"Rosa siempre apostó por la organización popular"
Agencia Paco Urondo: A 100 años de su asesinato, ¿cómo podemos pensar a Rosa hoy?
Hernan Ouviña: A días de realizarse un nuevo paro internacional de mujeres, Rosa se nos presenta como profundamente actual. De hecho, su asesinato hoy podríamos denunciarlo como un verdadero femicidio, ya que fue secuestrada por soldados de ultraderecha, misóginos y embriagados de un nacionalismo xenófobo extremo, que veían en ella a un peligro no sólo por su militancia de izquierda anticapitalista, sino también por su condición de mujer, que además era migrante, judía y polaca, y no temía cuestionar los mandatos que la sociedad alemana le pretendía imponer en aquel entonces. De ahí que se hayan ensañado en demasía con ella: la hieren a culatazos al grito de “vieja prostituta”, y la rematan con un tiro de gracia en la nuca, para finalmente arrojar su cuerpo a un canal. Incluso su cuerpo -al igual que ha ocurrido con muchas jóvenes contemporáneas que padecen la violencia de género- estuvo desaparecido cuatro meses hasta lograr ser encontrado.
Hoy femicidios de este tenor se repiten tanto en nuestro país como en otras partes de América Latina y el sur global. Basta pensar en los casos emblemáticos de Bertha Cáceres en Honduras, Marielle Franco en Brasil, Diana Sacayan en Argentina o Macarena Valdez en Chile, por mencionar sólo algunos de los más relevantes, aunque sabemos que son miles las mujeres que, cada año, son asesinadas impunemente a nivel mundial, en lo que Rita Segato caracteriza como una guerra contra ellas. Por eso, recordar a Rosa a 100 años de su asesinato, como militante integral, es revitalizar a una figura eclipsada incluso dentro de la memoria histórica de la propia izquierda y el campo popular, que es preciso traer al presente porque resulta un ejemplo de lucha y dignidad para quienes resisten a diario contra el capitalismo, el patriarcado y la colonialidad.
APU: ¿Qué aportes encuentra en una "lectura desde América latina?
HO: Prefiero releer a Rosa desde y no “para” América Latina. Es una posición epistémica, política y militante. Ya lo decía Paulo Freire: la cabeza piensa donde los pies pisan, y podríamos agregar que el corazón late donde se pone el cuerpo, más aún en estos tiempos donde la xenofobia y el odio hacia el migrante, los pibes pobres y las mujeres parece exacerbarse en nuestro país y en la región. Más que nunca hace falta romper con el eurocentrismo y revitalizar la identidad latinoamericana, para repensarnos desde ella, y refundar un nuevo internacionalismo, aunque sin dejar de tener los pies en la tierra, de manera tal que nos permita amalgamar las diferentes resistencias respetando la diversidad de identidades y tradiciones de lucha, tal como ansiaba Rosa. De poco sirve simplemente reconstruir y reseñar su obra en función del contexto histórico en el que vivió, si eso no aporta pistas para entender la sociedad donde hoy estamos parados, ni nos dota de herramientas para transformar de raíz esta realidad tan injusta. El libro busca precisamente poner en juego un doble movimiento: leer e interpretar a América Latina desde Rosa, pero también y sobre todo recuperar a Rosa desde nuestra región, como latinoamericanos y latinoamericanas, a partir de los desafíos y anhelos de nuestros territorios, es decir, de manera situada, para el “aquí y ahora”.
Son numerosos sus aportes, así que destaco sólo algunos. En primer lugar, Rosa nació y vivió su infancia y adolescencia en un territorio oprimido étnica, cultural y socio-económicamente por varios imperios. Como polaca y judía, tenía prohibido hablar su lengua y reivindicar su identidad, y en la escuela le enseñaban e imponían contenidos que negaban de cuajo sus raíces. Por lo tanto, la cuestión del colonialismo, la opresión étnico-cultural y la lucha en favor del reconocimiento de la plurinacionalidad es algo en común que nos emparenta. Ya como militante de izquierda, abogó por una lucha conjunta entre el pueblo polaco y el ruso, sobre todo porque consideraba que la clase trabajadora de ambos territorios tenía vínculos orgánicos que instaban a una resistencia articulada contra el absolutismo, más que a un separatismo que iba a redundar en la fragmentación de las fuerzas, lo que tornaría casi imposible la victoria del proyecto socialista al que aspiraba. Lo que desde hace tiempo exigen muchos pueblos indígenas y afroamericanos en nuestro continente, la constitución de un Estado de carácter plurinacional que reconozca la autodeterminación sobre ciertos territorios y el respeto de sus culturas, lenguas y tradiciones, aunque sin implicar esto secesionismo ni una separación absoluta, era para Rosa un horizonte fundamental hace ya más de 100 años atrás.
