Fin al amor romántico
Por Yael Crivisqui
El violento, por lo general, no te violenta (física, psicológica o económicamente) a los 5 minutos de haberte conocido y entonces vos decidís que es el amor de tu vida. Nada más lejos que eso. Prepara el terreno, lo estudia, te genera dependencia emocional y comienza a actuar.
Muy por el contrario de quienes piensan que es un enfermo psiquiátrico, el violento está muy sano. Es el hijo sano del patriarcado. Él, de cara al resto de la sociedad, siempre es un buen vecino, es un gran cuadro militante, es un gran amigo, es un buen hijo, hermano, etc. No lleva una etiqueta encima que dice que es un violento. Sus conductas están socialmente aceptadas por un sistema sumamente machista, por lo que muchas veces, incluso a vos te parecen normales, y te cuesta detectarlas a tiempo.
Tranquila, no es tu responsabilidad, ni sos culpable por ello. Nos han criado para sentir culpa y vergüenza, nos han dicho que si son violentos es porque nosotras los ponemos así. Nada de eso es verdad. No sos culpable de haber crecido en una sociedad que ha fomentado durante décadas femineidades sumisas y masculinidades hegemónicas y dominantes, que han generado las asimetrías de género que tenemos y han naturalizado conductas y situaciones que propician el maltrato.
En la mayoría de los casos es un proceso muy largo y doloroso el que transitamos para poder rajar de ahí, para poder salir y darnos cuenta que eso no es amor, que es otra cosa. Por lo que es fundamental el apoyo y el acompañamiento de nuestros seres queridos, de nuestras amigas, del feminismo. Y para que ese camino pueda transitarse, además, necesitamos que se deje de culparnos a quienes hemos sido, somos, victimas y que nos dejen de revictimizar. La culpabilización y los cuestionamientos generan que en muchos casos no haya denuncias en la Justicia, que incluso se retiren las denuncias ya hechas, y el foco se ponga en nosotras, en vez que en el victimario. Los juicios que se hacen sobre las victimas perpetúa la violencia que vienen padeciendo.
Desterremos para siempre el amor romántico, militemos fuerte la responsabilidad afectiva, políticas públicas que nos cuiden, y prevengan, y una justicia con perspectiva de género. Socialicemos los cuidados, no juzguemos, ayudemos desde donde podamos. Tenemos que darnos la oportunidad de aprender a relacionarnos sin dominación, sin estándares, en condiciones de equidad. Inventemos otros finales felices, donde no exista el príncipe azul, en condiciones de igualdad, de compañerismo y libre de violencias.