Si es pecado, que sea livianito
Por Norman Petrich
“No le hago mal a nadie”, lo cual si era un pecado, era uno livianito. Un venial a lo sumo. Igual, por las dudas, no preguntaba.
Este pensamiento vertido por el personaje principal del último cuento, “Memorias de un monaguillo”, es el que cruza transversalmente todo el libro.
La idea de cometer esa acción ligeramente reñida con la ley que los saque de perdedores, les quite el embole a eso que, de seguir así, no se puede llamar vida, atraviesa el pensamiento y la acción de todos los personajes. Al fin y al cabo, ningún ser “común y normal” puede estar libre de un pecado como ese, tan inocente.
El plan suele ser sencillo y no del todo malo, como en “Ni bien llegue Gerardo”, donde el Turco acepta prenderle fuego a “la chata” para, con el dinero del seguro, comprarse un coche y ponerlo a laburar como remís. El eterno retorno a empezar de nuevo.
Como bien dice la teoría del caos, (cualquiera que haya visto la primera de la saga de Jurassic Park recordará a Jeff Goldblum explicándola con una gota de agua recorriendo la palma de la mano de su partenaire) pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden implicar grande diferencias en los comportamientos futuros. Y es allí donde ganan en riqueza los cuentos de Veniales y mortales. Donde el relato fuertemente realista toma vuelo para dejar de serlo o eso parece. Porque, al igual que los personajes de Gito, uno puede preguntarse si esto realmente está pasando y puede llegar a responderse que sí.
Es ese resultante el nido de la mortalidad. No necesariamente de cuerpo presente. A veces esa presencia puede rondar en forma fantasmal, como en “Leather rebel”; en otras reside en el comienzo, en el descubrir que hasta el instante en que se produce el hecho fortuito que “todo lo cambia”, uno no podría asegurar que se sintió vivo, como les sucede a la pareja de “El Embole”:
"Todo había sucedido más o menos acorde a lo planeado, a lo que gente como nosotros podía esperar de su existencia. A los veinte nos conocimos en un boliche. Como ella era una chica seria y yo también nos pusimos de novios sin vueltas. Al poco tiempo nos casamos o nos casaron. Después vinieron los hijos. Primero la nena, después el varón. Laburo nunca nos faltó. Al principio vivimos en lo de mi suegro en provincia, luego pudimos progresar y nos alquilamos un lindo tres ambientes en Villa Luro. Los chicos fueron a colegio privado. Veraneábamos todos los años. Nuestra vida era una vida normal. Es decir, era un embole".
Lo cierto es que todo tiene su precio y nada, en estos cuentos, termina como estaba planeado, si es que llegó a estarlo.
Y cómo un “venial” te puede desviar del sacrosanto camino y llevarte a cometer uno “mortal” está estupendamente narrado en “Memorias de un monaguillo”, donde el descubrimiento onanista desata la ya nombrada teoría del caos:
“La Masturbación era ‘estar turbado de más’. La turbación, aquello que sonrojaba y volvía vergonzoso el acto, era hacer avergonzar a Dios de lo hecho por su criatura y a su vez, avergonzarse uno de su Creador, volviéndose un animal. Pero no solamente se quedó en lo meramente lingüístico, sino que también metió sus patas en la Ciencia. Además de decir que era una enfermedad que reproducía y traía otros desordenes, en la cima de su paroxismo y su fervor patriótico, llegó a asegurar que en cierta manera se perdió la guerra porque algunos de los soldados estaban debilitados por la masturbación practicada en los años mozos. No dejó punto por tratar. Además de ser un pecado mortal, en la misma línea que el robo a gran escala y el asesinato, este ‘trastorno’ aquejaba no solamente al alma, a la que pudría y condenaba al infierno, sino al cuerpo y al espíritu tanto personal como de la comunidad. De más está decirlo: fue una clase inolvidable. Yo no daba asidero a todo lo vertido por este caballero. Pero algo de curiosidad me despertó: ‘¿Para tanto era?’”