En segundo lugar, ella tiene la lucidez de identificar un vacío o déficit en El Capital de Marx, a raíz de su alto nivel de abstracción y el hecho de considerar sólo la existencia de obreros y burgueses, dejando fuera de su esquema a vastos territorios y sectores no proletarios, a los que ella caracteriza como “economías naturales”, y que aún no han sido subyugados por la dinámica de acumulación capitalista. De hecho, la llamada teoría de la dependencia de los años sesenta y setenta le debe mucho a Rosa, ya que anticipa la dialéctica centro-periferia o imperialismo-colonia poniendo el foco en realidades como la de América Latina, que resisten a un proceso de despojo tan violento como constante por parte de los centros imperiales, hasta el día de hoy. Lo sugerente de su planteo es que aboga por el internacionalismo como un eje estratégico de lucha, ya que el capitalismo es un sistema-mundo y la resistencia debe ser tan global como él, pero a la vez entiende la especificidad de periferias como las que componen nuestra región.
Por eso, ligado a este punto, Rosa también amplía la mirada y sitúa como sujetos relevantes de lucha a las comunidades campesinas e indígenas que enfrentan este proceso de acumulación basado en el saqueo de territorios, saberes ancestrales y bienes comunes, y también a sectores urbanos sumidos en la precariedad o que no se encuentran afiliados a ningún sindicato. A diferencia de cierto marxismo ortodoxo, para ella la clase trabajadora debe concebirse de manera compleja y heterogénea, y por lejos excede a la figura del obrero fabril tradicional. Incluso llega a sugerir que la propia naturaleza resulta una oprimida, y en esto anticipa al viejo Paulo Freire, quien nos habla de una “pedagogía de la tierra”. En este sentido, podríamos afirmar que, al igual que pregonan innumerables organizaciones y movimientos latinoamericanos en la actualidad, para Rosa la lucha anticapitalista es indisociable de la lucha anticolonial, socio-ambiental y en defensa del buen vivir.
En cuarto lugar, si bien no lo desarrolló en sus escritos, supo apoyar activamente el creciente protagonismo de las mujeres en la disputa política integral y en la ocupación del espacio público, como un magma que desborda estructuras anquilosadas y cuestiona todo tipo de privilegios. Rosa fue feminista más allá de haberse declara como tal. Su vida misma puede leerse como una cachetada a lo que Raya Dunayeskaya llamó el “chauvinismo masculino” de la vieja guardia socialdemócrata, conformada por hombres que subestimaban la capacidad política e intelectual de las mujeres, y más aún si padecían ese crisol de condiciones adversas que llevaba Rosa como estigma. Por eso en el seno del propio partido en el que militaba, era común que sufriera agresiones verbales y la tildaran de “bruja venenosa”, “perra rabiosa”, “puta” o “mocosa atrevida”. Rosa fue, además, amiga y compañera de Clara Zetkin, y juntas abogaron por un feminismo de carácter socialista, que no disociara la lucha contra el patriarcado de la lucha de clases.
