Vamos a ganar (de nuevo)
Por Nicolás Tereschuk y Abelardo Vitale, publicado en Artepolítica
Para describir el escenario argentino reciente, el consultor político Juan Courel utiliza una analogía sencilla, que precisamente por eso tiene potencia explicativa: hace años que asistimos a una guerra de trincheras similar a la de la Primera Guerra Mundial.
Posiciones estáticas (a grandes trazos dos tercios consolidados del oficialismo y del kirchnerismo y una “tierra de nadie” en el medio, donde las terceras fuerzas no logran superar nunca un 20%), negación identitaria y descalificación moral del adversario, son sólo algunas de las características con que describe la situación.
Compartiendo como válida la metáfora, el desafío es fácil de diagnosticar pero complejo de resolver: ¿cuál es la mejor manera de romper este quietismo en las preferencias de los votantes y la “zona de confort” donde muchos de los simpatizantes -a un lado y otro de esas trincheras- parecen asentarse?
Aquí postulamos una que creemos acertada para el campo popular: la etapa de la resistencia acaba de terminar. Es hora de pasar a la ofensiva, es momento de avanzar.
Pero queremos ser muy claros en cómo consideramos que es la mejor forma de pasar al ataque. El proceso en el que el macrismo ha llegado al punto del fracaso de su “misión” histórica ha sido rápido, acelerado. Para una gran porción de la sociedad ha sido sorpresivo. Nuestros dirigentes y todos nosotros nos estamos acomodando de a poco a esta nueva (y urgente) situación. La que viene es entonces una “ofensiva” de nuevo tipo en la que agredir, descalificar, “pelear” al indeciso sólo se convertirá en un ruido más que no podrá escuchar.
Con el núcleo duro del macrismo, como indican todos los manuales de comunicación política y de campañas, no hay que perder tiempo. Pero para con todo el resto de nuestros compatriotas tenemos una misión militante. Una que está en la tradición más pura de nuestra historia popular, que sabemos cómo hacer y a la que siempre volvemos: convencer, persuadir, sumar.
Proponer palabras donde una gran porción de nuestra sociedad ha dejado de escuchar las del presidente Macri. Componer una melodía donde sólo hay estruendo. Poner en valor los múltiples debates que -se dice poco- atravesaron con eficacia al campo popular en estos cuatro años. Practicar el aprendizaje enorme que ha significado para todos (sobre) vivir durante el macrismo. Se trata de un período en el cual los más kirchneristas estarían dispuestos a votar a un peronista clásico y los más peronistas revisan su enojo con Cristina. Esas aperturas, donde cada sector se toma a sí mismo con un poco menos de solemnidad, pueden (deben) valer votos. Porque lo nuestro no es un Programa. Es un conjunto de valores capaces, una vez más, de adaptarse a un tiempo nuevo.
Retomando la metáfora de las trincheras: la historia es una buena fuente para aprender de estrategias y tácticas. Las maneras de doblegar al enemigo en las posiciones estáticas son principalmente dos: o bien una innovación tecnológica que pueda romper ese equilibrio (en 1914 fueron los tanques) o bien los acuerdos con otros estados limítrofes al núcleo del conflicto para así poder flanquear las líneas enemigas.
Para flanquear hoy es necesario sumar a los costados. En su momento, hace un par de años, planteamos la necesidad de que la dirigencia priorizara la búsqueda de acuerdos en vez de sus diferencias. Lo cierto es que vienen construyendo esta “unidad” con bastante eficacia.
Ahora bien, de poco servirá la acumulación de dirigentes si, en paralelo, no podemos acompañar eso con acumulación de voluntades electorales. La clave está, primero, en los votos y la construcción de una mayoría y luego, como acertadamente planteara Cristina Kirchner, en la construcción de un acuerdo social que exceda los límites de la fuerza triunfante. Porque luego habrá que gobernar.
Quizás sea hora, complementariamente, de asumir que la unidad total de la oposición no llegará a lograrse de aquí a las PASO. Lo cual no hace más que reforzar nuestra hipótesis de la inmensa tarea que, como militantes, debemos hacer para que esa unidad sea con la gente. Al mismo tiempo, será otro gran desafío para la conducción política de esta etapa ampliar la estructura política y social del campo popular, democrático y progresista una vez llegados al gobierno nacional.
Mientras tanto, la pelota del “hacer política” está en nuestra cancha y es nuestra responsabilidad. Es necesario adoptar la tranquilidad de espíritu de quien siente que ya ganó. Parar la pelota del odio y el enfrentamiento al que nos invita, en su desesperación, el macrismo. Sin resignar valores ni diferencias, sin ceder en nuestras convicciones, nuestro aporte está en reencauzar el debate político de donde no debe salir: el respeto a las reglas democráticas, plurales e institucionales. No seremos nosotros los que regalemos a una derecha que peligrosamente juega -desde un supuesto discurso republicano- con la idea de “ponernos fuera del sistema” la excusa para que interpelen desde ahí a nuestros compatriotas.
Ahora sí: a militar con todo. Y a ganar.