Quizás el punto más álgido lo logra Minore en el cuento “La Loma”. Allí, un pecado venial desencadena otro. Y este otro más. Todo enmarcado en un pueblo perdido donde se refracta en forma exacta la luz que desprende eso que, hoy en día, decidimos llamar “la grieta”.
Fino hilos que hacen recordar a No habrá más penas ni olvido, de Soriano
“Así como de Raúl, en el tiempo récord que pasó desde el hallazgo de las napas termales hasta que ganó las elecciones, se llegó a decir que era “puro corazón” por la forma, el compromiso y la pasión de su discurso y acción; El Gordo Santoro tenía fama de ser ‘puro chamuyo’ desde hacía largos años, también por su discurso, por su compromiso y por su forma de trabajar en la política. Más bien montado en el ‘aparato institucional justicialista’ que en la ‘emotividad y la épica peronista’, Carlos Santoro usufructuó de su lugar ‘marginal’ de privilegio, ocupando diferentes cargos en el pueblo y entongándose en cuanto negocio pudo, desde el retorno de la democracia hasta ese momento”.
y “La Guerra del Cerdo”, de Bioy Casares
“Si los ataques sufridos fueron el inicio del conflicto, la decisión que tomó la muchachada esa velada fue sencillamente la declaración de guerra.
Así, a la mañana del 27 de diciembre, todo el pueblo se enteró hasta qué punto la cosa estaba polarizada, gracias a una serie de pintadas en varios frentes de casas y comercios. Es cierto que las leyendas: ‘Asesinos’, ‘Raúl vive’, en varios lugares e incluso el simpático ‘La reina no se mancha’ en la puerta de la fiambrería solo oficiaron de provocación pueril. Pero hubo una frase que puso los nervios de punta y desató la locura: ‘Viva Lomas del Sud’.
—Si estos pendejos putos piensan que van a declarar la independencia, que se preparen para morir —gritó Rolando al salir de su casa esa mañana—. ¡Los vamos a hacer cagar!)”
se van tejiendo a partir de la muerte del intendente electo, Raúl Rodríguez, quien en meteórica carrera había ganado su primera elección con la promesa de construir una ciudad termal y llevar el progreso a la localidad con un pequeño detalle: había que aggionar el nombre del pueblo. La aprobación en las urnas es demoledora pero no deja de granjearle enemigos, salidos de las filas del tradicionalismo. Y si le agregamos que para obtener la intendencia tuvo que negociar el apoyo del aparato político de Carlos “el Gordo” Santoro, y que este quedaba a cargo de la intendencia (y de los negocios termales), la muerte de Raúl termina por desatar una ola de sucesos imparables que dividen por completo al pueblo:
“No fue de un día para el otro, no. Estas cosas no aparecen así porque así. Se maceraron durante demasiados años, permaneciendo en letargo, hasta que tomó cuerpo de forma definitiva. El
rencor se apoderó de los vecinos. El odio se volvió viral y la sin razón se adueñó del gobierno del pueblo, enfrentando a unos contra otros.
Así, los nombres ‘Lomas del sur’ y ‘Lomas del sud’ se levantaron como dos estandartes irreconciliables. Por un lado los ‘sureños’: tradicionalistas, ordenados, cristianos; por el otro los
‘sudeños’: rupturistas, carnavaleros, desfachatados”.
El descubrimiento de cómo y quién mató a Raúl parece traer un poco de cordura o tal vez sólo apacigua los latidos hasta que todo brote nuevamente, llegado el momento.
Gito Minore (poeta, escritor, profesor de Filosofía graduado en la Universidad de Buenos Aires, autor de 15 libros, entre ellos Queriendo ser, Mínimamente, y El día que mi padre lloró y otros relatos) logra en Veniales y mortales (editado por Clara Beter) un texto superágil, montado en un lenguaje atractivo y verosímil que nos deja un libro muy recomendable entre las novedades editoriales de estos últimos meses.
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