Pero más allá de estas y otras posibles lecturas desde América Latina, también es importante recordar que su pensamiento y acción han estado presentes en activistas, organizaciones y procesos revolucionarios a lo largo y ancho de nuestro continente, por lo que las huellas de su espectro herético son parte de una historia subterránea que aún no es Historia. Desde José Carlos Mariátegui, para quien Rosa era una referencia fundamental para reinventar el marxismo y la revolución, pasando por organizaciones poco conocidas pero muy potentes en Argentina como la anarco-comunista Alianza Espartacus, rebeliones populares como el Cordobazo y teóricos de base o pensadores latinoamericanos a contracorriente como Bolivar Echeverría, Mario Pedrosa, John William Cooke, José Aricó, Ludovico Silva o José Revueltas, hasta más recientemente movimientos como el MST en Brasil o el zapatismo en México, y una pléyade variopinta de resistencias contra el despojo y en defensa de la vida, que tienen como retaguardia activa a comunidades, colectivos, organizaciones y plataformas de articulación continental, en su mayor parte integradas por mujeres, que al igual que Rosa cuestionan todo tipo de fronteras y ponen el cuerpo, los afectos y las ideas para cambiar todo lo que deba ser cambiado. En cada uno de estos espacios, ella siempre ha estado presente como estímulo para la reflexión y la acción directa. Y sin duda este 8M se la tendrá una vez más como bandera de lucha global.
APU : A raíz de los 100 años de la Revolución Rusa, Rosa fue retomada por sus tempranas críticas a aquella experiencia. ¿Qué lectura podemos hacer hoy de sus análisis?
HO: Sus análisis acerca de la revolución rusa resultan premonitorios. Tengamos en cuenta que ella escribe un primer texto de interpretación de ese proceso estando entre rejas, como presa política debido a su lucha contra la guerra inter-imperialista, de la que participan tanto Rusia como Alemania. A pesar de las limitaciones que le impone el encierro, en un ensayo inconcluso al que titula La revolución rusa, escrito en 1918, demuestra un conocimiento profundo de los dilemas y contradicciones que signan a esta delicada experiencia en curso. Vale la pena resaltar que a diferencia de lo que muchos creen, Rosa reivindica a la revolución rusa y apoya al bolchevismo, aunque sin ahorrar críticas hacia ellos y advirtiendo sobre el peligro de “hacer de la necesidad una virtud” e intentar replicar lo acontecido en Rusia en otras latitudes. Podríamos decir que, al igual para Mariátegui, para ella el socialismo no puede ser “ni calco ni copia”. Las cuestiones que debate en este manuscrito por supuesto son variadas, pero una resulta sumamente vigente hoy: aquella que remite a la relación entre socialismo y democracia. Si cierto marxismo tendía a disociar la lucha por la igualdad de la garantía de las libertades generales, Rosa considera que ambas deben ir de la mano y resultan fundamentales en la construcción del socialismo. Por eso llega a escribir que “la libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido, por numeroso que este sea, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y únicamente libertad para el que piensa de modo distinto”. Esta frase, que en ocasiones fue leída como liberal, en realidad apunta a denunciar la represión y la falta de canales de participación real para las corrientes disidentes en Rusia, que también aspiraban al socialismo, pero no se emparentaban con el bolchevismo. De acuerdo a su lectura, sin el ejercicio pleno de una democracia socialista, sin debate público consecuente, sin control popular desde abajo y sin la más amplia participación de las masas, se sentaban las bases de la burocratización y el monopolio de las decisiones políticas por parte del partido, en detrimento de los soviets y las instancias colectivas de auto-organización, como efectivamente terminó ocurriendo años más tarde con el stalinismo. Pero a la vez, la postura de Rosa de enorme valentía porque se atreve a formular críticas duras, pero fraternas y como compañera, al proceso revolucionario que se vivía en Rusia, a pesar de las adversidades y ataques que sufría en ese momento. Hoy su ejemplo resulta vigente también para cepillar a contrapelo la historia reciente y ejercitar la autocrítica sincera frente a ciertos procesos políticos latinoamericanos, ya que flaco favor les hacemos a ellos si nos convertimos en meros aplaudidores de sus posibles logros, y omitimos sus evidentes contradicciones y errores.
APU: Muchas veces ha sido más conocida por las críticas que le han realizado que por sus propias propuestas. ¿Qué podemos retomar hoy de sus conceptualizaciones en torno a la dialéctica entre la espontaneidad y la organización?
