificar la despenalización del aborto, empezando porque la penalización del aborto es una ley que tiene un siglo, y en la factura de la cual no participó la víctima de todo el proceso, la mujer. En la cámara de diputados se escuchó este motivo y muchos otros, muchos. La mejora obvia para las personas de menos recursos a la hora de abortar. La capacidad de ir abriendo públicamente interrogantes sobre la sexualidad que hasta ahora no pueden ni siquiera formularse. No es que nuestra sociedad no hable del sexo, habla todo el tiempo. Pero de lo que habla es algo diferente del sexo real que enfrentamos cuando tenemos que hablar del aborto. Este blanqueo conceptual —digamos— no sólo mejorará la educación de nuestros hijos/as/xxxs, nos exigirá enfrentarnos a certezas inamovibles que gobiernan nuestras vidas de adultos. Nuestra clase social vive como solución lo que no es más que el planteo de un problemón difícil de resolver.
En el fondo, la experiencia de la sexualidad no sólo lleva a la transgresión sistemática de todos nuestros límites (¿y qué significa “la transgresión sistemática de todos nuestros límites”? Significa enfrentar lo que supuestamente “no nos gusta” hasta que terminemos disfrutándolo); lleva principalmente a la aniquilación de uno mismo, la aniquilación de lo que se es y de lo que se puede ser. ¿Saben dónde aprendí esto? En una famosa novela pornográfica que se llama La historia de O (se consigue en video). Si la sexualidad no habilita este tipo de experiencias borders, es como decir que una vida digna es la que está exenta de dolor, la que nunca anduvo en un transporte público, la que está acolchonada con electrodomésticos y ambientada por los aires acondicionados frío/calor. Temo que el modelo de hombre que se perfila como imitable sea el de Martín Lousteau, cool y taaaaan sensato. La familia es una pyme, no lo olvidemos, sacudida por crisis financieras, por crisis afectivas y por crisis sexuales. Sin embargo, la familia logró adaptarse a los tiempos (la familia híper ensamblada es un ejemplo de su plasticidad), mientras que la psique de sus integrantes no. Es imposible actualizar la psique para que se adecue a los tiempos. O mejor sería decir que la psique está a la vanguardia de los deseos que se perfilan en el horizonte de Tinder o Happn, y que nosotros, pobres mortales, contamos con retraso y buscamos afecto, proyectamos amor, pedimos calladamente a los gritos cariño allí donde solo hay dos columnas, la del debe y la del haber.
La despenalización del aborto permitirá reflexiones tan inútiles como ésta.
* Docente UBA - UNLP