El joven Juan Manuel de Rosas
Por Pablo A. Vázquez*
Recordar a Rosas me lleva a pensar en un hombre joven: vital, decidido, seguro de sí mismo, quien, a su vez, se construyó a sí mismo como persona y como figura política.
Nacido el 30 de marzo de 1793, en la casa de la calle de Santa Lucía, actual Sarmiento (paradójicamente!), número 546/552, bautizado por el padre Pantaleón Rivarola con el nombre de Juan Manuel José Domingo.
Un joven que, ya desde su niñez, ofreció muestras de coraje y entrega al participar, con sus 11 años, de la defensa de Buenos Aires contra la invasión británica de 1806.
Ese mismo joven, de gran responsabilidad, se hizo cargo de la estancia de su padre haciéndola, gracias a su administración, un establecimiento modelo.
Y como fue un joven que buscó forjarse su destino sin ayudas prefirió dejar ese establecimiento, teniendo como compañera a una también joven Encarnación Escurra, de igual coraje y valentía que Juan Manuel, y encaran el proyecto de instalar saladeros en Buenos Aires, dándole el empuje necesario de actualización y modernidad a la actividad agropecuaria bonaerense, al punto de redactar sus Instrucciones a los mayordomos de estancia.
Un joven exigente con los suyos pero que cumplía y demostraba con su ejemplo todo lo que sus gauchos debían hacer en sus estancias. Entendió que con el ejemplo se persuade, principio de conducción, consustanciado con el magisterio de quien fue tres veces presidente argentino. Conducción de sus iguales que lo eligieron como su representante, como el sindicalista de los gauchos, quizás el primer sindicalista de estas tierras.
De ese modo dio pie a la más formidable organización de hombres al mando de un joven de 27 años y que, cuando los primeros años de independencia nacional devinieron en luchas internas y anarquía, lo encontraron reestableciendo el orden y dando seguridad a los ciudadanos de Buenos Aires.
Un joven que, asumiendo un compromiso ante la Historia, por acuerdo de los representantes y el voto popular, ejerció la primera magistratura provincial de forma ejemplar.
Tras dejar su primera gobernación, este joven arriesgado, inició la expedición al desierto para ganar territorio del sur bonaerense a la colonización de tierras y explotación de sus riquezas, tratando de terminar con los malones, y pactando con las poblaciones indígenas que buscaron hacer “negocios pacíficos”.
Es ese mismo joven, preocupado por la correcta administración de la cosa pública, formado por sus lecturas de clásicos españoles y de filosofía ética estoica, quien además nos da lecciones sobre la condición humana que hoy son más vigentes que nunca.
Nos dijo Juan Manuel: “La mejor cosa que podéis dar a vuestro enemigo es el perdón; a vuestra compañera, si es buena, vuestro corazón... a todos los hombres, y a todas las mujeres, compasión y caridad; y a vos mismo, todo cuanto pueda ser bueno para tu bien estar en esta vida, y para tu descanso, y gloria, en la otra.”
Su posterior actuación, aún en las sombras de la historiografía oficial, reafirma su defensa de lo nacional y su sentir criollo, tal como lo entendió el Padre de la Patria al cederse su sable libertador en su testamento.
Es por todo esto que las y los jóvenes deben ver en él un ejemplo a seguir e imitar, y del cual parten nuestros anhelos para cambiar lo injusto de nuestro país.
*Licenciado en Ciencia Política; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas. El texto es un fragmento del discurso pronunciado el 30 de enero de 2011, en acto público organizado por el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, frente al monumento del Restaurador en Palermo, ciudad autónoma de Buenos Aires.