El deseo es político
Fotografía de Lucía Barrera Oro
Por Camila Alfie
Imaginate priorizar a tus amigas y amigos como si fuesen tus chongas y chongos
Es el cumpleaños de una amiga muy querida. Su casa está decorada con guirnaldas, globos, y carteles que le escribieron sus amigues diciendo cuánto la quieren: hasta el cielo. Ella, que tiene un corazón de oro, se funde en abrazos con todas y todos los que asistieron para festejarla. Pero hay algo que la ensombrece. Yo sé lo que es: nuestro amor no es suficiente. Lo que mi amiga quiere, es un novio. Podemos estar toda la noche amándola, y los días siguientes también, y así para siempre. Pero nunca va a ser suficiente: porque el amor romántico mata amistad.
El amor romántico nos está matando
Veníamos bien. Ya íbamos por el camino de deconstruir la idea del amor romántico, inamovible, monogámico, tortuoso, celoso, asfixiante y seguramente hasta peligroso y machista. Empezábamos a desnaturalizar las historias con finales felices, de caminatas hacia el altar, los pedidos de mano y las campanas sonando en una iglesia como el ideal de la felicidad y la trascendencia definitiva. Dejábamos de buscar la media naranja que nos complete; porque entendimos después de mucho esfuerzo, que tal vez ya estábamos completos, y cualquier fruta nos viene bien para el postre.
Empezamos a ver qué onda con el poliamor, el amor libre, o directamente, el amor sin ningún tipo de expectativas, si eso puede considerarse amor. O algo así. Algunos experimentos habrán salido mejor que otros, con Tinder de por medio y prueba y error, prueba y horror, y volver a empezar. De todas formas, da la impresión de que todavía faltan cinco para el peso, y que aunque estemos deconstruyendo estos tipos de vínculos tradicionales -y no siempre a los besos-, pareciera que lo único que logramos hacer hasta ahora fue una barrida superficial: las estructuras del amor romántico (injustas, tiránicas y capitalistas) aún se sostienen. ¿Existe alguna forma de hackearlas?
No importa si ahora somos poliamorosas o poliamorosos con reservas, tengamos una pareja abierta o qué forma adopte nuestro changueo “progre” actual: el vínculo sexoafectivo siempre le va a hacer sombra a cualquier otra forma de vincularnos. Podemos tener un millón de amigas y amigos, como dice Roberto Carlos, y tener el privilegio de contar con una verdadera red de contención y amistad; pero eso no alcanza. Nunca alcanza. Sigue pisando fuerte en el imaginario colectivo la idea de que una relación sexoafectiva siempre le gana a la amistad, porque es la única que nos asegura un supuesto cuidado y una inversión en nosotras y nosotros constante que, de otra forma, nos quedamos cortas o cortos.
Como dice el escritor Caleb Luna, “no quiero ser amado. Quiero que me cuiden y que me prioricen, y quiero construir un mundo donde el amor romántico no sea un prerrequisito para estas inversiones- especialmente no bajo el régimen actual”, que según él, tiene un potencial de amor limitado para los cuerpos no hegemónicos: trans, travestis, maricas, gordas y gordos, neuroatípicas y neuroatípicos, discapacitadas y discapacitados, que no cumplen con los criterios canónicos de la belleza joven, blanca, educada y estilizada.
Este escritor, que redacta sus ensayos atravesado por su identidad disidente, marica y marrón en Estados Unidos, señala que “el amor romántico nos está matando”, y se pregunta: “¿quién me va a cuidar cuando esté soltero?”. Porque aunque admite que nunca se sintió incompleto por la falta de vínculos sexoafectivos, sí ha notado que cada vez está más soltero, como si se tratase de un verbo, entendiendo que sus amigos devalúan el amor que tienen para él para priorizarlo -invertirlo- en otras relaciones: las sexo-afectivas.
“Encuentro que estas son las cosas que deseo más que el romance en sí: la seguridad de contar con alguien que me cuide cuando esté enfermo, cuando atraviese una crisis, que quiera compartir la alegría y la tristeza conmigo. Este cuidado no tiene que ser reservado, pero parece que hemos acordado redistribuirlo de forma selectiva, y solo para aquellos con quienes tenemos una relación sexoafectiva (…) Quizás a medida que envejecemos y estamos más agotados por los años de fuerza laboral, tenemos menos energía y cuidado para invertir, y tenemos más cuidado con el lugar donde lo hacemos”.
¿Es la amistad el amor del futuro?
Constantemente, los medios hegemónicos nos bombardean con un doble discurso contradictorio: por un lado, el imperativo de que tenemos que auto-amarnos a pesar de todo. Y por el otro, vemos mediáticamente cómo los cuerpos que no cumplen con las expectativas canónicas, o que se van quendado atrás en la carrera del deseo dominante, son descartados. ¿Quiénes cuidan a esos cuerpos, si sexoafectivamente cada vez están más limitados?. “El punto es que no importa mucho nuestra auto percepción”, afirma Luna, si sobre nosotros tenemos “una historia en el cual los cuerpos son cultivados para ser deseados, y por extensión amados, y por extensión, cuidados”. En otras palabras: “invertir en personas es invertir en cuerpos, y esto no existe por fuera de nuestras prioridades y posibilidades históricas”. Nuestro deseo; sí, es político. Y no importa que tanto podamos “amarnos”: pocas y pocos logran hacerlo, y en definitiva, ni siquiera parece tan relevante en el anaquel del amor capitalista; al final, más bien solo suena como un slogan bonito para consolarnos. En la carrera meritócrata del amor, nunca jugamos en igualdad de condiciones, aunque como en el liberalismo, nos quieran hacer creer que todos tenemos la misma suerte, solo tenemos que “esforzarnos”.
La oleada feminista que se está llevando puesto todo a su paso no solo es un grito de guerra contra los femicidios, la violencia de género y el aborto legal; sino también una necesidad de replantearnos todo; volver al mazo, mezclar y repartir de nuevo. Frente a este contexto, ¿existe la posibilidad de que configuremos un nuevo sistema de vínculos, donde el amor sexoafectivo no figure como la prioridad, sino como una posibilidad más? ¿Podemos tejer nuevas formas de sostenernos, cuidarnos y priorizarnos de forma comunitaria y subalterna, donde nuestro capital como cuerpos deseables y deseantes no nos limite (es decir: nuestras características físicas y de clase)? Patear el tablero del amor capitalista, y apostar a una nueva forma de redistribución de la riqueza amorosa; más equitativa y horizontal, que nos proteja, nos cuide y nos priorice, por fuera del sistema del amor romántico: sí, quiero.
El deseo es político. Donde invertimos nuestro amor, también. Podemos hackear este sistema. Hágalo usted mismo: prioricemos nuestras relaciones de amistad de la misma forma en la que priorizamos a una compeñra o a un compañero sexoafectivo. No tenemos nada que perder, salvo las cadenas que nos atan (a vivir idealizando relaciones).