HO: Este es uno de los aportes más potentes de Rosa. Por desgracia, ha sido malinterpretada, y aún hoy se la acusa de “espontaneista”, intentando equiparar este epíteto al rechazo tajante de todo tipo de organización, cuando en realidad a lo largo de su vida Rosa siempre apostó por la organización popular: desde joven, cuando a las 15 años se suma a militar en una célula clandestina en su Polonia natal, pasando el por partido socialista que funda en ese mismo territorio, hasta el Partido Socialdemócrata Alemán al que se incorpora, la Liga Espartaco que crea más tarde, y finalmente el Partido Comunista Alemán, que ayuda a crear días antes de ser asesinada. Esto sin mencionar a las formas espontáneas de auto-organización por las que se jugó la vida, como los soviets y los consejos obreros, en particular durante los procesos revolucionarios en Rusia y Alemania.
Hay que tener en cuenta que Rosa huye de Polonia, vive alrededor de una década en Suiza, y finalmente recala en Alemania, donde se incorpora al Partido Socialdemócrata Alemán, el primer partido de masas en el mundo, y en ese entonces ya un verdadero monstruo organizativo, con tentáculos y ramificaciones de carácter sindical, social y cultural, cientos de legisladores, parlamentarios, consejeros y funcionarios rentados, asociaciones juveniles y feministas, clubes, bibliotecas, periódicos, diarios y revistas. Constituía un estado dentro del estado. Por lo tanto, la tendencia al conservadurismo, a defender lo adquirido, era una realidad concreta y palpable. De hecho, Eduard Berntein -a quien Rosa critica de manera furibunda en su famoso libro ¿Reforma o revolución?-, no había sino hecho explícita esta contradicción en sus artículos revisionistas, y en eso fue bastante sincero al definir a la socialdemocracia como un partido que mantenía una cierta retórica “incendiaria”, pero que en la práctica su accionar cotidiana era reformista, de mera defensa de las conquistas parciales, que redundaban en estructuras cada vez más burocráticas y conservadoras. Por eso Rosa decide ponderar la espontaneidad, no como caos callejero ni violencia sin sentido, sino en tanto iniciativa desde abajo que permite romper con el quietismo y la pasividad en el que se encuentran parapetadas ciertas organizaciones. Es decir, como desborde e irrupción de las propias masas, que quiebran sin tutela alguna la normalidad burguesa y exigen lo imposible sin pedir permiso a quienes se arrogan la representación del pueblo, ya sean éstos burócratas sindicales o políticos profesionales, que muchas veces temen perder sus privilegios y consideran a la organización de la que forman parte como un fin en sí mismo.
Es curioso: por lo general desde la izquierda se suele denostar a la espontaneidad, pero, sin embargo, los grandes acontecimientos históricos de Argentina, de América Latina, y hasta del sur global han sido en buena medida de hechura espontánea, y dieron lugar a movimientos, procesos políticos y actores fundamentales de nuestra historia reciente: desde el 17 de octubre al Cordobazo, de diciembre de 2001 a diciembre de 2017, del Bogotazo al Caracazo, del mayo francés a los chalecos amarillos. Desde ya, para Rosa la espontaneidad por sí sola no basta para garantizar la caída del sistema capitalista, aunque es desde ella que debe construirse la organización y no a la inversa. He aquí otro aporte sugerente de nuestra marxista polaca: la conciencia y la organización surgen a partir de la experiencia concreta de lucha, en la praxis y la acción directa. Por eso piensa en una organización-proceso, en constante movimiento y sumamente dinámica, que se actualiza y renueva al calor de los vaivenes y las posibles modificaciones en la relación de fuerzas. En última instancia, espontaneidad se asimila a autonomía, por lo que refuerza la apuesta de Marx por la auto-emancipación y toma distancia de las concepciones vanguardistas y jerárquicas del partido.
En un plano más general, Rosa reivindica la osadía e imprevisibilidad de toda huelga política, cuya declaración no es potestad de ningún comité central ni dirigente gremial, y se refiere a ella como “una cambiante marea de fenómenos en incesante movimiento”. Parece que estuviese hablando de la marea verde que durante esta semana va a colorear plazas y avenidas en Argentina y América Latina. Quién sabe: tal vez nos la encontremos este 8M de nuevo en las calles, desafiando burócratas de escritorio y sindicalistas timoratos, con su pañuelo verde en el cuello y rengueando como de costumbre, sin prisa pero sin pausa, al grito de “¡Ni una menos, vivas nos queremos!”.